Aquellos que sienten el derrumbamiento de sus sueños se desesperan y, con sollozos y con la sombra de una sonrisa, llenan el vacío que les ha dejado el fulgor de un mundo que arde en ruinas. Los locos, los enfermos, los marginados, los refugiados, que no han abandonado la fe y la esperanza, mantienen vivos y despiertos sueños y leyendas, oleaje de ebrias mariposas, oraciones como llamas urgentes, féretros sin eco (fruslerías para los mandarines de Bruselas, para todos los mandatarios que no pisan tierra, y para los titanes desmesurados y horribles mensajeros de la muerte), y hacen que el mundo siga caminando hacía una isla más allá del horizonte. Aquellos que siguen a pies juntillas las consignas de denigrar, insultar y vilipendiar al adversario componen la banda sonora de mítines y campañas, podredumbre fatal, que entierra a todos en basura y convierte la política en humo alimentado de pensamientos rastreros y vulgares para regocijo de quienes disfrutan hozando.