Decenas de miles de fieles acompañan a Francisco en su Semana Santa más dura El 'santo pueblo de Dios' levanta a un Papa postrado por el dolor
"El pueblo cogió a su hermano Bergoglio, derrotado en lo físico, y volvió a llevarlo en hombros para liderar, junto a él, un nuevo proceso de conversión en la Iglesia. Un proceso, que ojalá esta vez, vuelva a llevarnos más cerca de Jesús. Del que ya no está en la cruz, porque ha resucitado"
"50.000 fieles en Domingo de Ramos, más de cien mil el Domingo de Resurrección, 80.000 este lunes en su encuentro con adolescentes. Las imágenes del papamóvil recorriendo las avenidas pobladas de gente, el rostro del Papa sonriendo entre la multitud, nos han traído a la memoria los primeros años del pontificado y, especialmente, los tiempos anteriores a la pandemia"
"El pueblo responde (...). Porque tiene dentro de sí el Evangelio, tantas veces encerrado y custodiado por los que se decían 'guardianes de la fe' y que, como en la parábola del Buen Samaritano, pasaron de largo al ver al hermano caído"
"El pueblo responde (...). Porque tiene dentro de sí el Evangelio, tantas veces encerrado y custodiado por los que se decían 'guardianes de la fe' y que, como en la parábola del Buen Samaritano, pasaron de largo al ver al hermano caído"
Un Papa dolorido, atornillado a la silla, teniendo que sentarse en mitad de la bendición Urbi et Orbi o en los saludos desde el papamóvil, sin poder postrarse ante la Cruz en Viernes Santo. Francisco ha portado su particular cruz dolorosa esta Semana Santa. La gonalgia ha dado muchos quebraderos de cabeza a un Bergoglio acostumbrado a arrollar con su presencia y que, en esta ocasión, ha dado muestras evidentes de fatiga, y de vulnerabilidad.
Y, sin embargo, en esta Semana Santa de 2022 el 'santo pueblo de Dios' ha vuelto a resucitar en la plaza de San Pedro. 50.000 fieles en Domingo de Ramos, más de cien mil el Domingo de Resurrección, 80.000 este lunes en su encuentro con adolescentes. Las imágenes del papamóvil recorriendo las avenidas pobladas de gente, el rostro del Papa sonriendo entre la multitud, nos han traído a la memoria los primeros años del pontificado y, especialmente, los tiempos anteriores a la pandemia.
El mismo lugar, el mismo Papa que, en solitario, asumía los dolores del mundo en la histórica Statio Orbis del 27 de marzo de 2020, veía cómo ahora, en su momento de sufrimiento, eran los fieles los que lo levantaban, los que 'resucitaban' con él en mitad de la plaza mayor de la Cristiandad. Todo un símbolo de lo que tiene que ser la sinodalidad, de los pastores que a veces van delante del pueblo, otras detrás, siempre al lado... y, en ocasiones, son llevados por el santo pueblo de Dios.
Sin silla gestatoria que haga falta. Con el poder de la ilusión, para dolor de bilis de algunos que durante los meses más duros de la pandemia se vanagloriaban de ver la plaza de San Pedro vacía, y que ahora callan como lo que son, sepulcros blanqueados. Con el poder de la fe, del Evangelio. Con esa sensación de querer 'resucitar', también como Iglesia, frente al sufrimiento, la guerra, los pecados de la institución.
Entramos en tiempos de reforma, en 'los tiempos' de la auténtica reforma, que se viene pergeñando desde que el 13 de marzo de 2013 Jorge Mario Bergoglio fuera elegido sucesor de Pedro y pidiera la bendición del pueblo, presente en aquella histórica noche romana en la que, de repente, dejó de llover. Hoy, nueve años después, con la reforma de la Curia a punto de entrar en vigor (5 de junio), y con un proceso sinodal abierto, el pueblo responde. Porque siempre lo hace. Porque tiene dentro de sí el Evangelio, tantas veces encerrado y custodiado por los que se decían 'guardianes de la fe' y que, como en la parábola del Buen Samaritano, pasaron de largo al ver al hermano caído.
El pueblo no. El pueblo cogió a su hermano Bergoglio, derrotado en lo físico, y volvió a llevarlo en hombros para liderar, junto a él, un nuevo proceso de conversión en la Iglesia. Un proceso, que ojalá esta vez, vuelva a llevarnos más cerca de Jesús. Del que ya no está en la cruz, porque ha resucitado. Pese al dolor, pese a la guerra, o precisamente por el dolor y por la guerra. Porque hoy hace más falta que nunca.
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