"Ni una llamada, ni una notita de aliento, ni un solo encuentro" La carta de un párroco madrileño al cardenal Rouco poco antes de morir de cáncer

(Antonio Aradillas).- Valeriano Taboada Canes, "Vale" para familiares, feligreses y amigos, -"sacerdote, músico y profesor de Magisterio"-, nació en Ferreras de Abajo, en la provincia de Zamora. A los 66 años murió en Alpedrete, después de haber sido su párroco desde 1995 a 2002. Sus cenizas, "esperan la resurrección" al pié del altar que preside el cementerio de la localidad madrileña.

"Lo mejor está por llegar" es el título de las "Memorias" publicadas a su muerte por sus amigos, "en Gráficas Chiqui de San Lorenzo de El Escorial", destacándose en su contraportada que "los beneficios de la venta de este libro irán íntegramente destinados a la Asociación Española contra el Cáncer".

En el índice de la autobiografía, la palabra "cáncer" aparece en estremecedores capítulos con sacrosanta y redentora mención, como los referidos a los oncólogos, al paciente, primera intervención, postoperatorio, quimioterapia en diversidad de etapas, tres en uno, el P.E.T., el cáncer es dolor, el cáncer es plegaria...

Valeriano agradece "su constante y delicada labor a los profesionales que me atendieron en el hospital de Montepríncipe, a mis familiares por compartir en todo momento mis sufrimientos, a matrimonios y amigos por hacer tantas veces de samaritanos en el camino, a las Religiosas Esclavas de la Eucaristía por ofrecerme su casa y su tiempo generosamente y a todos los miembros de las Comunidades que he tenido el honor de presidir..."

Los contenidos sustantivamente pastorales de la continuada y dolorosa celebración de la misa en su Calvario del cáncer, los concretó así "Vale": " Nosotros somos solo testigos y nuestra tarea es anunciar, proponer y predicar tal y como Jesús lo hacía; no por la fuerza, sino por libre invitación; no con la violencia, sino con el amor; no con el engaño, sino con la verdad; no de cualquier modo, sino con justicia; no planteando guerra, sino con la paz. Como Dios quiere, pero al estilo de los hombres, porque Dios sigue necesitándonos..."

En tiempos "canonizadores" tan polémicos como los que vivimos, ¿hacen falta "milagros", procesos que sigan los pasos y ritmos estatuidos por las correspondientes Congregaciones Romanas, politiquerías curiales y "Causas de los santos" para reconocer que este párroco rural y otros merecen ejercer de mediadores "oficiales" ante Dios y de ejemplos para el pueblo de Dios?

UNA CARTA

Conocí y traté personalmente a Valeriano, párroco de Alpedrete. En varias ocasiones comprobé que la tristeza, que aumentaba aún más la infinitud de su dolor, se fundamentaba en el comportamiento que los representantes de la jerarquía eclesiástica mantenían en relación con su enfermedad. Me hizo llegar copia de una carta dirigida al Cardenal Arzobispo de Madrid, de la que por cierto no aparece constancia en la recopilación que hicieron de sus escritos en las 140 páginas de las "Memorias" tituladas "Lo mejor está por llegar".

Sin otra intención que la del respeto a la historia, y más a la que se intitula eclesiástica, y como explicación al extraño silencio de los comportamientos "jerárquicos", que observa "Vale" en el honroso y sentido capítulo de sus agradecimientos, me limito a transcribirla.

"Alpedrete, a 4 de noviembre del 2,002. Excmo. Sr. Don Antonio María Rouco, Cardenal Arzobispo de Madrid.

Excmo Sr.: Con fecha 09.X .02, le remití una carta exponiéndole mi situación sanitaria y la necesidad de un apoyo humano. Con fecha 19.X. 02 recibí la contestación que me pareció vacía, insustancial, rayando el insulto verbal, el desprecio y hasta el sarcasmo, hacia un enfermo grave.

"Sabía de su enfermedad y la seguí en la cercanía..." Tengo la presunción de todo lo contrario, porque la única fuente de información la recibe de ese señor, vengativo y deshumanizado, trepador mitral, que mantiene en la VII, quien jamás me visitó como enfermo.

No creo ni en su oración ni en su preocupación, porque le considero el dueño de los pastos que ignora a sus pastores, o el poseedor de peceras que no tomó el remo para acompañar a los remeros, sobre todo a los enfermos...Tres años y medio me avalan: ni una llamada, ni una notita de aliento, ni un solo encuentro, estando, en multitud de ocasiones, a cinco minutos de mi casa. Y, de sopetón, con apariencia paternal: "Lo más importante es que cuide su salud..." ¿Cómo y con qué medios?

A estos le siguen unos circunloquios místicos, vacíos de contenido: "Que viva la enfermedad con espíritu..." Pensé que ya no quedaban tontines a quien dirigirlos.

Señor. Nací hombre, cuando Cristo me llamó seguí hombre; cuando me exigió, seguí hombre; cuando me amarró a su cruz como Cirineo, sigo siendo el hombre que pide el "que pase" antes que el "hágase" del huerto. Asimilé mi enfermedad con valentía, formé con ella un maridaje sin divorcio, está siendo muy duro, pero la oración de la Comunidad me aúpa y Vd., a estas alturas, pretende hablarme de mojigangas disfrazadas del medioevo.

Termina su carta con un vacío humano que me hirió: "Lo demás ya se irá encauzando..." Es como decirme: por haber humillado a uno de los nuestros, soporte la apisonadora de la soledad, del dolor, hasta que el tiempo le aplaste...

Ese tiempo terminó, Sr. Hasta aquí he podido llegar porque mi salud se termina. Le aseguro que he sido siempre muy feliz en mi Ministerio y procuraré seguir sembrando mi granito de ofrenda diaria.

Attm. Valeriano Taboada Canes, Párroco".

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