Del Jesús pseudohistórico a la pseudofilosofía. Falacias y disparates de Javier Gomá (y VI)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Tras haber ofrecido en las postales anteriores un suficiente desmontaje argumentativo del discurso de Javier Gomá –así como de la respuesta de este a la reseña de Antonio Piñero–, deben de haber quedado ya muy claras las razones de la crítica efectuada. Podríamos poner otros muchos ejemplos de los modos en que Necesario pero imposible vulnera todo rigor crítico y hasta atenta contra la inteligencia de los lectores, pero habrá que contentarse con los ya ofrecidos, pues ni nuestro tiempo ni nuestra paciencia dan para más. Concluimos hoy, pues, con algunas observaciones y aclaraciones que podrían resultar útiles a nuestros lectores más reflexivos.

Que a quien firma estas líneas le parezca que nutrir esperanzas en una vida post mortem es una ilusión que no merece crédito no significa que considere justificado intentar privar de tal creencia a quienes la albergan. Y no por la precaución apotropaica de quien piensa que pueda haber más cosas en el cielo y en la tierra de las que se sueñan en la filosofía de Horacio, sino por razones al mismo tiempo más consistentes y más piadosas. Por una parte, porque bastante tiene ya cada cual con la onerosa tarea de sobrellevar su existencia como para que haya algo digno en pensar en arruinar gratuitamente las esperanzas ajenas; por otra, porque la respetabilidad de alguien no radica primariamente en lo que piensa, sino en cómo se comporta. Nuestra crítica a Necesario pero imposible, o qué podemos esperar no lo es, por tanto, a la creencia en la resurrección como tal, mantenida por su autor y por la tradición cristiana en la que se apoya.

El mundo está lleno de vana palabrería, y vano es dilapidar el tiempo de uno y de los demás poniéndolo de relieve. Sin embargo, acaso merece la pena hacerlo en ocasiones en que concurren varias circunstancias. Primera, que la palabrería consista de proposiciones al menos una parte de las cuales son falsables y, más en concreto, demostrablemente falsas. Segunda, que la palabrería se ofrezca con tal enredo retórico que las apariencias amenacen con substituir a la realidad, en una de esas mímesis perversas que tanto atribulaban a Platón. Tercera, que el autor de la palabrería ocupe una posición social que le permita hacer de su discurso algo relativamente influyente. Cuarta, que nadie más parezca dispuesto a llamar a las cosas por su nombre, de modo que, como en el cuento, todo el público aplauda los supuestamente maravillosos ropajes de un rey que en realidad camina desnudo. Con la salvedad de que Antonio Piñero sí formuló una crítica –pero ya hemos mostrado que, aunque certera, en ciertos sentidos era incompleta–, todas estas circunstancias concurren en Necesario pero imposible.

Quien se haya apercibido de la cantidad de falacias y dislates tanto del libro de Gomá como de la respuesta de este a Piñero, y en particular de la naturaleza de esta respuesta, entenderá también el tono, rayano ocasionalmente en el sarcasmo, de la crítica efectuada. De hecho, si quien esto firma no hubiera leído la respuesta de Javier Gomá a la cortés reseña de Antonio Piñero no solo se habría expresado hasta el momento en un tono sensiblemente diferente al aquí empleado, sino que terminaría este escrito en un estilo al menos tan conciliador y amable como el empleado por Piñero. Quien esto firma soporta la ignorancia –él mismo la padece en grado sumo–, pero no la chulesca altanería del semi-ilustrado pagado de sí mismo, menos aún cuando esta se despliega ante uno de sus amigos. Si Necesario pero imposible evidencia la imposibilidad de Javier Gomá de pensar con el imprescindible rigor sobre las cuestiones que pretende abordar, la respuesta de este autor a Piñero hace palmario el nivel de su autoengaño, de su patética petulancia y de su incapacidad para reconocer con lucidez sus límites como intelectual. Claro que quienes consideran su discurso inspirado por las Musas –de entre las cuales, ay, al menos Clío parece haberse ausentado– y se creen grandes pensadores y aun profetas de realidades más elevadas que las visibles están inmunizados ante toda crítica, y no pueden sino contemplar con desdén a los demás como a sujetos definitivamente superficiales.

El examen de Necesario pero imposible arroja varias lecciones, que en parte son francamente divertidas pero que en el fondo resultan profundamente descorazonadoras. Para empezar, que alguien como Javier Gomá, que sin duda es una persona inteligente, culta y presumiblemente competente en sus actividades profesionales, se muestre a tal punto incapaz de adoptar una mínima distancia crítica frente a la tradición cristiana que le ha amamantado, hasta el punto de mistificar historia e historiografía y de faltar a menudo (sin duda inconscientemente) a la verdad no es seguramente producto de los límites de un carácter, sino también de los de una tradición interpretativa. En efecto, muchos de los disparates que contiene el libro de Gomá pertenecen al acervo de la apologética cristiana, en la cual han sido repetidos ad nauseam.

Necesario pero imposible no es de hecho una impostura intelectual, solamente porque su autor –a quien ni es necesario ni osamos atribuir cinismo– parece creerse a pies juntillas todo cuanto dice. Conviene, pues, juzgar este libro como un monumental ejercicio de autoengaño por parte de un autor cristiano convencido de las bondades de una recristianización del mundo y al parecer asimismo interesado en afianzar el reconocimiento social como egregio pensador que, según parece creer, ha logrado con libros anteriores.

Aun así, debería ser igualmente claro que una condición de posibilidad de la escritura, publicación y publicitación de una obra como Necesario pero imposible es el nivel de desconocimiento de gran parte de nuestros conciudadanos sobre las cuestiones que analiza. El hecho de que muchos lectores, entre los que se encuentran profesores universitarios –de filosofía y de otras disciplinas–, consideren valiosa la morralla y degusten tal bazofia intelectual como si de ambrosía se tratase dice mucho, y no precisamente bueno, sobre la situación cultural y espiritual de la sociedad en que vivimos. Un libro como este puede obtener reconocimiento y aplauso si y solo si la ignorancia y falta de sentido crítico que el gran público padece son aún mayores que las de su autor.

Muchos parecen pensar que el libro de Javier Gomá es útil al cristianismo, hasta el punto de que no es aventurado augurar que más pronto que tarde –no digamos cuando el tratado sobre el Deus absconditus que este autor anuncia ya en su obra sea publicado e ilumine las mentes de quienes caminan en tinieblas– nuestro autor será investido doctor honoris causa en teología por alguna facultad del ramo. Pero a pesar del aplauso que este libro ha obtenido y obtendrá, este hace un flaco favor a la causa cristiana. El cristianismo tiene ciertamente algunos valores que pueden defenderse y que merecen ser defendidos, pero cuando ello se hace faltando una y otra vez a la verdad, como ocurre en este libro, no es solo el autor sino las ideas que defiende las que ulteriormente se desprestigian.

De hecho, y a su pesar, Necesario pero imposible contribuye a la causa del pensamiento crítico, aunque sea solo en la medida en que sus numerosos disparates y falacias muestran e contrario que ni la resurrección de Jesús ni la superioridad del cristianismo son precisamente ideas que merezcan crédito alguno. Lo mismo ocurre con la praxis de caer de rodillas ante el Cristo, que a Gomá le gustaría reinstaurar: “Este prosternarse final del sujeto moderno no ofende la dignidad sino que la honra porque en lugar de conllevar el sacrificio acrítico de la conciencia, es la misma conciencia la que por íntima convicción ordena este homenaje” (sic). Lamentablemente, es falso también que tal prosternarse final -nada, por lo demás, sino el reflejo de una prosternación inicial- no ofenda la dignidad del sujeto, pues el modelo supuestamente ejemplar que, en continuidad con la tradición cristiana, vende Gomá con sus trucos de feriante no es más que un ídolo. El discurso de este mismo autor proporciona, como hemos demostrado, inequívoco testimonio del sacrificio acrítico de su conciencia intelectual.

Todo esto indica, una vez más, tanto la fuerza como la debilidad del pensamiento crítico en el ámbito humano. Por una parte, una perspectiva que adopta como un valor esencial atenerse con rigor a las férreas constricciones de la argumentación válida para no dar rienda suelta a la fantasía desbocada es capaz de desenmascarar la charlatanería donde esta se dedica a campar por sus fueros. Y un racionalismo crítico que, sin perder de vista la complejidad del mundo y del ser humano, es sabedor tanto del lugar que este ocupa en la Naturaleza como de los mecanismos de la imaginación que hacen de los cantos de sirenas algo tan subyugador, está lo bastante aquilatado como para no incurrir en injustificadas jactancias, pero también para no aceptar de los delirantes charlatanes de turno lecciones de honestidad intelectual, nobleza o decencia espiritual.

Por otra parte, sin embargo, la causa del pensamiento crítico nada tiene que hacer frente a quien se hurta de antemano al limpio ámbito de la razón común para refugiarse en el terreno resbaladizo de la ciénaga –o, como habría dicho el platónico Alejandro de Licópolis, frente a quien substituye los principios de la demostración por la voz de los profetas–. Y esto significa que la publicación de engendros como Necesario pero imposible es y seguirá siendo sufrida por la humanidad a lo largo de los siglos, quién sabe si como parte de una necesaria expiación por sus muchas miserias. Valga la crítica aquí formulada como sucedáneo y justificación de todas las muchas que no escribiré, pero también como prueba fehaciente de que el profundo desdén por la inacabable cháchara teológica y pseudofilosófica del estilo de la de Javier Gomá está muy sólidamente fundamentado, y de que quien calla ante ella, ya por simple aburrimiento y hartazgo, no siempre ni necesariamente otorga.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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