Esta mañana, al tiempo que nos calentábamos a amor de la estufa en el bar, recordamos las veladas de antaño. Las palabras, que lo destruían y creaban todo al mismo tiempo, hacían un extraño silencio. Cada uno leía en los ojos de todos los demás el miedo inexplicable que nos atrapaba a todos. La oscuridad que entraba por la ventana, rota solo por la luz de tenue del hogar, todo estaba llena de espíritus imperceptibles, pero se sentían por todas partes, más fuertes y poderosos que nosotros que se introducían hasta el cerebro. El contador, como un dios, seguía contando y sus palabras nadaban en el silencio absoluto de todos los demás. Fuera la nieve caía imponiendo un silencio aplastante. El resto del mundo, más allá de la oscuridad que nos envolvía no había nada, todo venía de dentro. Era la eternidad, plenitud del tiempo sin tiempo, eran las noches fuera dl tiempo. Hace falta haberlas vivido porque no se pueden reproducir, experiencia inenarrables, dichosas y dolorosísimas Cuando terminaba de contar, todo era risa y comentarios sobre los detales que siempre eran lo esencial. Ahí empezaba y acababa todo (hasta el día siguiente).