Cualquier incidente, cualquier detalle, por pequeño que sea, puede ser un gran acontecimiento porque aquí solo ocurre la anodina vulgaridad de la vida de todos los días. No hay nada que contar más que la vida de siempre. La vida en la aldea está llena de humildes historias, que contadas y trasmitidas al amor del fuego vivo del hogar, en el bar, en el atrio de la iglesia a la salida de misa, en la encrucijada, descubren el significado de las cosas, caracterizan y marcan los días, los años, la vida de todos y de cada uno de sus habitantes. La gente del pueblo reconocía las vacas de cada casa por las esquilas y por el mugir, los burros por el rebuznar y el trotar, los perros por los ladridos, por el valar las ovejas y los gallos por el cantar. La urdimbre de la vida aldeana está hecha de cosas sin importancia que la tienen toda. Cada uno de `esos casi nada´ es la sombra de algo más. A pesar de que casi toda la vida es al aire libre, cada cuarto, cada fuego, cada patio, cada recodo del pueblo, guarda sus secretos.