Gemma Avenoza escribe de su propio libro: “Biblias Castellanas Medievales” (III) (195-03)

Bibias Castellanas Medievales. Avenoza



Hoy escriben Gemma Avenoza y Antonio Piñero


Cedo hoy la palabra a esta excelente paleógrafa y presento a los lectores del Blog lo más importante de su “Introducción”. Lo hago así porque estoy convencido de que muchos lectores quizás no tengan ocasión en toda su vida de adentrarse en esta maravillosa aventura del trato con los manuscritos antiguos. La “Introducción” de la Profesora Avenoza puede quizás servir de acicate para que algún lector se sienta animado a estudiar alguno.

“Los manuscritos medievales son un reflejo del mundo en el que fueron creados. Son objetos de uso o de representación, a veces joyas magníficas y otras simples copias utilitarias. Sea cual sea su condición material, muestran las maneras de trabajar de aquellos que los copiaron: copistas profesionales que trabajaban en centros organizados (los scriptoria monásticos o laicos o las escuelas rabínicas, por ejemplo), o que podían encargarse de trabajos a título individual al servicio de un gran señor, y también particulares con conocimientos del arte de la escritura que escribían para ellos mismos o para sus allegados.

“No era lo mismo copiar la breve Epistola de gobernatione rei familiaris atribuida a Bernardo de Claraval y muy difundida en toda Europa en la Edad Media, que enfrentarse con la copia de una obra compleja, formada por varios tratados y de extensión considerable como los Moralia in Job de Gregorio Magno, los Dicta et facta memorabilia de Valerio Máximo o la Biblia. Estos libros se encargaban a copistas profesionales o a centros de copia más o menos especializados en su confección y que tenían acceso al modelo a reproducir. Según fuera el deseo y las posibilidades económicas del comitente, los libros incorporarían iluminaciones, para las que se requeriría la intervención de miniaturistas. Estos artistas trabajaban en colaboración con los centros de copia, pero a menudo en talleres independientes.

Cada tipo de libro tenía unos requisitos básicos: un formato, una determinada cantidad de material de escritura a emplear (pergamino o papel, o una combinación de ambos) y un tiempo de confección más o menos largo, según su extensión (estamos hablando ahora de obras de varios centenares de folios) y según el número de profesionales que intervinieran en su copia, trabajando muchas veces de forma simultánea (como en la Biblia de Alba).

“Se trataba de una inversión importante en medios económicos y humanos, que requería un espacio determinado en el que trabajar con unas condiciones mínimas, el desembolso de cantidades no despreciables en la adquisición de los materiales (especialmente si se deseaba un copia en pergamino o si las ilustraciones debían incluir oro o colores preciosos) y profesionales experimentados. En resumen, todo ese trabajo requería su tiempo y una buena organización que minimizara esfuerzos y gastos.

El resultado son obras de taller. No podemos hablar de una producción en serie como la que resulta de una cadena de montaje, pero sí del trabajo de unos artesanos que siguen unos procedimientos aprendidos, repetidos una y otra vez de modo que el resultado ofrezca siempre el mismo aspecto, que es el que espera el comitente a quien, en el momento de hacer el encargo, se le ha mostrado un ejemplar acabado al que espera se asemeje el suyo, tal y como se hacía constar en los contratos de copia (son ejemplos de copias idénticas los dos manuscritos de Valerio Máximo de El Escorial h.i.11 y h.i.12 o los de los Morales de san Gregorio BNM 10136-10138 y Alba 63, 63bis y 64).

“De otros artesanos medievales, los canteros, las catedrales muestran sus firmas, en las marcas gravadas en las piedras que servían para calcular el trabajo que debía pagarse a cada uno, porque todas las piedras eran en principio iguales y no se podía distinguir la tallada por un cantero de la que talló otro. Los copistas profesionales buscaban que su trabajo fuera lo más semejante al de sus colegas de modo que la escritura del libro tuviera un aspecto uniforme desde el inicio hasta el final del volumen, pero voluntaria o involuntariamente dejaban en su trabajo marcas particulares: formas de decorar el reclamo (BNM 10807 y BNM 10288), detalles de las mayúsculas e, incluso, su nombre anotado junto al número del cuaderno (como sucede en un manuscrito de las Ordinacions del rey Pedro el Ceremonioso de Aragón que se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Valencia”.

Mañana concluimos con el material de esta “Introducción” y al mismo tiempo con la miniserie de cuatro entregas que ha servido de presentación al libro.


Saludos cordiales de Gemma Avenoza y Antonio Piñero
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