En torno a la noción de Verdad escrita en el cristianismo (03-18-08-2020)

(03-18-08-2020)

Mark Rothko Black on Grey (1969)
Hoy escriben Sofya Gevorkyan & Carlos A. Segovia

Un mito narra que Yepa Huake, el demiurgo de los tucano, le dijo a Yupuri Bauro, el jefe de éstos últimos: «Tus riquezas serán: plumas ceremoniales, flechas, cerbatanas y bancos; las conservaréis con vosotros en vuestros hogares, pero no serán muchas». A continuación le dijo al alemán (que personifica aquí a los «blancos», esos “Otros” incomprensibles que parecen «fantasmas», por lo que no se puede confiar en ellos): «Vuestras riquezas serán muchas: armas, rifles, cuchillos, hachas y cuadernos, pues no podréis saber ni recordar nada de memoria, sino que tendréis que anotar todo para recordarlo; mientras que éste de aquí, Yupuri Bauro, no necesitará papel para escribir ni necesitará tampoco escribir, sino que recordará fácilmente cuanto ocurre en el mundo, y tú, hombre blanco, jamás podrás robarle la memoria a Yupuri Bauro».

         Encontramos numerosas leyendas similares a ésta no sólo a lo largo y ancho de la Amazonia, sino también en otros muchos lugares como, por ejemplo, Papúa Nueva Guinea y Australia. Se trata, pues, de un topos «literario» (valga la expresión) propio de muchos pueblos indígenas, incluido ése pueblo indígena al que acostumbramos a llamar «la antigua Grecia».

         Platón ofrece en Fedro 274c-278b una variante de dicho mito, de lo que cabe deducir que conocía el mito tucano o que él mismo era tucano o algo parecido; lo que, de paso, ayudaría a explicar por qué Aristóteles nunca entendió del todo bien a Platón: Aristóteles siempre fue demasiado civilizado, nunca introdujo en sus obras, por ejemplo, a mujeres sabias, filósofos borrachos o niñas tañedoras de flautas. Platón el tucano, entonces, sí lo hizo, puesto que, como dice Borges, «todo hombre es dos y el verdadero es el otro».

         Más exactamente, Platón discute dos supuestos relacionados entre sí:

(a) el de que un sistema de escritura ayudaría a los hombres a recordar permitiéndoles almacenar sus recuerdos, y

(b) el de que esto aumentaría su sabiduría.

Contra ambos supuestos, Platón sostiene que su memoria y experiencia se disociaran y que, por tanto, los hombres terminarán por olvidar lo que ya no estarán nunca en posición de recordar verdaderamente; y añade que, a diferencia de la palabra hablada, la palabra escrita, incapaz de responder a nuestras preguntas, carece de todo valor.

Por último, Platón opone los términos anámnesis, la «memoria viva» acompañada de reflexión personal, y la hipómnesis o mero «recuerdo», cuyos partidarios, escribe, «imaginarán que han llegado a saber mucho cuando en su mayor parte no sabrán nada; y será difícil llevarse bien con ellos, ya que parecerán sabios en lugar de serlo realmente».

         Las llamadas «religiones del Libro» se mueven en la dirección opuesta; o lo que es lo mismo, articulan otro paradigma o modelo operacional. Memoria y reflexión evocan en ellas lo escrito, previamente convertido en creencia; y en dicho sentido terminan siendo formas de recuerdo, aunque diversamente, ya que, dependiendo de cada caso, lo escrito, en tanto que lo único verdadero:

  • Puede necesitar de interpretación permanente y tendente a multiplicar sus disonancias (como en el judaísmo);

  • Puede pretender reflejar una verdad que paradójicamente él mismo instauraría (como en el cristianismo);

  • Puede autodefinirse y creerse la verdad hecha carne (como en el islam), o puede verse como aquello que inspira lo vivido (en las variantes «místicas», si queremos llamarlas así, de los tres).

Hay matices, por supuesto: la palabra hablada de la tradición eclesiástica prima en el catolicismo sobre lo escrito, mientras que en el luteranismo la palabra escrita (la Biblia) gana protagonismo; pero los matices son engañosos: presuntamente viva, la tradición se vuelve intocable; presuntamente fijada en su calidad de texto, la Escritura se vuelve interpretable. Y los dos polos vuelven a ponerse a girar una y otra vez alrededor de un mismo eje: el de lo escrito, ya sea ley (así, en el judaísmo), evangelio (en el cristianismo), recitación (en el islam) o vivencia (según lo dicho).

         De un lado, el pensamiento y los mitos (y conviene recordar aquí que Platón nunca los opuso). Ahora bien,  siempre y cuando entendamos por mito, claro está, las palabras que traen lo observado a nuestra atención, dándole forma poética de mil y una maneras (como en las múltiples historias de Perséfone y Deméter que conservamos o en las del lince y el coyote entre los Niimíipuu y sus vecinos, todas las cuales tratan de los cambios estacionales).

         De otro lado, la Verdad de lo escrito, sea lo que sea lo que dé en hacerse con ella (incluida la posibilidad de fragmentarla en diferentes narraciones, lo que nos pone sobre la pista de lo difícil que es naturalizar este modelo operacional).

Que el Concilio de Nicea extraiga de esa Verdad un credo o los actuales cristianos pentecostales tales o cuales formas de delirio «místico», no debe confundirnos: no se trata sino de las permutaciones de un mismo espíritu.

         (Más en http://polymorph.blog).     Saludos cordiales de Sofya y Carlos

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