596- Paralelismo falsos: MITRA, el dios que vino de oriente (596)

Hoy escribe el Prof. Dr. Jaime Alvar,

Catedrático de Historia Antigua
Universidad Carlos III Madrid

Nota previa: en marzo de este año se publicó en National Geographic Historia el trabajo que reproduzco a continuación. Le pedía al Dr. Alvar que me diera permiso para divulgarlo también a través de este Blog, pues muchísima gente cree que el cristianismo copió directamente de la religión mitraica nociones religiosas y ritos propios de esta religión. Pero la verdad es que de la religión mitraica antigua y del dios Mitra sabemos muy poco. De lo que sí sabemos, aunque también poco para lo que desearíamos, en especial textos, es del Mitra que se difunde en el Imperio romano, desde época del emperador Adriano, sobre todo a partir aproximadamente del 130 d.C. Por tanto, muy posterior a las cartas de Pablo de Tarso (escritas desde el 51 al 58 d.C. aproximadamente). Hay estudiosos que sostienen que es exactamente al revés, el mitraísmo del siglo II en adelante se inspiró en el cristianismo.

La “verdad” está, sin embargo, como ha sostenido José Montserrat repetidas veces, en ese ambiente de misteriosofía común que había en el siglo I en la religiosidad del Mediterráneo oriental del siglo I, que sin duda debe algunas concepciones a la religión persa antigua, sobre todo en el ámbito de ángeles y demonios, inmortalidad del alma, juicio futuro y retribución después de la muerte.

TEXTO:



Súbitamente, a finales del siglo I de la Era, un dios nuevo irrumpe en el Imperio Romano con una pujanza extraordinaria. Desde ese momento se manifiesta como un dios invicto, capaz de ofrecer a sus seguidores un nuevo marco para la expresión de sus inquietudes religiosas. Para ello requiere espacios sacros distintos a los que eran habituales en la religión tradicional, el culto se organiza con unos rituales novedosos, las corporaciones de fieles se constituyen en hermandades cerradas, poco expuestas a la comunidad, y fuertemente jerarquizadas. Para participar en esas corporaciones resulta imprescindible superar unas pruebas iniciáticas de las que las mujeres están radicalmente excluidas. Las legiones son el principal vehículo difusor del nuevo culto; el favor imperial, el estímulo imprescindible para su repentino éxito. La paradoja más llamativa, que el dios procede del enemigo más acérrimo del mundo grecorromano: el Imperio Persa.

Por las mismas, con menor ímpetu, comienza a difundirse el culto a otra deidad de naturaleza bien distinta, pero con la que comparte una paradoja no menos llamativa, la aceptación de un hombre hecho dios por el pueblo más despreciado: los judíos.

Las vicisitudes históricas de los cultos de Mitra y Cristo han suscitado, desde la propia Antigüedad un interés singular por sus presuntas o verdaderas concomitancias. Las analogías son más resultado de los intereses de los autores clásicos y modernos que de la realidad tal y como la conocemos hoy tras más de un siglo de estudios rigurosos sobre los contenidos conceptuales y las prácticas rituales de ambos cultos.

Una de las patrañas más extendidas es que el nacimiento de Jesús se sitúa en el solsticio de invierno para ocupar en el calendario la fecha de nacimiento de Mitra. En realidad, no hay fecha de nacimiento del dios persa, por lo que esa supuesta usurpación es un falseamiento de la realidad. Lo que sí es cierto es que el nacimiento de Jesús se desplazó, en Occidente, desde la Epifanía al solsticio para cristianizar la fecha de celebración del nacimiento del Sol. Mitra es una deidad solar, como tantas otras, pero nada hay en su culto que sitúe una fiesta específica en el solsticio de invierno. Que los mitraístas celebraban una comida ritual está constatado, como en la mayoría de los cultos politeístas, pero nada indica que ese banquete sea una celebración eucarística en la que se ingiere a la propia divinidad. Y si volvemos la mirada al fenómeno del sacrificio, central en los rituales del politeísmo, observamos que la víctima es una ofrenda que hacen los mortales a los dioses; en el mitraísmo es el dios el que celebra el sacrificio, mientras que en el cristianismo es dios la víctima sacrificada. Los contenidos conceptuales en cada una de esas prácticas hacen radicalmente distintos sus mensajes y sus creencias.

Podríamos continuar con el listado de falsas analogías, pero no hay espacio para entrar en más detalles. Merece quizá la pena insistir en el hecho de que la composición social de las comunidades de uno y otro culto son asimismo profundamente divergentes, de modo que nada indica en el conocimiento actual que, frente a lo que dijo en el siglo XIX Renan, si no hubiera triunfado el cristianismo, el Imperio Romano se habría hecho mitraico.

Para los investigadores continúa siendo un misterio cómo se produjo el desplazamiento de Mitra desde Persia a Roma. El gran historiador de los cultos orientales, el belga Franz Cumont, propuso un relato coherente no solo sobre los mecanismos de difusión y propagación, sino también sobre el contenido mítico y conceptual del mitraísmo, elaborado a partir de la iconografía. En ausencia de textos literarios antiguos que nos ayuden en la explicación de los contenidos religioso, Cumont elaboró una narrativa basada en la continuidad desde Oriente hasta Occidente, de modo que supuso que el culto de Mitra, escasamente conocido por falta de documentación en Irán, fue difundido por la labor predicadora de sus sacerdotes, los magos, que se habrían desplazado más allá de los fronteras del Imperio Persa, tras la conquista de Alejandro Magno.

Esos magos helenizados serían, pues, los responsables de la difusión del culto hasta su llegada a Roma, donde encontraría las condiciones óptimas para su renovación y definitiva expansión por todas las provincias del Imperio.

El conocimiento actual rechaza las propuestas de Cumont. En realidad, esos magos helenizados no aparecen por ningún lugar en Occidente. Por ello, se ha propuesto como alternativa que el culto difundido por el Imperio es una creación de nuevo cuño, que usa un teónimo persa y algunos elementos léxicos para darle exotismo y verosimilitud (como el uso de palabras japonesas entre los yudocas), como instrumento adicional para la cohesión, primero de los soldados y de la población civil después, de ese conglomerado etnocultural en el que se había convertido el Imperio Romano. Un culto basado en la autoridad de la jerarquía, en la sumisión de los seguidores, en la creación de potentes lazos horizontales y verticales a través de las hermandades, a través del cual individuos de distinta procedencia pudieran encontrar fuertes lazos de identidad y solidaridad.

Se discute si esa renovación tuvo lugar en alguno de los reinos tardohelenísticos de Anatolia o en la propia Roma. En el santuario dinástico de Antioco I de Comagene, en Nemrut Dagh, entre las numerosas divinidades allí representadas, aparece Mitra-Helios-Apolo, en una manifestación de sincretismo que podría vincularse a la propia helenización del dios y, quizá, de su culto. La popularidad del teónimo se pone, además, de manifiesto en la onomástica de los reyes del Ponto, los Mitrídates.

En cualquier caso, el culto del Mitra romano tiene una complejidad desconocida en sus manifestaciones precedentes, por lo que se acepta la sustancial desconexión entre el dios persa original y la entidad venerada en el Imperio Romano, resultado de una auténtica refundación que afecta a los contenidos religiosos, al mensaje iconográfico y a su función sociocultural.
Cumont supuso que los iconos relacionados con el culto hacían referencia a un relato en el que se narrarían las vicisitudes vivenciales del dios, serían las ilustraciones de un mito cuyo texto no se nos ha conservado. Frente a esa interpretación se ha abierto camino otra radicalmente distinta, según la cual el icono central, la tauroctonía, representaría un mapa astral, cuya descodificación permitiría entender el significado religioso de las representaciones.

El santuario mitraico consiste en una nave flanqueada por dos bancos en los que se reclinaban los fieles. Al fondo se encontraba la escultura de la tauroctonía y el techo, abovedado para simular la gruta en la que el dios realiza el sacrificio primordial y la propia bóveda celeste, estaba decorado con estrellas. Así pues, el mitreo, llamado caverna, antro o gruta, constituía una miniaturización del cosmos. Sin duda, el culto del Mitra romano está altamente intelectualizado y contiene un sofisticado conocimiento astronómico.

En esas cavernas, habitualmente construidas aprovechando estructuras abovedadas de otros edificios, se reunían quienes habían seguido el rito de iniciación tras haber aprendido los secretos del misterio desvelado por el mistagogo. Según los frescos del mitreo de Capua, las pruebas parecen, haber consistido en sufrimientos físicos mediante los cuales el neófito mostraba su sumisión y su renovación espiritual. No sabemos si en todo el Imperio el culto se organizaba de la misma manera. Por la información procedente de Ostia parece que había siete grados iniciáticos que comenzaban por el corax, cuervo, y culminaban en el pater. El cuarto grado, leo, debía ser muy importante a tenor de su frecuencia. Los seguidores que accedían a él dejaban de ser servidores para convertirse en receptores de los servicios. Cada grado estaba bajo la advocación de un planeta, con su equivalencia en una deidad del panteón tradicional. Las mujeres estaban excluidas del culto y se les daba el nombre genérico de “hienas”. Sin duda esto está relacionado con la implicación militar del culto romano en sus orígenes.

La mayor parte de la documentación arqueológica procede de las zonas fronterizas, con fuerte presencia de legionarios. En el interior del Imperio el culto solo aparece en ámbitos militares y en algunas ciudades, donde su densidad es muy inferior, a excepción de la propia Roma y de Ostia.
Por todo ello podemos afirmar que su implantación social no fue demasiado importante. Grandes zonas del Imperio no proporcionan materiales a partir de finales del siglo III d.C. Sin embargo, las referencias de los Padres de la Iglesia al culto, como rival del cristianismo, le ha conferido una notoriedad mucho mayor de la que tuvo en su época de esplendor. A finales del siglo IV no era más que un culto residual añorado, como el resto del politeísmo, por un puñado de aristócratas nostálgicos.

Un texto importante

"Como dice Eubulo, Zoroastro fue el primero que consagró, en los montes próximos a Persia, en honor de Mitra, autor y padre de todas las cosas, una cueva natural florida y con manantiales, porque ésta representaba para él la imagen del universo, del que Mitra era su demiurgo, mientras que lo que había en su interior representaba, en intervalos simétricos, los símbolos de los elementos y zonas del universo. Después del tal Zoroastro se consolidó la costumbre también entre los demás de celebrar los misterios en las grutas y cuevas, ya fueran naturales ya artificiales" (Porfirio, La gruta de las ninfas 6. Trad. M. Periago).


Más sobre el culto a Mitra

A unos 15 km al norte de Apamea (Siria) se descubrió un mitreo con insólitos frescos, completamente ajenos a lo que conocemos del resto del Imperio, lo que ha derivado en nuevas especulaciones sobre el funcionamiento del culto, a propósito de peculiaridades locales como pudiera ser este caso. De entre las sorprendentes representaciones desearía destacar en esta ocasión las pinturas de la pared norte a la izquierda del ábside, fechadas en el s. IV d.C. Aparece representada una muralla con una puerta que cierra en arco de medio punto. Sobre la muralla se ve seis cabezas, horripilantes y macabras, en bastante mal estado de conservación. Su aspecto repelente está motivado por las greñas desaliñadas, las bocas medio desdentadas y los ojos vacíos. Sobre cada una de ellas cae una línea oblicua de color amarillo, representación, probablemente, de los rayos del sol. Una séptima cabeza ha caído desde la muralla al exterior, abatida por uno de los rayos. Se trata, presumiblemente, de una escena de la lucha del Bien y de la Luz contra las fuerzas demónicas del mal.

Cronología

Inicios del siglo XIV a.C. primera mención del teónimo Mitra en el tratado firmado entre los reyes de Mitanni, Mitawaza, y el de Hatti, Supiluliuma.

En torno al siglo V a.C., durante el Imperio Aqueménida, se documenta la vinculación de Mitra con el Sol en el Yasht X del Avesta.

Segunda mitad del siglo I d.C.: el culto relaborado inicia su expansión en Roma.
155 d.C. Fundación del gran mitreo de Mérida.

Siglo IV d.C. desaparición del culto de Mitra en el Imperio Romano.

Recomendaciones de lectura

J. Alvar, Los misterios. Religiones “orientales” en el Imperio Romano, Barcelona, Crítica, 2001.
C. Martínez Maza, Los misterios y el cristianismo. Anejos ARYS 2. Huelva, 2010.

http://www.uhu.es/ejms/faq.htm
http://www.mithraeum.eu/


Saludos cordiales de Jaime Alvar,
y de Antonio Piñero
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