Hombre pacífico, amante de la charla con los amigos tomando un vaso o en la acera al borde de la carretera. Le gustaba hablar de todo. Estaban en el velorio de Alfonso, el último sastre de los sastres de la zona. Después de recogerse y rezar en silencio y desearle eterno descanso, cada uno contó su última charla con él, la última historia que él le había contado. “No había que ser un artista para ser sastre en la mili. Cuando llegué sabía algo y cuando me vine sabía más. Aprendí sobre todo a coser de prisa porque allí había que sacar faena”, recordó alguien que le había dicho él Yo recordé que, a la sombra de uno de los robles de la capulla de San Antonio, le dije. “El que me hiciste tú fue el primer chaleco y el último que vestí a medida. Aún lo conservo”. Y él: “Lo recuerdo.Tal vez fue el último que hice. Es una prende preciosa y de mucho abrigo que cayó en desuso”. Dicen que la muerte es una revelación de la vida. “Se murió como vivió, sin hacer ruido”, dijo alguien. Alfonso era un hombre que infundía tranquilidad porque rebosaba bondad.