¡Esto no se acaba nunca! Sobre la pretendida inexistencia histórica de Jesús de Nazaret (Segunda parte)
Respuesta a Richard Carrier (Blog personal) (6-8-2020.- 1134)
Respuesta a Richard Carrier (Blog personal) (6-8-2020.- 1134)
Foto: otra de R. Carrier
Escribe Antonio Piñero
Sigo con el tema de ayer. Y hoy concluyo
- No respondo a las críticas formuladas en su libro.
- Todas las críticas a su libro que presento en el mío, están refrendadas por las críticas de otros “pares” a las evaluaciones de Carrier, que sí me he ocupado en leer también. No hay ninguna crítica mía que no pueda encontrarse en las reseñas al libro de Carrier. Por supuesto: todos nos hemos equivocado al juzgarle y es un delito mío que no haya respondido uno a uno a sus argumentos sino de una manera global junto con sus críticos. ¡Argumento inútil, dirá Carrier, pero también he leído a sus contradictores!
He respondido también a sus críticas con el argumento de que los Evangelios son infalsificables. Ni un grupito reducido ni una sola persona pudo componerlos tal como están. Utilizo las palabras de Puente Ojea –investigador súper independiente y ateo radical– en el libro mencionado ¿“Existió Jesús realmente?” pp. 170-171:
“A mi juicio, la prueba mayor de que existió históricamente un hombre conocido después como Jesús de Nazaret o el Nazareno radica en las invencibles dificultades que los textos evangélicos afrontan para armonizar o concordar las tradiciones sobre este personaje con el mito de Cristo elaborado teológicamente en estos mismos textos. Nadie se esfuerza por superar aporías derivadas de «dos» conceptos divergentes y contrapuestos del mismo referente existencial, si dichas aporías no surgieran de testimonios históricamente insoslayables. La imposibilidad conceptual de saltar de modo plausible del Jesús de la historia al Cristo de la fe constituye una evidencia interna -aunque aparentemente paradójica- de la altísima probabilidad de que haya existido un mesianista llamado Jesús que anunció la inminencia de la instauración en Israel del reino mesiánico de la esperanza judía en las promesas de su Dios. Ninguna otra prueba alcanza un valor de convicción comparable a los desesperados esfuerzos, a la postre fallidos para una mirada histórico-crítica, por cohonestar el Cristo mítico de la fe con la memoria oralmente transmitida, de modo fragmentario, de un hebreo que vivió, predicó y fue ejecutado como sedicioso en el siglo I de nuestra era” (El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de la historia, 1992, 10).
En el librito aparecido en el año 2000, precisaba esquemáticamente su argumento:
“Nadie asume artificialmente datos o testimonios que dañen a sus propios intereses, a no ser que exista una tradición oral o escrita que sea imposible «desconocer», en cuyo caso sólo resta el inseguro expediente de reinterpretarla o remodelarla «tergiversando» su sentido genuino […] El deseo de apuntalar históricamente el nuevo mensaje soteriológico -cuestión que aún no le preocupó a Pablo- obligó a los evangelistas a usar reiteradamente -casi siempre de modo intermitente y elusivo- tradiciones muy antiguas sobre actitudes y palabras del Nazareno. De este precioso material, que podríamos calificar de furtivo, puede inferirse con estimable seguridad que Jesús fue un agente mesiánico que asumió sustancialmente los rasgos básicos de la «tradición davídica popular» y de la escatología de origen profético, aderezadas con acentos apocalípticos. Su mensaje anunció la inminente llegada del reino mesiánico sobre la tierra de Israel transformada por una suerte de palingenesia, un reino en el que lo religioso y lo político aparecían fundidos -sólo disociables con una mentalidad occidental- para entrar en él, y en el cual el arrepentimiento y la reconversión espiritual (teshuvah, metanoia) resultaba inaplazable y era requisito indispensable para la intervención sobrenatural de Dios. El verdadero tour de force que significó remodelar este material y verterlo en las categorías del misterio cristiano exigió una fe ciega y se desarrolló more rabbinico, es decir, acudiendo a los argumenta e scriptura y a los vaticinia ex eventu, aislándolos de sus contextos e integrándolos en una interpretación tipológica y alegórica extravagante e inverosímil” (El mito de Cristo, 2000, 18-20).
Si a Carrier le parece que estos son malos argumentos…, no tengo nada más que comentar.
- No hay documentos judíos en los primeros 400 años que hablen de Jesús.
- Sí los hay. Y es el testimonio flaviano de Flavio Josefo. A propósito de la reconstrucción del tenor auténtico del documento, me remito a Louis Feldmann, al que conocí personalmente, el famoso editor judío de Josefo. El estudio (esta vez estadístico) del vocabulario de Flavio Josefo en su reseña sobre Jesús (en Antigüedades de los judíos XVIII 63-64, más el parágrafo 200) da el resultado de que la utilización, sobre todo de los verbos y otros vocablos son de uso negativo en Josefo. Que la enumeración diez u once de los agentes mesiánicos (= más o menos a mesías o rey de Israel), después de la muerte de Herodes el Grande hasta el final parcial del primera Gran Guerra Judía (en el 70 d. C.), aparezca desordenada y no solo en las “Antigüedades” sino también en la “Guerra de los judíos”, no invalida en absoluto la argumentación: la mención de Jesús es negativa y está colocada en una serie de individuos que hicieron un gran daño al pueblo judío y le instaron erróneamente a creer que Dios les ayudaría en el combate final contra el Mal, la Roma invasora, elevando la temperatura mesiánica, Es un testimonio, y negativísimo, sobre Jesús que no puede rechazarse.
- Pretendo positivamente defraudar y soy un mentiroso.
- Sin comentario alguno.
- Considero que toda su obra es una “mierda” (sic); fallo continuamente al realizar mi trabajo.
- Sin comentario alguno.
- Mis argumentos están formulados sin el pertinente cuidado, lo que demuestra mi total ignorancia.
- Por mi parte, no hay comentario alguno. Dejo al lector de “Aproximación al Jesús histórico” la respuesta.
En conjunto, lo que podría ser un debate interesante ha quedado en una suerte de pelea de barrio. Quien insulta, creo que pierde parte de la razón que tiene al criticar. Y como mi defensa puede ser farragosa y demasiado amplia, hago una síntesis:
- Considero que el debate sobre la existencia de Jesús de Nazaret (para el Imperio Romano un personajillo sin interés, crucificado por ellos junto a dos de sus seguidores), bien distinto del personaje mitad mítico, “Jesucristo” ha llegado ya casi a un punto casi muerto. No hay que gastar más tiempo en él.
- He introducido el libro de R. Carrier en mi crítica en el libro “Aproximación al Jesús histórico” porque desde 2008 me parecía que era el único que merecía la pena discutir.
- La construcción de un mesías mítico, sin base alguna en un ser humano real, es una hipótesis implausible en el siglo I d. C.
- 4. El testimonio, depurado de glosas, por los propios historiadores y filólogos judíos actuales, de Flavio Josefo, es válido, por lo negativo que es. Tenemos al menos un historiador independiente, judío, buen conocedor de la mentalidad de su pueblo, que sitúa a Jesús como personaje histórico en una lista de gente dañina para el pueblo judío, porque calentó las mentes de sus gentes con vanas esperanzas mesianistas que chocaban frontalmente con el dominio del Imperio Romano sobre Israel.
- El testimonio de Justino Mártir en su Diálogo con Tarfón/Trifón (recuerdo/reflejo de un famoso “rabino” [¡ojo! la palabra entonces significaba solo gran conocedor de la ley de Moisés] de la época, del que se cuentan chuscas anécdotas, como que iba predicando la ley mosaica a los judíos de la Diáspora y que cada vez que llegaba a una ciudad distinta se divorciaba de su mujer anterior y se casaba con otra local) es, sin duda, una plasmación literaria de las discusiones que tenían “rabinos” (maestros en la Ley judeocristianos) con “rabinos” (simplemente “judíos normativos”) acerca de la interpretación de la Ley y del mesianismo de Jesús.
Pero esta plasmación literaria refleja en el fondo la verdad de la existencia de esas discusiones, en las que jamás se negó la existencia histórica de Jesús. Tales disputas habían comenzado mucho antes (peleas dialécticas ente judeocristianos y fariseos reflejadas en el Evangelio de Mateo, sobre todo cap. 23) y tienen una base histórica indudable. El testimonio de los Evangelios sobre los fariseos es la base principal del estupendo estudio sobre el fariseísmo anterior del año 70 d. C. del muy afamado Jacob Neusner. Otro reflejo de las disputas se halla en el Evangelio de Juan 9,22 sobre la expulsión de judeocristianos de la sinagoga por reconocer a Jesús como mesías. Pero jamás pensaron que este tal Jesús no hubiera existido.
- Los Evangelios tal como nos han llegado (nuestro texto actual procede del 200 d. C.) son infalsificables. Ahora bien, suponer que la crítica histórica-filológica-literaria actual no tiene medios para separar el posible sustrato histórico de la figura de Jesús de Nazaret entre el fárrago del engrandecimiento, mitificación, divinización posterior, es una hipótesis también implausible. Así pues, la crítica interna, científica, histórico-literaria, actual, a los Evangelios y a Pablo tiene instrumentos para distinguir entre lo mítico y lo que no lo es. Proporciona argumentos difícilmente rebatibles sobre la existencia histórica de Jesús.
- El consenso actual, 99 %, entre los historiadores independientes (entre los que hay muchos agnósticos y ateos), sobre la existencia de Jesús de Nazaret es válido.
- La obra de Carrier no ha logrado consenso alguno, sino solo respeto por su tremendo y novedoso esfuerzo por poner en duda la existencia histórica de Jesús. Yo me cuento entre los que la respetan, pero no la comparten.
- La hipótesis de la existencia real de Jesús de Nazaret, que luego fue ensalzada, mitificada, engrandecida, y en último término divinizada (pero no en el primitivísimo “cristianismo de los orígenes”, súper judío, sino más tarde) explica mucho mejor la existencia del corpus de escritos judíos que es el Nuevo Testamento, que la de Carrier. Es mucho más plausible que la de este último.
- Debe insistirse en que la discusión científica ha de ser cortés y educada; no soez e insultante. Quien practica y recurre al insulto da la impresión, al menos, de que no confía en sus argumentos. Pierde ante los ojos de la mayoría de sus lectores una buena parte de la fuerza de sus tesis.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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