De prejuicios e intereses previos en la investigación sobre Jesús de Nazaret (8-3-2019) (149)
Foto: Joseph Klausner, judío lituano, que escribió en hebreo y en alemán
| Antonio Piñero
Escribe Antonio Piñero
Me parecen interesantes las reflexiones que hace F. Bermejo, en su libro “La invención de Jesús” (pp. 87-91), sobre los riesgos de cualquier investigación, o reconstrucción histórica de un personaje cuya vida, acciones y palabras tienen una enorme importancia en el día de hoy en el pensamiento de millones y millones de personas. Por eso no es extraño que pueda sentirse la tentación de cierta manipulación ideológica de los argumentos de la reconstrucción histórica, ya sea en sentido positivo, sustentar por ejemplo, las posiciones de la iglesia cristiana en general en su punto de vista de que la figura histórica de Jesús estuvo de acuerdo con lo que hoy proclama de él el dogma (sea católico, protestante u ortodoxo), o bien –por el contrario– para denigrar a las iglesias.
El primer ejemplo que pone Bermejo es el del judío Josef Klausner, cuya obra, “Jesús el Nazoreo: su tiempo, su tiempo y su enseñanza”, de 1919, pero que se sigue leyendo un siglo después. Klausner fue un “avanzado” en su tiempo recogiendo las ideas judías desde el Medioevo acerca de la judeidad de Jesús. El Nazoreo fue –según Klausner– un judío a carta cabal, en su religión, en su concreto de Dios, y en su ética e interpretación de la Ley. Pero tuvo un defecto: se pasó de la raya y fue demasiado judío; exageró y perdió el norte de la mesura. Jesús llevo su judaísmo hasta un extremo tan peligroso que acabó transformándose en un debelador del judaísmo.
La tesis de Klausner fue una evidente exageración, y la razón es que este autor estaba aplicando a Jesús los criterios, normas y medidas de lo que debería ser un judío sionista, como era él, en el siglo XX. Por ello lo dibujó en exceso como un hombre totalmente singular, no encasillable en el judaísmo de su tiempo, con un proyecto que era puramente religioso, pero no político, o religioso-político. Así, finalmente, los propios prejuicios de Klausner acabaron por deformar a Jesús y lo llevaron a dibujar una imagen global que creemos que no es en absoluto correcta con los rasgos totales del personaje en cuestión.
Algo parecido pero de sentido contrario, una suerte de tendencia bruta anticristiana, lleva igualmente a una deformación. El anticlericalismo en sí y el anticristianismo conducen sin duda a una falta de imparcialidad. Y el ejemplo que pone Bermejo es también ilustrativo: Paul Hollenbach, en su artículo “The Historical Jesus Question in North America Today”, en la revista Biblical Theological Bulletin 19 (1989), 11-12, llega a afirmar que la búsqueda del Jesús histórico ha de conducir no simplemente a corregir, “sino a derrocar el error cristiano”. Este autor se pasó claramente de la raya, y perdió igualmente la necesaria imparcialidad.
Es cierto que debe afirmarse que la teología paulina de los evangelistas, que sirve como de molde en el cual se encaja su “biografía de Jesús”, es un factor claro de distorsión de la imagen histórica del personaje… pero no tanto como invalidar totalmente los análisis independientes de hoy, y rechazar igualmente al investigador y a su reconstrucción de su figura de Jesús y del cristianismo primitivo. No puede ser, porque es igualmente sesgado.
Bermejo constata también que, a pesar del aparente tinte académico y neutro de muchas investigaciones sobre Jesús, el carácter confesional del investigador acaba por imponerse. Las opciones teológicas previas de autores que consiguen su subsistencia a base de publicar en instituciones en el fondo eclesiásticas, o claramente confesionales, acaban cediendo al ideario oficial de la tal institución, de modo que no se tiene cuidado de que en las obras que se publican se deslicen inconsistencias y, a menudo, hasta falacias y graves distorsiones.
Un marco mental típico de este modo de proceder consiste en afirmar que “una investigación sin presupuestos e ideología” es imposible. En parte es cierto. Ahora bien: no está todo irremisiblemente perdido. Se precisa de un esfuerzo considerable para alcanzar la objetividad, de modo que no ocurra lo que pasa casi siempre: los autores no confesionales, independientes, y sus obras son ignorados. Un espeso manto de silencio cae sobre sus publicaciones. No se discuten sus argumentos, porque proceden –se dice– de un fondo viciado. Así la acusación de prejuicio al historiador que procura ser imparcial acaba por defender los propios prejuicios del acusador.
No todos los prejuicios son iguales. Hay algunos en los que se nota el sesgo de una manera muy clara. Los presupuestos solo son perjudiciales si interfieren en el método de investigación y en los resultados. Y, a la vez, los prejuicios pueden ser combatidos y desmontarse en lo posible. El método de análisis pausado, refinado, consecuente con el conjunto de los textos… y la intención de procurar conducir a la práctica el principio de “atenerse a las consecuencias” es un buen sistema para intentar la imparcialidad. Pongo un ejemplo claro y que repito a menudo: si Jesús fue un judío cabal, probado, que no quebrantó nunca la Ley, hay afirmaciones sobre él que a priori que no casan con este presupuesto…, y que no son consecuentes con él. Jamás pudo ser Jesús un debelador absoluto y rompedor del judaísmo, sino en todo caso un reformador. Y a ver en qué grado. Jamás tuvo intención Jesús de fundar una religión nueva (afecta, por ejemplo, a la interpretación de la purificación del Templo, la fundación de la Iglesia y la interpretación de la eucaristía).
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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