El mensaje de Jesús según G. Andrade (V) (592)

Escribe Antonio Piñero

En el amplio capítulo 5 de su libro, de cuyo título no quiero acordarme, “El mensaje de Jesús”, procura el autor sintetizar lo más importante de lo que quiso Jesús transmitir a su grupo de seguidores. El siguiente tema a la postal anterior es “¿Anunció Jesús el fin del mundo?”. Creo que no hay aquí mucho que discutir, porque incluso los comentaristas más “conservadores”, afirman que el mensaje sobre la inminente venida del reino de Dios, el núcleo del mensaje de Jesús, está íntimamente unida al fin, o cambio del mundo presente y…que no se cumplió en absoluto.

Andrade defiende, en contra del Jesus Seminar por ejemplo, y con muchísimos otros comentaristas que Jesús fue un predicador apocalíptico… y escatológico. Como la inmensa mayoría de ellos, el Nazareno estaba convencido de que vivía los momentos finales de un mundo caduco y corrupto. El final estaría marcado por la llegada de un como Hijo de hombre, que no era él: Jesús se consideraba el proclamador/profeta de la inminencia, como Juan Bautista, su mentor, pero –yo también estoy convencido de ello-- no pensaba de ningún modo que él encarnaba la figura daniélica. Y esto por un motivo fundamental: ese misterioso personaje, envuelto voluntariamente en un aire de misterio en el Libro de Daniel, 7,13-14, es entronizado como una suerte de divinidad joven por Dios, el Anciano de días, y es situado en una suerte de trono, inferior, a su lado. Esa figura recibe del Anciano, todo el poder y la gloria, y prepara la venida de “los santos del Altísimo” que han de gobernar el mundo entero.

Pienso, con G. Andrade, que es muy difícil encontrar en la tradición sobre Jesús, cribada de todo lo que sea posterior, que él se considerara un entronizado, junto a Dios, y que el Altísimo fuera a delegar en él todos los poderes celestiales. Lo que subyace a las palabras de Jesús en su Última Cena, «En verdad (Amén) os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta aquel día, cuando lo beba de nuevo en el reinado de Dios» (Mc 14,25), es que el participará, en un lugar de honor sin duda en la mesa del banquete, como un comensal más en la gran fiesta mesiánica…, pero no creo que subyazca ninguna recepción de una delegación de poderes absolutos sobre el mundo como ese un hijo de hombre daniélico.

Hay una dificultad en esta imagen, ciertamente, que acabamos de describir, y es la petición de los hijos de Zebedeo --en la versión de Marcos; en la de Mateo, dulcificada es la madre la que lo pide—de estar sentado, uno a su derecha y otro a su izquierda, en el reino del “mundo futuro”. Jesús no critica que haya lugares especiales, más excelsos que otros, en el futuro reino de Dios, pero no piensa (ni tampoco sus discípulos) que él esté entronizado a la derecha del Altísimo… como ese “Un como hijo de hombre” daniélico, porque según esa concepción no hay lugar para un sitio a su derecha y otro a su izquierda.

Y ¿cómo entender la promesa “Os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19,28; Marcos no tiene esta escena; creo, sin embargo, que s tradición muy cercana al Jesús histórico)? En primer lugar: creo que es razonable distinguir entre “Un como hijo de hombre” y Jesús en el posible transfondo de esta escena. E insisto en que este es probablemente el pensamiento de Jesús. Y, segundo, los tronos a los que refiere este dicho deben ser entendidos como algo similar a las “cátedras” en la que se sentaban los jueces de Israel, o donde se aposentaban los ancianos que escogió Moisés, agobiado de trabajo, para juzgar a Israel en nombre suyo (Números 11,16-17) y que “participaban del espíritu” del cansado dirigente.

En este dicho que estamos comentando, la posición de Jesús queda voluntariamente oculta, porque se está hablando de las recompensas, materiales, sin duda, que recibirán sus seguidores en el mundo futuro, en donde él tiene un sitio de honor, sin duda también, pero no a la derecha del Altísimo (esto último es teología posterior, una vez que sus seguidores creen que él ha sido exaltado al cielo, confirmado en su misión de mesías y declarado “señor” por Dios (discurso de Pedro en Hch 2,32ss).

Y volvamos al texto de G. Andrade. Nuestro autor cree que Jesús creyó firmemente en las “fantasías religiosas” (p. 148) relacionadas con Un como hijo de hombre”; que no era él mismo, y que él actuaría como una suerte de rey en la “ínsula maravillosa” que será el reino de Dios futuro. Como Jesús no ofrece descripciones del Reino (las parábolas sobre el Reino describen más bien, su enorme valor, su crecimiento, que hay que dar todo por entrar en él, etc., pero no su “substancia”), debemos obtener algo de sus palabras para imaginarnos cómo lo pensaba.

En líneas generales, sostiene Andrade que el Reino de Dios tiene dos facetas: a) castigos terribles para los que no consiguen entrar en él, que son derrotados y enviados a las tinieblas exteriores, donde reina un fuego eterno y gusanos que devoran las entrañas de esos condenados , y b) un banquete, una gran fiesta, con abundantes vituallas. No aparecen en los dichos de Jesús escenas majestuosas, similares más o menos a las de las catedrales cristianas del Medioevo, donde los salvados entran en un empíreo maravilloso y entonan allí alabanzas en un coro pleno de majestad, ni tampoco habla Jesús especialmente de un reino espiritual, y mucho menos de uno meramente espiritual y solamente en el interior de los corazones. Se trata, por el contrario, de goces mundanos, pero donde según Marcos 12,25 no habrá sexo.

Aquí habría que discutir –y no lo hace G. Andrade expresamente ya que piensa que Jesús hablaba solo de un reino de Dios y acá en la tierra-- dónde sitúa el Jesús marcano ese mundo donde no hay sexo, si en una primera fase del reino en la tierra de Israel (si dura cuatrocientos = Libro Cuarto de Esdras, o mil años = Apocalipsis de Juan, los salvados vivirán durante todo ese tiempo como los patriarcas y no necesitarán engendrar hijos), o en una segunda fase ya en el cielo; y habría que discutir también por qué se deja entre nieblas en los Evangelios la primera fase del Reino que es totalmente terrenal. Y he expresado en otro lugar que, en mi opinión, se trata de la aceptación del pensamiento paulino por parte de los evangelistas, pensamiento en el que ha desaparecido ese reino de Dios (tan judío y tan terrenal y tan guerrero, en donde se recibirá el ciento por uno de lo que se ha abandonado por entrar en él (Mc 10,19ss) y habrá un espléndido banquete (Mt 8,11 y 22,1-14)-- y se sustituye, paulinamente, por un reino solo supraceleste.

Pero –volviendo al tema del Reino según Jesús-- antes de su llegada, con toda esa felicidad, habrán tenido que ocurrir terribles acontecimientos, tanto terrestres como cósmicos. YP como nos detendremos bastante en el juicio de G. Andrade sobre ellos (a los que él define del modo siguiente “A nuestros ojos modernos, todo el asunto del Reino resulta una inmensa fantasía hasta el punto que para algunos parece un delirio”, p. 149), pondremos punto final por hoy aquí y seguiremos comentando otro día.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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