Pospiedad I
No es verdad que un santo tenga una especialidad en la intercesión por determinada situación y otro santo no. No es sincero hacerlo creer sosteniendo leyendas supersticiosas sobre esos amigos de dios.
No es verdad que hacer una novena a una particular devoción de Jesús o de María obtenga más y mejores beneficios celestiales que otras oraciones. No es sensato escribir tanto folleto de rezos con esa promesa.
No es verdad que comprar una botellita de aceite bendecido por el padre X o el padre Y tenga un efecto sanador cuando se unge a los familiares enfermos. No es decente hacer de la necesidad de creer una entrada extra en la contabilidad.
No es verdad que lo más importante en la vida de determinado santo sean los fenómenos sobrenaturales que nos contaron sus biógrafos. No es serio insistir en que no hay santidad en la normalidad de lo cotidiano.
No es verdad que la principal razón para tomarse en serio la eucaristía sean unos sucesos paranormales que nos llegan por toda clase de relatos sospechosos. No es teológico reducir el sacramento a un episodio mágico.
No es verdad que en determinados lugares en los que se celebran algunos acontecimientos de la vida de Jesús o sus apóstoles hayan pasado objetiva e históricamente esos acontecimientos. No es entendible que de las tradiciones solo mantengamos aquellos detalles legendarios que sostienen una historicidad innecesaria para lo que allí se propone vivir.
No es verdad que los lugares de peregrinación concentren una mayor porción de la presencia de dios que cualquier otro lugar de la creación. No es sincero promover el turismo religioso con supersticiones asociadas a concederles poderes a los santuarios por sí mismos.
No es verdad que determinadas costumbres y rituales tradicionales sean efectivos para resolver problemas específicos de la realidad. No es lógico enseñar que la religión crea atajos ante la adversidad.
Rituales, procesiones, romerías, rezos, fórmulas, devociones, leyendas de santos, e incluso algunas de las afirmaciones más categóricas del catolicismo institucional son expresiones que tal vez respondieron a las condiciones de los tiempos en los que surgieron, generalmente como respuesta a manifestaciones culturales y religiosas de los pueblos a los que iban llegando la oleadas de evangelización - en el mejor de los casos - o de expansión imperial impositiva - en el peor - que no pertenecieron a las prácticas de la religión de los primeros cristianos, y que ya no tienen relación alguna con las formas, estéticas, códigos de comunicación, ni símbolos que convocan a las personas del siglo XXI. Si la cultura religiosa católica en algún punto adoptó y respondió específicamente a las condiciones de una época, ¿por qué no podría hacerlo de nuevo? ¿Podríamos hacer que el catolicismo entrara en una era de pospiedad, mucho menos clerical, menos supersticiosa o mágica, despojada de animismos, capaz de convocar a los seres humanos hacia unas convicciones de vida que superen prácticas carentes de significado teológico, o cargadas de un significado añejo, anacrónico y caduco?
Jesús y el cristianismo de las primeras generaciones significaron una evolución y una ruptura con las prácticas de piedad del Judaísmo que les precedía. Su única devoción fue la fraternidad, una expresión comunitaria en la que las prácticas de solidaridad y de misericordia hacia todos, con preferencia a pobres y excluidos, significara la realización de la justicia capaz de portar la paz, la realización del Reinado de dios entre los seres humanos. Las oraciones, himnos y algunos puntos de partida de lo que serían posteriormente las liturgias cristianas no ocupan un lugar central en la configuración del primer cristianismo - su religión no consistió en hacer en domingo lo que antes hacían en sábado - sino que son instrumentos de poderosa transmisión del mensaje de Jesús y de la experiencia de la comunidad que era el reflejo viviente de su propuesta para el mundo.
Necesitamos que al cristianismo del siglo XXI le llegue la pospiedad.