Sigo comentando el Prólogo de X. Pikaza al libro de Étienne Trocmé, “La infancia del cristianismo”

(10-06-2021. 1181)

Trocmé

Escribe Antonio Piñero

Poco hay que decir del resumen de los años 35-49 d. C., en donde aparecen tres dirigentes de los diversos grupos cristianos: Pablo, Pedro y Santiago / Jacobo, porque estoy de acuerdo en líneas generales con lo que dice el prologuista. Pikaza habla de tres personajes significativos que están detrás de otras tres interpretaciones de Jesús, y añade que faltan otros grupos como el del “Discípulo amado” y el de “las mujeres”.

El grupo del que da origen al Cuarto Evangelio, tras muchas vicisitudes, es el del “Discípulo amado”, que en mi opinión es una figura ideal, no histórica, que amalgama recuerdos de Jesús que la tradición (no sabemos con qué grado de historicidad) atribuye a Juan, hijo del Zebedeo, y a Felipe, uno de los Doce. El desarrollo de la tradición confunde pronto a Felipe, uno de los doce apóstoles, con Felipe, el diácono helenista de Hechos 6,5 y que es el protagonista de la conversión al judeocristianismo del eunuco de la reina de Etiopía, Candace, que era un prosélito. Véase Hechos 8).

El Felipe de la tradición johánica aparece en Jn 12,20-24, en donde Felipe presenta a Jesús  unos “griegos” que quieren hablar con él. El texto no dice si el Maestro los recibe estrictamente o no. Pero al afirmar el Jesús johánico en el v. 23 que “Entonces les respondió, diciendo: Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre ha de ser glorificado”, da a entender que sí les hace algún caso. No queda claro si estos griegos eran paganos estrictamente o, más bien,  judíos de lengua griega. Muchos comentaristas afirman que en el marco del Evangelio de Juan esta escena supone que el Jesús nacionalista se abre incipientemente a la misión de los paganos. Por tanto, aunque “quede fuera” de la mención de los líderes de grupo, como afirma Pikaza, sí formaban uno de los cristianismos de los orígenes los que se agrupaban en torno al “Discípulo amado” y Felipe.

No me queda claro, sin embargo, a qué se refiere Pikaza cuando habla del “grupo de las mujeres”. Desde luego, como productoras de una teología especial sustentada nítidamente, tal grupo no aparece más que en germen en el Nuevo Testamento. Pero la literatura apócrifa del siglo II sí confirma este punto de vista de Pikaza, ya que existe un “Evangelio de María”.  Esta obra, junto con otros textos gnósticos, se ha conservado en un papiro de Berlín, con la sigla BG 8502, y suele editarse junto con los textos de Nag Hammadi (edición también de Trotta). La existencia de una teología encratita (contraria al matrimonio) representada en los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, de los siglos II y III, y del que algunos comentaristas afirman que es “literatura teológica de un grupo de mujeres liberadas de compromisos matrimoniales” podría confirmar que Pikaza lo considere como un grupo cristiano con su teología y libros particulares.

Finalmente: para comentar esta división cronológica de los primeros cristianismos que Pikaza sitúa entre los años 35-49, diré que estoy muy de acuerdo con él en que en estos años y en esos tres grupos (Santiago / Pedro /helenistas, entre ellos Pablo) lo que está en juego no es –como se suele afirmar sin precisar debidamente– desvincular a los conversos del paganismo, sobre todo por obra de Pablo, de la “ley de Moisés” en general en la que está incluido el Decálogo, sino la libertad o no de los conversos respecto a cumplir la ley de Moisés entera.

Ya sé que insisto muchas veces en este aspecto, pero es necesario. Agradezco a Pikaza que –aunque pueda parecer impreciso cuando afirma que  Pablo defiende “la libertad de los cristianos”– me parece totalmente correcto al sostener que los conversos procedentes del paganismo a la fe en Jesús como mesías “podían y debían ser herederos –precisamente por esa fe en Jesús– de las promesas judías” sin dejar de seguir siendo gentiles, es decir, sin la obligación de “circuncidarse ni cumplir otras leyes nacionales” judías. Esta es una doctrina totalmente opuesta (a pesar de que Hechos 15, afirme que Santiago aceptó que los gentiles no tenían que circuncidarse para lograr la salvación, sino cumplir las leyes de Noé de convivencia con los judíos) a la del hermano de Jesús, Santiago, el cual –creemos– seguía la enseñanza del Jesús histórico que no se preocupó en absoluto de la salvación de los paganos, sino solo de la “ovejas de Israel” (Mateo 10,6).

Finalmente Pikaza insiste (p. 21) en que “va emergiendo” la figura de Pedro como mediador, como suponen Hechos 15, Mt 16,17-28; Jn 21 y 2 Pedro. Es cierto…: hay una corriente del cristianismo que hace emerger a Pedro como mediador. Pero mi tesis es que ese “emerger” más que en los valores de Pedro mismo está construido en la voluntad de las iglesias paulinas para que sus doctrinas particulares no pareciesen desvinculadas de la iglesia de Jerusalén. Al fin y al cabo, en esos tiempos, el seguimiento auténtico del Jesús histórico estaba representado por Santiago y no por Pablo. Había que dibujar este hecho paulino con mejor luz… y eso es lo que procuró Pablo y lo que hicieron sus discípulos, que fueron sin duda los más interesados en que, dentro del manto amplio del pensamiento paulino dominante, fueran acogidos otros cristianismos ya petrinos ya “jacobinos”.

Nos quedan todavía por comentar dos divisiones cronológicas (del 50 al 90; del 90 al 125). Lo haremos en sucesivas entregas.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

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