La Gramática de la Sencillez
Nos recuerda el sucesor de Pedro que estamos llamados a ser una iglesia “capaz de darle calor al corazón de la gente” y esa capacidad es fruto del retorno pero también la protección de lo esencial del mensaje cristiano, que suele verse tan amenazado de apariencias sumamente formales, de redacciones complejas, de rituales que si bien albergan una enorme riqueza simbólica, su significado es poco accesible para el hombre de hoy. Nuestro Pontífice nos pide no ser una iglesia autorreferencial, centrada solo en sí misma, lo que significa que no podemos pensar que es la gente la que tiene que acercarse, la que tiene que valorar nuestros tesoros y aprender nuestras tradiciones para reconocer el significado de nuestras prácticas. Eso es exigir demasiado requisito de entrada, nunca el Reino fue concebido así.
La Gramática de la Sencillez implica la recuperación de lenguajes más universales, más básicos, de palabras más sencillas. Es impresionante como las facciones que más adversas se muestran al pontificado de Francisco se expresan en términos tridentinos que ningún creyente de a pie logra comprender. Ni siquiera se trata de que su propósito sea confundir, o que esperen asegurarse el monopolio del conocimiento, se trata de que realmente creen que a la fe le corresponde una terminología compleja, que sin erudición teológica no es posible creer. Pero el evangelio es una fuerza que se ha revelado a los sencillos, que ha sido expresada en la más espontánea narrativa, en la poesía más universal: “un hombre tenía dos hijos…”, “una mujer perdió una moneda…”, “Salió un sembrador a sembrar…”, “Yo soy el pan de la vida…”, “yo soy la luz del mundo…”, “hay más alegría en dar…”, “hago nuevas todas las cosas…”.
Evangelizar en el mundo de hoy pasa por hacer ejercicios muy franciscanos, del Santo y del Papa también. Será imposible evangelizar en un mundo tan consumista y tan comercial si nuestra lógica económica es la misma, si en nuestra escala de valores la comodidad, el confort y el poder adquisitivo tienen un lugar por encima de las necesidades de los simples. Hay que poner las cosas en su lugar, y dejarle al César eso que tan importante considera el César, y a dios darle todo lo realmente importante, pues todo le pertenece. Podremos anunciar la buena nueva si llevamos el corazón ligero, sin pretensiones de fama o de reconocimiento, si estamos dispuestos a ser olvidados dejando un mensaje inolvidable. Estaremos listos para ser de nuevo sal en esta tierra si cambiamos nuestra lógica autocomplaciente, si dejamos de creernos y sentirnos el centro del mundo, y ponemos el centro en donde Jesús lo ha puesto: en las periferias de los excluidos, eso no solo nos pondrá los tobillos en marcha como Abraham, sino que nos hará desinstalarnos de esta comodidad litúrgica y doctrinal tan perfectamente rubricada pero tan inaccesible a los analfabetas. En el Reino todos entienden.
Formas, lenguajes, rituales, enseñanzas y un día, quizá, hasta las formulaciones dogmáticas y las estructuras jerárquicas tendrán que ir recuperando la gramática de la sencillez, la que le da al grito de la pascua su carácter de fuego capaz de calentar corazones rotos, la que le devuelve al anuncio del evangelio su luminosidad para devolver la vista a quienes viven en la terrible oscuridad causada por las sombras del egocentrismo, de la marginación. Así y solo así, muchos podrán encontrarse con el rostro alegre y siempre bondadoso de Jesús, ese de quién decían: ¿Quién es este que no habla como los escribas ni los maestros de la Ley?, ¿Acaso no es galileo este maestro al que todos le entienden?