"Yo tenía 14 años. El violador, 42. Era un fraile trinitario, director del colegio de esa orden que frecuentaba mi casa" María Teresa Conde, víctima de abusos y de nulidad matrimonial: "¿Cuánto vale para la Iglesia una vida rota?"
"Yo tenía 14 años. El violador, 42. Era un fraile trinitario, director del colegio de esa orden que frecuentaba mi casa. La casa de mi familia. Mi exmarido conocía al violador"
"Los pederastas eligen las víctimas idóneas. Invaden espacios, tiempos y cuerpos generando una desolación de la que nos hacen responsables, culpables"
"Si hay algo que define la vida de las víctimas de abusos sexuales es la soledad. La soledad y el aislamiento. Lo tenemos todo en contra. Incluso a nosotros mismos"
"No es extraño que las drogas, el alcohol o los ansiolíticos sean el recurso más fácil para lograr la reducción de la ansiedad y la angustia con la que tenemos que lidiar cada día"
"Qué puede pasarse por la cabeza y el corazón de una víctima de violación cuando se utiliza el sufrimiento y el dolor para lograr una nulidad, humillando, aunque ello suponga la humillación más descarnada"
"Si hay algo que define la vida de las víctimas de abusos sexuales es la soledad. La soledad y el aislamiento. Lo tenemos todo en contra. Incluso a nosotros mismos"
"No es extraño que las drogas, el alcohol o los ansiolíticos sean el recurso más fácil para lograr la reducción de la ansiedad y la angustia con la que tenemos que lidiar cada día"
"Qué puede pasarse por la cabeza y el corazón de una víctima de violación cuando se utiliza el sufrimiento y el dolor para lograr una nulidad, humillando, aunque ello suponga la humillación más descarnada"
"Qué puede pasarse por la cabeza y el corazón de una víctima de violación cuando se utiliza el sufrimiento y el dolor para lograr una nulidad, humillando, aunque ello suponga la humillación más descarnada"
En un ejercicio doloroso pero necesario de sanación, Teresa Conde relata los dos ‘infiernos’ de su vida: Violada durante dos años por un fraile trinitario cuando tenía 14, revictimizada en la sentencia de nulidad que consiguió su ex marido, hermano del actual vicario judicial de Compostela, y en la que se utilizó el historial clínico de ella, sin su permiso."Un documento urdido por la familia de mi ex marido: él era el demandante, los testigos, su hermana y el marido de su hermana. El otro hermano ya era vicario judicial de Santiago de Compostela cuando se firmó tal sentencia", explica.
Y reabriendo sus heridas, añade: "Qué se puede sentir cuando la persona con la que has convivido 18 años y con la que has tenido tres hijos pone en manos de la institución que te violó la información médica. El daño es insoportable".
Éste es su desgarrador relato:
"La iglesia católica, la iglesia que arrasó mi cuerpo y mi vida desde los catorce años, practica con toda impunidad la misoginia, el machismo y la falta más absoluta de humanidad. Recogiendo las palabras que ellos mismos vierten en la sentencia de nulidad matrimonial dictada en 2009 por la vicaría de Santiago de Compostela, queda a las claras la capacidad de dañar, humillar y destruir, si ello fuera necesario, a una mujer, por el mero hecho de haber tenido la osadía de divorciarse del hermano del vicario judicial de esta ciudad.
“El conocía (se refiere a mi exmarido) que ella tenía un grave problema de relación con su madre, porque habría consentido una relación que ella tachaba de violación por parte de un religioso amigo de ella”. Yo tenía 14 años. El violador, 42. Era un fraile trinitario, director del colegio de esa orden que frecuentaba mi casa. La casa de mi familia. Mi exmarido conocía al violador.
En esa mentalidad espantosa en que nos educaban a las mujeres, me sentí en la necesidad de contar ese episodio al que era entonces mi novio por entender que podría ser una razón para que él no quisiera contraer matrimonio conmigo. De modo que el entonces mi marido lo conocía, al punto de que prohibió que mis hijos coincidieran con abusador, si se presentaba en casa de mis padres. Por supuesto, había dejado claro a mi madre (sin dar la razón) que en absoluto se atreviera a hacerle coincidir con el abusador en momento alguno.
La imagen física del violador era peculiar. Caminaba dando pasos breves, como dando brinquitos, lo que llevó al alumnado a apodarlo “el pingüino”. Escondía su sadismo detrás de su apariencia afeminada que él mismo reconocía. Conducía un seat 600 amarillo que no he podido borrar de mi mente: fue el lugar en que sufrí el primer ataque.
Aquel día pensé que iba a morir, me ahogaba, no podía defenderme de su cuerpo en un espacio tan reducido y ello supuso una fractura en mi cuerpo y mi vida, que se transformó en una tortura. Una tortura física y psíquica que duró algo más de dos años, en que este personaje entraba y salía de mi casa, comía, cenaba, asistía a todo tipo de celebraciones y se permitía el lujo de opinar sobre la educación que mis padres debían darnos.
La relación con mi familia duró muchos años más, después de que los abusos finalizaran, y no solo la relación del propio pederasta, sino también la de su hermana. Mis padres visitaron Navarra y conocieron a su familia. Tal era la confianza que existía.
No es algo extraño: cuando se forma parte de una familia de clase baja, en que los hijos son los primeros que pueden estudiar, se valora sobremanera a alguien a quien se cree culto y con autoridad moral. Tal era la situación de mis padres. Lo que nunca puede imaginar tal familia es que hemos sido elegidos: los pederastas eligen las víctimas idóneas. Invaden espacios, tiempos y cuerpos generando una desolación de la que nos hacen responsables, culpables.
“Esto no se lo puedes contar a la señora Mere, esto es entre nosotros”. La señora Mere es mi madre, una mujer de su tiempo que nos educó en la sumisión, la obediencia, el silencio…si eres mujer. En fin: contexto perfecto para que hablar fuese imposible.
De hecho, si no me hubiese obligado la necesidad a hacerlo, estoy segura de que habría quedado oculto en mi cabeza: pero la situación se hizo insostenible. Cuando me divorcié y, huyendo de mi exmarido, volví a Salamanca, mi madre me comentó que el violador había obtenido traslado a mi misma ciudad. No pude soportarlo. Otra vez huir. Volver a empezar.
Me armé de valor, no sin una vergüenza horrenda y un terror incalificable y hablé con mi padre. Mi padre, con mi madre y ésta con el superior de los PP Trinitarios de aquel tiempo (era el año 2007). He de creer que este señor habló con el pederasta y que éste confesó. Lo cual no supuso a nivel legal nada de nada. El cura no vino a Salamanca y aquí terminó todo. No hubo petición de perdón, no hubo ponerse a mi disposición, no hubo preguntar cómo vivía y si necesitaba algo.
Y aquí incluyo a todos los intervinientes: ni la iglesia ni el pederasta ni los encubridores, que lo eran desde ese momento, ni mi familia. De hecho, si hay algo que define la vida de las víctimas de abusos sexuales es la soledad. La soledad y el aislamiento. Lo tenemos todo en contra. Incluso a nosotros mismos.
No es extraño que las drogas, el alcohol o los ansiolíticos sean el recurso más fácil para lograr la reducción de la ansiedad y la angustia con la que tenemos que lidiar cada día. Nos cuesta encontrar empleo y nos cuesta mantenerlo. El sufrimiento no ayuda. Y además, esto da argumentos a la iglesia que considera que el anormal comportamiento de las víctimas es razón por la que contamos lo que contamos y no consecuencia de lo soportado por los miembros que ella encubre.
No fue mi caso: mi mente generó una disociación en que los libros, la música y el estudio crearon un mundo racional, sensato, bello y controlable. Ello me llevó a lograr una plaza de funcionaria como profesora de filosofía, actividad esta que da sentido a mi vida. Adoro a mi alumnado. Creo que es mutuo. Desde que pude ser una mujer autónoma, desde que pude huir del terror, desde que me alejé de todos los hombres que aplastaron mi iniciativa, mi personalidad, mi carácter, mi cuerpo y mi vida, me puedo considerar una mujer serena y luchadora.
Todo ello con la ayuda de la medicación y la terapia. Terapia en la que llevo tanto años como de vida laboral. Tengo claro que mi alumnado y mis hijos, tienen derecho a tener una madre serena y compasiva, empática que no permita el sufrimiento banal, estúpido, psicopático, siempre que sea posible.
Por si todo esto no fuese suficiente, cuando comencé a tener la valentía de contar mi caso,pensé que posiblemente la nulidad matrimonial que había logrado mi marido, incluyera algún detalle que pudiera ayudarme. Lo que jamás imaginé era que se trataba de un documento urdido por la familia de mi exmarido: él era el demandante, los testigos su hermana y el marido de su hermana. El otro hermano ya era vicario judicial de Santiago de Compostela cuando se firmó tal sentencia. Por cierto: me dieron por informada. Me costó un esfuerzo inhumano lograr el texto. Hay que entender por qué.
Entre las lindezas que he tenido que leer y que apuntan más al maltrato de nuevo y a la humillación de una víctima, que sabían que lo era, están las siguientes: “La señora Conde durante el noviazgo y posterior matrimonio fue inmadura, egoísta, egocéntrica y solo pensó en su satisfacción personal”.
Esto lo dice un psicólogo que no me vio en su vida, pero que ha tenido acceso a mi historial clínico, lo cual aparece definido como prueba B, en página 6: “Copia del historial clínico-psicológico del hospital clínico de Salamanca de Doña María Teresa Conde Santos, 44 folios manuscritos que contienen las numerosísimas entrevistas tenidas con su psiquiatra, desde agosto de 1985 hasta el 7 de agosto de 1989”.
¿Es legal (decente no) que una persona aporte la documentación clínica manuscrita a un tribunal sin permiso de la interesada? ¿Cómo se accede a esto? En fin: qué puede pensarse, qué puede sentirse. Qué puede ponerse en palabras, sin dolor…nada. Qué puede pasarse por la cabeza y el corazón de una víctima de violación cuando se utiliza el sufrimiento y el dolor para lograr una nulidad, humillando, aunque ello suponga la humillación más descarnada.
Qué se puede sentir cuando la persona con la que has convivido 18 años y con la que has tenido tres hijos pone en manos de la institución que te violó la información médica. El daño es insoportable. La iglesia me ha obligado a ser más valiente de lo que jamás imaginé. Me ha obligado a defenderme como ser humano. Como mujer, por supuesto.
Los aspectos que aparecen en la nulidad dejan a las claras la misoginia enfermiza que practican. La falta de caridad cristiana que practican. La maldad extrema que practican, amparados por la creencia de ser representantes de Dios en la tierra. Qué espanto. Qué hipocresía. Solo me queda plantearles una pregunta: ¿cuánto vale para la Iglesia una vida rota? Creo que han malinterpretado aquello de 'dejad que los niños se acerquen a mí'".
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