El arzobispo de Viena,
Christoph Schönborn, se está destacando en los últimos meses por un inusitado protagonismo. Ha sido el primero en
acompañar a Benedicto XVI en su política de "tolerancia cero", generando una corriente de apoyo al Pontífice y a medidas más restrictivas contra la pederastia. También ha desatado la polémica al acusar al ex secretario de Estado,
Angelo Sodano (que, por cierto, será legado pontificio en el próximo Congreso Eucarístico Nacional que se celebrará en Toledo del 27 al 30 de mayo), de obstruir las investigaciones sobre pedofilia en la Curia, así como de
engañar a Juan Pablo II con Pinochet y los Legionarios de Cristo. Ahora, reconoce que entiende las
preocupaciones sobre el celibato sacerdotal. "Estoy feliz de estar en una iglesia en la cual hay libertad de expresión y de opinión", dicen que ha dicho. Estaría muy bien que fuera cierto. Que Schönborn está en la rosa de papables no es un secreto. Que suscita tantos apoyos entre la base y en el mundo laico como odios encontrados entre la más rancia ortodoxia, tampoco.
La profecía de San Malaquías amenaza con hacerse realidad en caso de que Schönborn acceda al solio pontificio. Serían muchos, y muy poderosos, los que no tolerarían un Pontífice que cambiara la Iglesia. Ya les cuesta aceptar la valiente postura de Benedicto XVI sobre los abusos sexuales... Una historia que me sigue recordando demasiado a la de
Adriano VI, el Papa que pudo -y al que no dejaron- parar el cisma de Lutero.
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