Cada casa tiene su memoria que en el bar se hace memoria colectiva. Los habitantes, a pesar de las diferencias y querellas, están unidos por una honda amistad fraguada en las intimidades y violencias de las tardes de primavera, en los trabajos comunes del verano, en las tertulias y juegos de los atardeceres y largas noches del otoño e invierno. La vida en la aldea está llena de humildes historias sin importancia, urdimbre de la vida y refugio contra el tiempo, que configuran la vida de la comunidad. La historia del bar está impregnada de confesiones y de silencios, de soledades y de tumultos, de lamentos amorosos y de risas de estruendo. El bar, lleno de resonancias, es la asamblea sin escaños, el espejo de la vida, el auténtico corazón del pueblo. El bar es el recuerdo de nuestras esperanzas desmedidas y el cementerio de nuestras confusas vidas, la caja de esos pequeños detalles insignificantes, imágenes imprecisas que nadie que venga de fuera podría reconocer ni identificar pero que son la esencia de nuestra vida, y cuanto más pequeño es el pueblo, más importancia tiene el bar.