Años 30-35 d. C. División y expansión del judeocristianismo desde Jerusalén

(18-05-2021. 1178)

Orígenes del cristianismo
Escribe Antonio Piñero

Las pp. 16-19 del prólogo de X. Pikaza al libro de E. Trocmé, “La infancia del cristianismo” (Trotta, Madrid, 2021) presentan para mí una pintura de la situación con alguna pequeña dificultad, pero no sé si estas se deben a  E. Trocmé, es decir, Pikaza está asumiendo los presupuestos de este, los comparta del todo o no. Adelanto que las dificultades no son esenciales.

Ya dije en la postal anterior que según el texto que comentamos el grupo de los helenistas (de los dos en los que se dividió la comunidad de Jerusalén helenistas eran “partidarios de una reinterpretación del mesianismo judío a partir de la creencia en la resurrección de Jesús”. No lo veo claro, después de leer un montón de veces el discurso de Esteban antes de morir presentado en Hch 7,2-56.

Mi opinión sobre el conjunto de este discurso (ruego a los lectores que lo busquen en su Nuevo Testamento), es contraria a lo que  pretenden diversos comentaristas. No veo en él por ninguna parte ninguna “reinterpretación del mesianismo judío a partir de la muerte y resurrección de Jesús” en este discurso, repito en este discurso. Sí puede haberlas más tarde.

En el discurso de Esteban salvo las acusaciones genéricas del final (vv. 51-53), no se percibe ataque alguno serio contra el judaísmo, el Templo (salvo quizás el v. 48), o la Ley, sino todo lo contrario a lo largo del desarrollo, aunque el “cristianismo” del responsable de este parlamento de Esteban, el autor de Hechos, esté ya alejado de la sinagoga y del culto a un templo, por otro lado ya destruido.

 Cualquier esenio de la época se habría manifestado por lo general más duramente contra el judaísmo de su tiempo que lo que aparece en este discurso (salvo el v. 48). Por otro lado, no hay respuesta directa alguna de Esteban a las tres acusaciones vertidas contra él en 6,11 («Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios»); 6,13: «Hablar contra el lugar santo y contra la Ley»), y 6,14 (sostener que Jesús dijo que «destruiría ese lugar y cambiaría las costumbres que transmitió Moisés»).

Vayamos al v. 48 en su contexto amplio vv. 43-50

“Nuestros padres tenían el tabernáculo del testimonio en el desierto, tal como ordenó el que dijo a Moisés que lo hiciera según el modelo que había visto. 45 Nuestros padres lo recibieron como herencia y lo llevaron con Josué cuando ocuparon la tierra de los gentiles, a los que Dios expulsó de la presencia de nuestros padres hasta los días de David; 46 este halló gracia ante Dios y pidió obtener una morada para la casa de Jacob. 47 Pero fue Salomón el que edificó una casa para él, 48 aunque el Altísimo no habita en casas hechas por manos humanas, como dice el profeta: 49 «El cielo es mi trono, y la tierra el escabel de mis pies. ¿Qué casa me vais a edificar –dice el Señor– o cuál es el lugar de mi descanso? 50 ¿No es mi mano la que ha hecho todas estas cosas?»”.

Esteban señala el contraste entre el tabernáculo de la reunión, que agradaba a Dios y que había sido construido según sus indicaciones (v. 44), mientras que el templo en Jerusalén no era de su total agrado. Así, David no pudo construirlo (vv. 46-47; solo Salomón: 1 Re 5,19); además, el Altísimo no habita en casas hechas por manos humanas (v. 48). Aquí sí puede haber una crítica contra el Templo, más dura incluso que la de los esenios y que la de Jesús mismo: ambos deseaban un templo puro, pero no cuestionaban su valor, de modo que llegaran a pensar que era mejor que no se hubiera edificado. Se prepara así una idea judeocristiana que hallará una expresión muy clara en Jn 4,21-23: «Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre… llega la hora (ya estamos en ella) en la que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren».

Ahora bien, en el momento presente del discurso Esteban no hace más que repetir la opinión de Isaías 66,1-2: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde está el lugar de mi reposo?  Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Yahvé pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla ante mi palabra”. 

Si se sigue analizando Hechos desde el cap. 8 hasta 11,19-21,

“Y los que habían sido esparcidos por causa de la persecución que se levantó con motivo de Esteban, anduvieron hasta Fenicia, y Chipre, y Antioquía, no predicando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos.  Y de ellos había unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron a los griegos, predicando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos; y gran número creyó y se convirtió al Señor”, 

verá pocos impulsos para predicar la buena nueva de Jesús a los paganos, salvo en el episodio de Felipe y el eunuco de  la reina de Etiopía (Hch 8,26-40). En este cap. 8 Felipe, el diácono helenista (no el apóstol), convierte al eunuco al judeocristianismo. La razón sí es pertinente para la reinterpretación de la muerte de Jesús como un mesías sufriente, pues aplica a su muerte la cita de Is 53,7-8LXX. El v. 8 en el texto hebreo se lee algo muy diferente: «Tras prendimiento y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa de él? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido».

Ciertamente el judeocristianismo primitivo leyó este pasaje en griego y lo que sigue como una predicción de la pasión y resurrección del mesías, Jesús. Se empezaba así a fundamentar en la Biblia el nuevo concepto judeocristiano de un «mesianismo sufriente y a la postre triunfante» de Jesús (mesías que muere y resucita). Esta interpretación es nueva, judeocristiana, pues los judíos contemporáneos del presunto autor –poro tiempo después de la muerte de Jesús– no entendían el pasaje mesiánicamente, sino que pensaban que el texto se refería a un rey desconocido, o a un personaje poderoso y justo, indignamente maltratado, o bien que aludía a los padecimientos de Israel en su conjunto, corporativamente, de los que finalmente habría de verse libre.

El autor de Hechos atribuye esta exégesis a los helenistas muy poco tiempo después de la muerte de Jesús. Es posible, ya que al parecer la nueva cristología / mesianología se desarrolló en pocas décadas. Los apóstoles y colegas no eran iletrados, sino que sabían interpretar su Biblia.

Seguiremos, pues creo que este prólogo de X. Pikaza es interesante.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

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