Sobre el origen y la génesis del Evangelio de Juan (III) (585)

Gonzalo Fontana Evangelio de Juan




Escribe Antonio Piñero

Sigo con el breve comentario a las conclusiones del libro del Prof. Gonzalo Fontana.

I. Según este autor, hubo una primera versión o “Primer evangelio de Juan” compuesto a partir de materiales y leyendas comunitarias previas que eran las siguientes: un relato de la pasión, protagonizado –aparte de Jesús-- por un misterioso personaje, “el discípulo amado”, el cual entra en franca competición con Pedro, el héroe de los tres evangelios anteriores; un breve conjunto de narraciones cuyo origen es samaritano (por ejemplo, el encuentro con Natanael, capítulo 1, o el episodio del pozo de Jacob en el que Jesús habla con la mujer samaritana, capítulo 4); y, evidentemente, por material del Evangelio de Marcos, que hacía de hilo conductor del relato biográfico general. Es esto importante, pues la comunidad que está detrás de este “Primer evangelio de Juan” acepta el marco biográfico de la vida de Jesús puesto en circulación por Marcos. La existencia de esta recensión inicial se evidencia, sobre todo, por algunos restos del Papiro Egerton 2.

Recordemos el texto de este papiro:


Fragmento I [verso] 1-20: … Pero Jesús dijo a los legisperitos: “Castigad a todo delincuente y malvado, y no a mí. […] Y volviéndose a los jefes del pueblo, les dijo estas palabras: “Investigad las Escrituras, en las que vosotros pensáis tener la vida. Ellas son las que dan testimonio sobre mí. No penséis que yo he venido para acusaros ante mi Padre. El que os acusa es Moisés, en quien vosotros tenéis puesta vuestra esperanza”. Y como ellos decían: “Sabemos muy bien que Dios habló a Moisés, pero de ti no sabemos de dónde eres”, Jesús les respondió diciendo: “Ahora sí que os acusa vuestra infidelidad”…

… Aconsejaron al pueblo que tomaran piedras para lapidarlo entre todos. Y los jefes echaron mano sobre él con intención de arrestarlo y entregárselo al pueblo. Pero no podían apresarlo, porque todavía no había llegado la hora de su entrega. Pero el Señor mismo, pasando por medio de ellos, se retiró de allí. Y he aquí que un leproso se le acercó y le dijo: “Maestro Jesús, que andas con los leprosos y comes con ellos en la posada, yo también he contraído la lepra. Si, pues, tú quieres, quedaré limpio”. El Señor le dijo: “Quiero, sé limpio”. Y al momento, se apartó de él la lepra. Le dijo el Señor: “Márchate, muéstrate a los sacerdotes…”

Fragmento II [recto] 43-59: […] Presentándose ante él en actitud indagatoria, lo tentaban diciendo: “Jesús Maestro, sabemos que has venido de Dios, pues lo que haces da sobre ti un testimonio superior al de todos los profetas, dinos, pues: “¿Es lícito pagar a los reyes lo que conviene a su autoridad? ¿Se lo pagamos o no?”. Pero Jesús, conociendo su pensamiento, les dijo con indignación: “¿Por qué me llamáis de boca maestro si no escucháis lo que digo? Con razón profetizó sobre vosotros Isaías diciendo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí. En vano me veneran … preceptos”…
(Traducción de Gonzalo del Cerro en "Todos los Evangelios", Madrid, EDAF, 2010).

El autor defiende la hipótesis de que algunos de los pasajes de este primer momento debían de reflejaban un estadio extraordinariamente antiguo del texto johánico. La principal característica de ese primer evangelio johánico es que distribuía la misión de Jesús con arreglo al calendario litúrgico judío. Por otra parte, y dado que el texto se articulaba, en el fondo, sobre el modelo inaugurado por Marcos, es obvio que este ha de ser datado, como muy pronto, a fines de los años 70. Otra cosa es que no es fácil reconstruirlo debido a las sucesivas intervenciones de los redactores posteriores, las cuales acabaron por ocultar o eliminar los materiales tempranos. Con todo, se trataba de un evangelio muy semejante a sus hermanos sinópticos; hasta tal punto según la hipótesis debía de contar con parábolas (hoy desaparecidas) o con episodios sinópticos como el de la transfiguración.

II. Posteriormente, ese texto inicial fue ampliamente intervenido con una gran cantidad de material de origen lucano, pues el estudio ha demostrado que en Éfeso, o en los alrededores hubo una comunidad compuesta sobre todo por gentiles y de influencia paulina que es la originaria del Evangelio de Lucas. Pasajes señeros de esta ampliación son los episodios de la curación del hijo del funcionario real, la resurrección de Lázaro o la caracterización de Judas Iscariote.

La principal prueba de la existencia de este estrato compositivo estriba en dos hechos: de un lado, en que estos materiales forman parte de un conjunto textual común y exclusivo a Juan y Lucas; y lo que es más, el que tenemos constancia de que algunos de los episodios de origen lucano —así el pasaje de la adúltera (Jn 5, 53-8.11; cf. Lc 21,38 y ss.)— no terminaron de asentarse en el texto johánico hasta fecha muy tardía.

III. En una fase posterior, se añadió una gran cantidad de material discursivo de impronta litúrgico-teológica (incluyendo el prólogo poético), lo cual le confirió al texto su peculiar sabor, tan diferente al de los sinópticos. Se trata de un material que, a pesar de estar sembrado por todo el texto, resulta fácil de reconocer, en la medida en que posee un tono muy particular y, sobre todo, un vocabulario específico --κόσμος (mundo) ἀλήθεια (verdad), φῶς (luz), etc. que, de un lado, se halla ausente de la otra gran obra del grupo de crisianos que proceden también de Éfeso (el Apocalipsis; en este caso se trata de judeocristianos estrictos, pro con cierta influencia paulina); pero, de otro, se manifiesta omnipresente en los “discursos flotantes” (Jn 14.1-31; 15.1-16.33; 17.1-26, etc.) del Evangelio.

Estas unidades discursivas presentan la característica de su mala inserción en el relato biográfico general, lo que revela que fueron creadas de forma independiente e integradas en el texto en un momento posterior. Y al igual que sus autores insertaron los grandes discursos de despedida en el relato sinóptico de la Cena, hicieron lo mismo llenando el texto de apostillas que comentaban, matizaban y redefinían según sus novedosas doctrinas multitud de pasajes del viejo evangelio cuya sentido veían ya desfasado. Estos discursos estarían ya culminados en torno al año 130 o 140, como demuestra la existencia del papiro Rylands P52, datado a mediados del siglo II.

IV. Finalmente, hemos de mencionar la existencia de determinadas actuaciones de carácter redaccional, destinadas a enmendar, en lo posible, las incoherencias y malas suturas textuales que las sucesivas intervenciones habían dejado en el texto.

Descendiendo un tanto al detalle, el examen del Evangelio de Juan realizado por el Prof. Fontana ofrece algunos aportes adicionales en lo que hace al análisis de algunos elementos concretos del texto. De entre ellos destacamos los siguientes:

1. Una hipótesis novedosa sobre la creación del misterioso “discípulo amado”, figura que, a nuestro juicio, fue forjada con el fin de sostener en el plano mítico la singularidad y la identidad del propio grupo: había otros cristianos, representados en el texto por Pedro, a los que Cristo amaba menos, lo cual significa que la comunidad johánica se hallaba en contacto con otros grupos cristianos con los que no se identificaba plenamente.

Por tanto, el análisis de la historia del texto del Cuarto evangelio según el Prof. Fontana permite contemplar la “cuestión johánica” desde una nueva perspectiva, ya que, según su propuesta, afirma que el texto originario del Evangelio de Juan era un escrito muy similar al resto de los evangelios canónicos. La ausencia de rastros significativos de la “Fuente Q” en Juan evidencia que su primer redactor no supo de los textos de Lucas o de Mateo, ni, por supuesto, de la propia colección de lógia, o dichos de Jesús. Sus profundas diferencias con los Sinópticos se deberían, pues, al conjunto de innovaciones y añadidos que sucesivamente introdujeron en su texto inquietos y dinámicos autores tanto de su propia comunidad, como también otros, procedentes del grupo gentil.

2. También novedosa es la propuesta acerca de la creación de la figura de Lázaro, personaje sin consistencia histórica y forjado con materiales literarios procedentes de Lucas. Es muy posible sostiene el Prof. Fontana-- que un miembro destacado de esta última comunidad —¿acaso el propio autor de Lucas y Hechos?— decidiera completar el primitivo texto johánico con materiales propios, acaso con el fin de hacer de él un texto también manejable por su propio grupo. Al fin y al cabo, un autor capaz de combinar las perspectivas galileas de la “Fuente Q” con Marcos –como fue el desconocido autor al que denominamos Lucas-- no tuvo por qué tener reparo en intervenir sobre el primitivo texto johánico e interpolar en él una colección de episodios procedentes de su propia obra.

Por supuesto, carecemos de testimonios acerca de las eventuales reacciones de la comunidad johánica, pero el hecho de que los añadidos lucanos hayan llegado a ser una parte integrante del texto es suficiente prueba de que el experimento no tuvo mala acogida: los cerrados y exclusivistas cristianos johánicos estaban realizando muy probablemente su propio giro hacia la gentilidad, aunque, desde luego, siguieron conservando su particular idiosincrasia como grupo.

3. Por otra parte, se afirma que aunque no tenemos prueba alguna sobre la fecha en que pudo ocurrir tal intervención; pero, al menos, sí se puede ofrecer una conjetura que sitúa el problema en términos relativos: en efecto, Lucas no parece saber nada de ninguna predicación entre los samaritanos, los antecesores del grupo johánico efesio; sin embargo, años después, Hechos ya refleja la extensión del evangelio por Samaria, lo cual da cuenta de la toma de conciencia del autor de la importancia del grupo samaritano. De ahí que sospechemos que su intervención se debió de producir en el lapso entre la redacción de Lucas y Hechos, lo cual nos podría ubicar quizás en la primera década del siglo II.

4. Finalmente, la hipótesis propone que una escuela de teólogos, sin duda miembros de las últimas generaciones de la comunidad johánica —quizás entre ellos estuviera “Juan el Presbítero”—, insertó en el texto una gran cantidad de discursos de un cuño teológico nuevo. Tal operación bien pudo darse en la primera mitad del siglo II, sin que seamos capaces de precisar más.

5. Más sencillo es, en cambio, caracterizar los intereses de estos autores: el sentido de las palabras que ponen en boca de Jesús ya no depende de la situación vivencial concreta que opera en el marco de la predicación al estilo de los sinópticos, sino de la comprensión correcta de los conceptos expuestos en el Evangelio (cf. Jn 16, 25; “Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre”). La sencilla predicación del Jesús sinóptico queda aquí reinterpretada a la luz de una hermenéutica que revela una plétora de aspectos metafísicos inasequibles para los legos y, desde luego, para los inocentes receptores de un kérygma ya anticuado: este Jesús ya no predica el Reino, sino que se predica a sí mismo como ente trascendente y despegado de las circunstancias históricas del profeta galileo.

O de otra manera, el sutilísimo y complejo teólogo que es el Jesús del texto johánico no es sino la proyección de los sofisticados autores que anegaron el viejo texto con sus novedades doctrinales. La imagen, pues, que reconstruye el Prof. Fontana de estos autores dista de la del predicador itinerante que reconocemos en los Sinópticos o en la Didaché. En cambio, las acrobáticas especulaciones de estos autores tienen toda la apariencia de haber sido forjadas entre personas cultivadas y abiertas a las corrientes intelectuales más sofisticadas del judaísmo de su época. Con ello se refiere el Prof. Fontana, claro está, al famoso componente gnóstico del Cuarto evangelio, el cual, lejos ya de las primeras y desfasadas interpretaciones de la crítica, hace tiempo que ha sido reconocido como uno más de los desarrollos del judaísmo. Con otras palabras: El Evangelio de Juan ampliado es una muestra de que la gnosis occidental es judía en principio. Por ello no es de extrañar que sus conceptos aparezcan en una obra judeocristiana como el Evangelio de Juan.


Concluiremos el próximo día.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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