La tradición oral y la formación de los evangelios (I)
7-10-2022 (1260).
Hay tres etapas de la tradición oral, y la primera tiene algunas dificultades
Escribe Antonio Piñero
Seguimos con nuestra tarea de desmenuzar y ponderar el valor de las informaciones que ofrece S. Guijarro en su libro “Los cuatro evangelios”.
Está bien pensada la división de etapas entre la muerte (fechas solo probable: abril del año 30) y la composición del último de los evangelios, el de Juan hacia el 100 d. C.
Tres etapas:
Primera: Vida pública de Jesús (tres años máximo: del 27 al 30).
Segunda etapa: del 30 hasta el 70 d. C. = destrucción de Jerusalén y probable fecha límite de vida para los que fueron contemporáneos de Jesús y lo pudieron conocer;
Tercera etapa: del 70 al 100 (fecha aproximada de composición del Evangelio de Juan).
Sostiene Guijarro que en cada etapa la tradición oral sobre Jesús desempeñó una importante función, aunque con características y condicionantes diversas.
La primera etapa es la vida pública de Jesús que Guijarro cree poder calcular entre un año (tradición de los Evangelios Sinópticos: Jesús asiste en Jerusalén a una sola Pascua) y el Evangelio de Juan (tres años: Jesús participa de las fiestas de la pascua en Jerusalén tres veces: véanse 2,13; 5,1; 7,10; 12,12: cuatro visitas a Jerusalén y tres pascuas).
Matizo la opinión de Guijarro. Pienso que la vida pública de Jesús no pudo durar ni un año. Un seguidor del Bautista, a quien había eliminado ya el tetrarca Herodes Antipas; un discípulo de este que sigue predicando en sustancia lo mismo que su maestro, a saber que el Juicio Final y el Reino de Dios eran eventos que estaban a la vuelta de la esquina, y que en el Reino de Dios no cabía el Imperio Romano de ningún modo ni os judíos malvados como los corruptos “sumos sacerdotes”, es decir, familias sacerdotales que controlaban el negocio del Tempo; por tanto, que Dios y sus ángeles tendrán que destruir el Imperio o apartarlo al menos de Israel. Tal prédica era en extremo sencilla, pero gustosa para el pueblo judío y a la vez peligrosísima para Herodes Antipas y para el prefecto romano Poncio Pilato.
El tetrarca Antipas había amenazado de muerte a Jesús (Lc 13,31: “En aquella ocasión se acercaron algunos fariseos diciéndole: “Sal, márchate de aquí, pues Herodes quiere matarte” 32 Y les dijo: “Id y decidle a ese zorro: «Mira, expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día alcanzo mi fin. 33 Pero es necesario que hoy, mañana y al día siguiente continúe mi camino, pues no es posible que un profeta perezca fuera de Jerusalén»”), y son precisamente sus presuntos enemigos los fariseos (¡no lo eran tanto por consiguiente!) los que le avisan y le urgen para que escape). Por eso, si alguien se fija con un mapa ante sus cuáles son los lugares predilectos de predicación de Jesús, observará que prácticamente todos están en el norte del Lago de Genesaret, cerca de Fenicia (Celesiria), cerca del territorio de Filipo (¡no de Antipas!); cerca de la Decápolis, al otro lado del Jordán…
Por eso he mantenido desde hace tiempo que la predicación de Jesús se centró en lugares en donde la huida al “extranjero” era fácil y semi segura al menos para huir de la policía de Antipas y de Pilato. Por consiguiente pensar que la vida pública de Jesús pudo durar tres años, como indica el Cuarto Evangelio es–opino– un dato bastante inverosímil. Yo diría que incluso un año es demasiado. Hay que reducir la vida pública de Jesús a meses solamente.
La segunda idea de Guijarro respecto a la primera etapa (27-30 d. C.) es que el impacto de Jesús en sus discípulos y seguidores fue tan fuerte que muchos, o algunos, empezaron a “recoger” / “almacenar” recuerdos de sus dichos y hechos.
Certeramente señala Guijarro (p. 117) la dificultad para la valoración de esta etapa, basada en una mera hipótesis: cuando esas tradiciones se ponen por escrito, ya ha muerto Jesús; ya se cree que ha resucitado y está sentado a la diestra de Dios y que volverá pronto para cumplir el resto de su tarea mesiánica, truncada por su muerte. ¿No estará esta tradición coloreada, o un poco desfigurada por la fe en un Cristo celestial (= “ungido” / mesías que está ya en el cielo, sentado en un trono al lado de Dios y que es divino de algún modo)?
La respuesta a priori es: Ciertamente es muy posible que esta traición esté coloreada por la fe, de modo que esta creencia se denomina “fe postpascual” = la creencia en la resurrección / exaltación celestial de Jesús.
Y yo añadiría una dificultad más que no menciona Guijarro al menos en este momento: ¿Qué interés podían encontrar los discípulos y seguidores de Jesús de “almacenar” ordenadamente con intención de transmitir a otros por hipótesis, una traición de un personaje que aún estaba vivo entre ellos y que anunciaba que el fin del mundo presente habría de ocurrir enseguida. Creo, pues, que suponer una recogida expresa de tradición oral sobre hechos y dichos de Jesús no debió de existir en esta primera etapa. Simplemente el que tuviera buena memoria y hubiera oído la predicación de Jesús y visto algunos de sus exorcismos o curaciones, las guardaría en su memoria… sí; pero no necesariamente para transitarlas. Era absolutamente innecesaria, ínsito, si el Maestro estaba vivo y el fin del mundo vendría prontísimo.
Así pues manifiesto mis reservas acerca de que en esta primera etapa (años 27-30) la tradición oral sobre Jesús desempeñara un papel más concreto que la mera conservación entre los dotados de buena memoria de sus impresiones acerca de los dichos y acciones del maestro galileo.
Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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