Un día dirán que no existió Oscar Romero
Le harán homenajes y le dedicarán homilías esos que de los pobres solo conocen su mención en Puebla y siempre logran reducirla a recordar que hay una oficina de pastoral social y allá se atienden sus asuntos. Y lo harán porque dejarlo ser él mismo en la memoria de los pueblos es sumamente peligroso, porque les obligaría a preguntarse porque no fueron ellos oposición real a ninguna tiranía, porque se dedicaron a cultivar la piedad de sus fieles mientras a esos fieles los explotaban, los excluían, los masacraban. Porque les haría rendir explicaciones al pueblo que generosamente les asiste a sus eventos sobre porqué ante los poderosos callaron, se instalaron, se adormecieron. Sobre porqué aceptaron un Vaticano rancio y odioso, unas instrucciones serviles que despreciaban a ese pueblo laico, una doctrina hecha para que las cosas queden tal y como están, cuando era posible resistir y rebelarse, aunque eso costara el odio de los jerarcas y la sentencia de aquellos poderosos.
Sentados en sus mesas inaccesibles para la viuda y el huérfano, ese clero que dicta lo que puede y no puede pasar en las parroquias, se sentarán a decir en voz baja que Oscar Romero fue un exagerado y que a éste Papa le va a salir mal eso de andar canonizando causas tan ambiguas, pero que al menos sigue hablando del demonio como debe ser.
A menos que nosotros mantengamos intacta la memoria, y despierta la búsqueda de éste hombre imposible de imaginar, audaz en las palabras, valiente en la dignidad, que encarnó la resistencia, que entendió que cada página de la escritura es revolucionaria y que supo que no se puede ordenar el sufrimiento de los pobres como un punto de la agenda. Que los seres humanos violentados son la inaplazable prioridad.
A menos que nosotros, como ha sido nuestro deber hacerlo con Jesús, nos riamos de las fake news que le han de inventar y le anunciemos al mundo y a la iglesia que hubo un señor en centroamérica al que mataron por defender a los hijos de dios a los gritos, por dedicarles su vida aún a pesar de los regaños y el desprecio de Roma, y por negarse a que su ministerio consisitiera en escribir declaraciones inútiles contra una porción convenientemente elegida de las injusticias.
Aunque eso a todos nos haga sonrojar de vergüenza por tanto que nos hace falta, y por la indulgente sonrisa con la que aprobamos que nuestros jerarcas no sean como él.