Los niños al atardecer veníamos aquí a azuzar a Bertoldo. Entonces ellos salían, se paraban en el umbral, Carmen cogía unas cuantas agujas de calcetar de la cestita que mantenía Agapito, y blandiéndolas en el aire, nos gritaba: Se las pondré de dientes a Bertoldo, le abriré la puerta y os despellejará vivos. Entonces nosotros salíamos en estampida. Cuando Carmen y Agapito para ahorrar la leña que no tenían, las noches de invierno iban a calentarse al hogar de las casas vecinas, los niños de esa casa se lanzaban a su regazo como el raposo a una gallina para ir a cama con una manta de besos y de caricias colada a la piel. Un día Bertoldo se murió y Carmen y Agapito nos invitaron a los niños que le hicimos un entierro como él de la gente. También llegó el día en que, vestidos con sus abrigos de pino, los despedimos solemnemente. Los niños seguimos hemos seguido tirando pedacitos de pan al patio para que, si les daba hambre durante el viaje, tuvieran algo que llevarse a la boca. ¿Ves este hilito de agua que sale del patio? Son las lágrimas de Carmen y de Agapito que lloran porque los niños ya no vienen azuzar a Bertoldo.