¿Por qué se añadió material fantasioso a Mateo y Lucas sobre la infancia de Jesús? Sigo comentando la Introducción a “Los cuatro evangelios” de Santiago Guijarro, Editorial Sígueme, Salamanca 2021 (1023)
Escribe Antonio Piñero
Me parece muy interesante esta introducción porque trata temas sobre los que los cristianos de “tipo medio”, de cultura religiosa a veces superior a la media, no se ocupan en demasía. Esto ocurre, por ejemplo, con los tan traídos y llevados Evangelios de Tomás y de Judas, gnósticos. En mi opinión, y en la de muchos, compuestos –para mí con poca o ninguna duda– en el siglo II, pero sobre los que muchos interesados en el cristianismo y en los evangelios (sin cultura religiosa de fondo o de base, que van picando en libros acá y allá, que no entienden bien, pero que suponen que dan algún varapalo a la Iglesia, que leen con fruición…) difunden, obteniendo de ellos algunas conclusiones asombrosas como si hubieran sido compuestos antes de los evangelios canónicos, o bien lo que cuentan fuera rigurosamente histórico.
Pongo un ejemplo: gente que afirma haber leído a J. D. Crossan, a E. Pagels, a H. Köster, sobre la importancia de los evangelios apócrifos para reconstruir la figura del Jesús histórico…, cuya tesis es como no deben dejarse del todo de lado en esa reconstrucción porque pueden aportar alguna perspectiva que no se halla en los evangelios canónicos, han obtenido alguna conclusión como la siguiente: “Es así que Jesús no fundó iglesia alguna, habiendo podido hacerlo…, por tanto, Jesús era gnóstico, porque los gnósticos no querían en modo alguno ser controlados por autoridad eclesiástica alguna… y Jesús tampoco” (¡¡!!).
El razonamiento es asombroso, pero se da. Por ello una introducción que aborde temas poco tratados, por ejemplo, la diversidad de libros sobre Jesús en el judeocristianismo naciente, o en el paulinismo también naciente, es bienvenida y esclarecedora. En la postal anterior del 29 de nov. de 2021 abordamos este tema y llegamos a la conclusión de que la sobrevaloración de Crossan, Pagels y Köster por parte de algunos lectores no demasiado juiciosos lleva a conclusiones difícilmente admisibles.
A partir de la p. 29, Guijarro trata el tema de los “variados tipos de escritos (Gujiarro escribe “tipología”, aunque este vocablo, bien analizado significaría “ciencia o tratado sobre los tipos”, confundiendo vocablos del mismo modo que se confunde la “meteorología” (normalmente el tiempo atmosférico previsto por la ciencia de la meteorología) con “tiempo” (por ejemplo, utilizar la frase “la meteorología era adversa” para decir que el tiempo atmosférico era malo; o, por el contrario, “la meteorología es estupenda”, cuando la gente quiere decir que el tiempo atmosférico será bueno o bonancible. Volviendo al tema: los tipos de composiciones sobre Jesús fueron muy variados en los inicios del judeocristianismo. Es correcto, pues, estudiar estos tipos para situar en ellos a los evangelios canónicos, es decir, para saber qué posición ocupan entre los diversos tipos de textos primitivos sobre Jesús.
Guijarro supone con razón que –con el retraso de la parusía, y la necesidad de tener en Jesús un modelo de vida, de pensamiento y de acción– comenzaron a surgir pronto (¿en torno a los 20 años después de la muerte de Jesús?) diversas colecciones que “recogían tradiciones similares entre sí desde el punto de vista de la forma”: dichos; diálogos / discusiones con otros “maestros de la Ley”, como fariseos o escribas (quizás sacerdotes del bajo clero); parábolas; relatos de milagros, y similares. Tales colecciones no se han conservado, pero –afirma Guijarro con razón– que pueden reconstruirse por medio de la crítica literaria comparando los relatos o conjuntos parecidos que se encuentran en los cuatro evangelistas.
La crítica permite también formarse una idea de cuáles eran más antiguas entre estas colecciones / composiciones, distinguiendo, por ejemplo, entre colecciones de dichos de Jesús –muy antiguas y fidedignas– de otras más tardías, como el primitivo relato de la Pasión o las expansiones en torno a la infancia de Jesús (de la que no se sabía nada o casi nada…), más sospechosas en cuanto a su autenticidad.
Afirma Guijarro con razón que las colecciones de dichos de Jesús debieron de ser las más cercanas al personaje, y que entre ellas debe destacarse la “Fuente Q”, aunque no se haya conservado copia alguna. Aparte de dichos, las parábolas, las controversias (con fariseos, por ejemplo, sobre algún aspecto de la Ley) y alguna que otra anécdota, que podía terminar con un milagro de sanación, son muy probablemente antiguas. Y es posible también –señala nuestro autor– que pronto se formara una suerte de primera estructura narrativa en la que se podía encuadrar estas pequeñas compilaciones. Tal encuadre podría haber comenzado con la predicación de Juan Bautista y terminar con algún discurso de Jesús de tono apocalíptico escatológico, algo parecido a capítulo 13 de Marcos. Todo esto es posible.
Muy interesante aquí es la reflexión de Guijarro sobre cómo estas compilaciones dejaron de producirse cuando fueron integradas en los evangelios, pero cómo otras –debido probablemente por el interés de algunos grupos especiales dentro de las primeras comunidades, por ejemplo, de tipo más sapiencial o gnóstico–, siguieron copiándose o generando incluso algún escrito nuevo.
Aquí sitúa Guijarro con acierto el Evangelio gnóstico de Tomás, cuya totalidad se descubrió en 1945 entre los textos coptos de Nag Hammadi. Es notable que dos tercios de los 114 dichos de Jesús del Evangelio de Tomás tengan paralelos con los evangelios canónicos, sobre todo con el conjunto de dichos de la “Fuente Q” (compuesta, se cree en torno al 50 d. C.). Esto indica que hay material muy antiguo en el Evangelio de Tomás, cuyo autor debió de utilizar, si no estrictamente la “Fuente Q” (probable), sí al menos alguna compilación parecida. También parece cierto que el Evangelio de Tomás debió de componerse en griego (se han conservados fragmentos en esta lengua entre los papiros de Oxirrinco, en especial I 645 y 655) y pronto temporalmente.
¿Cuándo es “pronto”? Probablemente en una época cercana a la composición del Evangelio de Juan, cuya redacción final quizás deba ser situada muy al principio del siglo II d. C. Es en estos momentos cuando deben también ubicarse en algunas comunidades cristianas periféricas la invasión o predominancia de ideas “protognóstica” que aparecen en el Evangelio de Juan. Ahora bien, como la gnosis del Evangelio de Tomás está mucho más desarrollada que la del Evangelio de Juan, es lógico situar a “Tomás” en un momento bastante posterior, treinta, cuarenta o cincuenta años más tarde que a “Juan”. Así hacia el 150 d. C., por comparación con el “Evangelio de Verdad” del gnóstico Valentín, que muestra ya una gnosis bien desarrollada, convertida ya en “gnosticismo”, es decir, en un sistema filosófico-religioso consistente y no solo en conceptos o ideas deslavazadas ya existentes en el siglo I d. C., se compuso quizás hacia el 140 / 150.
Eso quiere decir que –en contra de las conclusiones que algunos obtienen de la lectura de Crossan– que el Evangelio de Tomás tal como ha llegado hasta nosotros parece imposible que se haya compuesto antes del Evangelio de Marcos, como he llegado a leer (¡y más concretamente hacia el 66 d. C.!).
Como puede colegirse por lo que he comentado los primeros restos de las tradiciones sobre Jesús son muy antiguos, pero la crítica literaria de los cuatro evangelios canónicos nos indica claramente que hubo una “ampliación” rápida de estas colecciones primitivas. Y toda magnificación o ampliación conlleva riesgos de añadidura de material mucho más moderno.
Podemos pensar que cada comunidad o grupo importante que estaba detrás de los Evangelios canónicos amplificó y creó material nuevo… que no llamó la atención (por fantasioso o raro) del grupo comunitario que estaba detrás de cada evangelio; y si es verdad este hecho –que es una deducción– apunta hacia la idea de que dentro de cada comunidad no hubo una “tradición sobre Jesús formalmente controlada” porque los profetas y maestros que estaban dentro de ellas y en su gobierno estaban de acuerdo con estas ampliaciones, magnificaciones o incluso creaciones de nuevo material. ¿Por qué no protestaban? Imagino que porque tales magnificaciones correspondían plenamente a la figura sublimada que se tenía ya de Jesús.
Esta labor de magnificación, ampliación y creación fue tarea de profetas cristianos primitivos y de maestros que manipulaban el material sobre Jesús con toda su buena voluntad, ya que pensaban que ese material nuevo correspondía al espíritu, ideas, y figura del Maestro fuera o no estrictamente verdad.
El cristianismo primitivo se formó muy pronto una imagen ideal de Jesús –parecida a la que algunos griegos podían pensar que era un “hombre divino”– y tras su muerte ese nuevo material, inventado, sobre Jesús pudo retrotraerse y proyectarse hacia la imagen que de él se presentaba en el pasado, es decir, durante su vida terrenal misma. Por ello es posible históricamente que la imagen del héroe Jesús no fuera tan completa como se pintaba, pues es muy posible que se le atribuyeran hechos y anécdotas que no eran suyas, pero que en el contexto de esa imagen idealizada de Jesús resultaban verosímiles.
Es posible que esta sea una buena explicación de por qué se añadieron milagros, anécdotas y dichos a Jesús, pues pensaban que un “hombre santo de Dios” (como lo denomina un espíritu impuro que conocía –según el evangelista– la naturaleza de Jesús mejor que sus coetáneos) debía de reunir todas las cualidades del hombre religioso de su tiempo… por lo que si no se encontraban en las fuentes previas, podían inventarse. Esto explica, por ejemplo, y sobre todo el añadido de material prodigioso sobre la infancia de Jesús en Mt 1-2 y Lc 1-2. Dirían los italianos: “Se non è vero, e ben trovato”.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero