De Insatisfacciones y Esperanzas
El desierto a su vez dirige nuestra mirada a nuestra insatisfacción y nuestra esperanza. Los que caminan lo hacen huyendo de aquello que les resulta insoportable, con la certeza de que es auténtica la promesa. La cuaresma es hartarse de una vida a medias, pero es también inspirarse en lo extraordinaria que puede llegar a ser. El desierto es una realidad transitoria y constante a la vez. Transitoria porque cuando amamos de verdad la vida, nos apresuramos a que la nuestra no sea un experimento fracasado, y vamos dejando atrás fallas, defectos, pecados, situaciones que nos quitan la libertad y nos impiden amar. Constante porque nunca podemos pensar que ya llegamos del todo, porque siempre hay una parte de hombre viejo pidiendo que regresemos, porque a veces la costumbre nos hace dudar de la promesa. Porque dios nos alcanza siempre de camino.
El desierto también nos recuerda que nos encanta ser seducidos y que ser tentados es lo más tentador que existe. Que muchos huimos, no de la esclavitud sino de la propia unicamente, con la ilusión de ser dueños de las vidas de otros. Que de las tiranías solo nos molesta que las padezcamos cuando en realidad queremos ejercerlas. Que todos estamos siempre a un milímetro de jugar con la vida de los otros, y que nos encanta poner reglas que hagan que nuestro juego parezca legítimo y el de los demás inmoral.
Se nos recuerda hoy que vivamos la vida en un permanente conversar con dios, en un dejarle saber que contamos con él y que nos disponemos para que cuente con nosotros. Se nos recuerda que orar es mucho más que repetir fórmulas (El rezo es un retroceso de la oración decía Monseñor García), es mucho más que decir palabras de elocuencia religiosa con los ojos cerrados, es tener intimidad con dios.
Se nos recuerda también que acojamos como nuestras las carencias de los pobres, que de lo nuestro hagamos posible días con menos hambre y menos frío para ellos. Quien lo pide sabe que todos tenemos algo para dar, que no solo el dinero sino el tiempo o el talento se pueden poner en las manos de los otros para que con ello salgan de sus apreturas. Que ninguna superioridad ficticia nos aleje de interesarnos de verdad por quienes nos necesitan. Que la ceniza se hace mancha en la frente de quien no tenga deseo de partirse por el otro.
Se nos recuerda por último que ninguna práctica religiosa ha sido pensada para convertirla en una exhibición. Así como las huelgas de hambre se convirtieron en una señal de penitencia y de plegaria, ya no ante el rey sino ante el creador, todos los hábitos personales y sociales de nuestra vida pueden ser una expresión de espiritualidad, pero ninguna con la intención de hacer de ésta un distintivo, un uniforme o un privilegio.
Pero tal vez hay algo que no siempre se nos recuerda y que aparece como línea central de aquel discurso de Jesús en el evangelio de Mateo, en la montaña en la que pronunciaba la nueva ley que superaba la antigua y la hacía caduca: que el Padre nos mira, nos escucha, nos encuentra en lo secreto. No atravesamos el desierto porque hagamos mucha oración, sino porque aún en las cosas que no decimos somos escuchados por quien nos tejió el alma. No alcanzamos la promesa porque hagamos muchas obras de caridad, sino porque hay quien conoce nuestras carencias y responde a ellas con la generosidad con la que hizo las estrellas. No superamos nuestras miserias y esclavitudes porque hagamos muchos ayunos y abstinencias, sino porque quien nos ama sabe lo que necesitamos antes de que nos demos cuenta que lo necesitamos y quiere vernos plenos, alegres y perfumados del aroma de su alegría.
Es Cuaresma. Podemos huir de una vida a medias y perseguir la promesa de la plenitud.