Lo recuerdo trabajando de peón de albañil, trabajando en su taller arreglando una lámpara con la precisión de relojero, instalando una bomba de agua en el pozo de la huerta. Tenía unas manos de oro y cumplía su palabra, pero sabía que el trabajo, que no es de vida o muerte al instante, puede esperar una hora, un día, pero la ocasión de un trago adobado con una charla amistosa si se deja pasar habrá pasado para siempre. Antes de hablar, de responder, de intervenir, se hacía una composición de lugar de manera espontánea, automática. Tenía una risa sardónica, irónica, inteligente. No lo recuerdo riéndose a carcajadas estruendosas. Lo recuerdo alegre, pensativo, pero no recuerdo haberle oído hablar mal de nadie ni reírse de alguien en situación lamentable. Al no encontrar satisfacción plena a su sensibilidad a flor de piel, buscó escapes que a él mismo le disgustaban. A su manera, Placido fue libre y disfrutó de la vida.