Semana de oración por la unidad de los cristianos 2024 en La Habana Dámaris González, de la iglesia episcopal: “Dios nos ayude a seguir haciendo camino juntos y encontrándonos en el camino"
Como signo tangible de comunión durante la semana de oración por la unidad de los cristianos, jóvenes de distintas denominaciones repartieron comida a deambulantes por las calles de La Habana
"Qué bueno es cuando nuestro camino ecuménico muestra la comunión en las diferencias, porque muestra algo de la vida eterna, una vida llena, realizada, que no huye de las diversidades ni intenta suprimir las diferencias"
"Nuestras pobrezas personales, de nuestras comunidades, de nuestras Iglesias, pueden ser la riqueza para dejarnos amar y salvar gratuitamente por Jesucristo y ofrecer así nuevos espacios libres a la acogida y hospitalidad de los necesitados y de cada prójimo"
Este año, la celebración mundial de la semana de oración por la unidad de los cristianos, coloca en el centro de la reflexión el mandamiento “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente... y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27)
"Nuestras pobrezas personales, de nuestras comunidades, de nuestras Iglesias, pueden ser la riqueza para dejarnos amar y salvar gratuitamente por Jesucristo y ofrecer así nuevos espacios libres a la acogida y hospitalidad de los necesitados y de cada prójimo"
Este año, la celebración mundial de la semana de oración por la unidad de los cristianos, coloca en el centro de la reflexión el mandamiento “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente... y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27)
En ambiente de oración, fraternidad y alegría se vivió en La Habana la Semana de oración por la unidad de los cristianos, del 15 al 22 de enero 2024; comenzando y finalizando un lunes porque ese día habitualmente no hay cultos en muchas Iglesias y eso facilitó la participación de líderes y fieles en la apertura y clausura. El grupo organizador invitó a los creyentes de distintas denominaciones cristianas a acompañar con la oración y a dar un testimonio de comunión, en un mundo lacerado por discordias y guerras.
Además de los eventos preparados en La arquidiócesis de La Habana, hubo celebraciones y encuentros en otras diócesis como Pinar del Río y Camagüey orando por la unidad de los cristianos. Como signo tangible de comunión durante la semana, jóvenes de distintas denominaciones repartieron comida a deambulantes por las calles.
En la noche del lunes 22 de enero 2024 el templo de San Juan de Letrán sirvió de sede para la clausura del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos. Cantos, lecturas bíblicas y reflexión marcaron el encuentro en que, hombres y mujeres de diversas confesiones cristianas se reunieron bajo el lema: "Amarás al Señor, tu Dios... y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc. 10, 27).
Se comparten a continuación dos reflexiones pronunciadas en La Habana durante la semana de oración por la unidad de los cristianos. La primera, pronunciada por fray Matteo Marcheselli en la inauguración y la segunda, en la clausura por la Lic. Dámaris González, de la iglesia episcopal:
Palabras de Fray Matteo Marcheselli, franciscano
Me llamo Mateo, soy italiano y soy un fraile franciscano de Asis, el pueblo de Francisco y de Clara. Les pido disculpa por el hecho que voy a leer mi intervención.
El evangelio elegido por la semana de oración por la unidad de los cristianos de este año 2024 me parece que nos ofrece la síntesis de la vida cristiana y nos hace el don de enfocar lo esencial de la vida, cosa que siempre necesitamos en el medio de acontecimientos y hechos de nuestra historia personal y comunitaria. Vivir la misericordia para amar a Dios y amar al prójimo.
En este pasaje del Evangelio de Lucas encontramos a Jesús que está de viaje hacia Jerusalén, donde donará su vida amando hasta el extremo.
El evangelista nos presenta un maestro de la ley que, después de que Jesús acogió a sus discípulos que regresaban de la primera misión y después que declaro bienaventurados sus ojos y sus oídos por lo que estaban viendo y oyendo, casi como en un arranque de celo y de orgullo, se levanta a enfrentar el maestro de Nazareth y lo pone a prueba. “¿Que tengo que hacer para heredar la vida eterna?”, pregunta profunda y central: la vida eterna. Hay una heredad, un don gratuito, un regalo, la tierra prometida; y hay algo que hacer para recibir y para acoger el don.
Qué bueno es cuando nuestro camino ecuménico muestra la comunión en las diferencias, porque muestra algo de la vida eterna, una vida llena, realizada, que no huye de las diversidades ni intenta suprimir las diferencias. Vivir la gracia que pidió Jesús al Padre – “que todos sean uno” – enseña que se puede vivir para algo grande y humanamente casi imposible: ¿No es esto lo que necesitan nuestros hermanos y hermanas hoy, aquí en Cuba? ¿! Ver que se puede vivir para lo bueno que parece “imposible”?!
La pregunta del maestro no es la pregunta de quién quiere aprender; él ya sabe la respuesta correcta. Jesús contesta haciendo una contra pregunta: quiere provocar, poner en movimiento la conciencia de su interlocutor. “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?”, es decir: “¿Cómo lees lo que está escrito? ¿Con qué participación quieres vivirlo? ¿Cómo te involucras en lo que sabes?”. De hecho, Jesús provoca en su voluntad a vivir lo que él ya sabe: “Bien has respondido. Haz eso y vivirás”. ¡Hacer! Voluntad, hechos; frutos de vida: ¡para vivir! Porque se puede respirar y no tener la vida adentro.
Qué bueno sería si nos ayudáramos mutuamente a evaluar juntos como vivimos el Evangelio, si pudiéramos compartir como “hacemos” la Palabra de Dios, si tuviéramos la confianza para decirnos “Hermanos, hermanas, hermana comunidad, hermana Iglesia, ¿cómo podemos poner en practica la Palabra de Dios? ¿Cómo encarnarla? Con un deseo verdadero de buscar el Reino de Dios aquí y ahora.
No como la pregunta del maestro, que ya tiene su interpretación de los dos mandamientos para heredar la vida eterna; ya tiene su “postura” de vida: amar solo a los cercanos, solo a los iguales. “Queriendo justificarse”, remarca el evangelista, como la pretensión de que es Jesús quien debe aceptar su interpretación estricta. ¡Qué ilusión que vive el maestro de la ley! Quiere vivir el “Shemá” – amar a Dios con todo su ser – pero pone límites al amor. Quiere vivir la regla, la ley, sin dejarse vivir por el espíritu de la ley, el amor, que quiere alcanzar a todos.
Ojalá que al final el maestro se haya podido reconocer en el hombre asaltado y medio muerto, porque no sabe amar; y ver en el sacerdote y en el levita la ley que hace un diagnóstico preciso, pero no da la salvación. Ojalá que el maestro haya acogido el Samaritano Jesús que subirá a Jerusalén para dar su vida en rescate de todos, para curar el corazón humano y abrirlo a la gracia y al don de amar sin límites y sin medida. Que puede abrirnos a lo extraordinario. “[..] si saludan sólo a los hermanos, ¿qué hacen de extraordinario?”: somos hechos para lo extraordinario.
Al mismo tiempo Jesús nos ayuda a pasar de la muerte a la vida, a salir de nosotros mismos encontrándonos en el hombre asaltado por los ladrones.
Les pido disculpa si hablo de mi fundador Francisco, hijo de Pietro di Bernardone. En su Testamento, compartiendo como Dios lo convirtió, escribe: “El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecado, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo (agrio), se convirtió en dulzura del alma y del cuerpo [..].
Francisco no habla de su conversión como obra de una iluminación, o de una visión: habla de cómo hizo misericordia con los leprosos, sus “enemigos”, los que le ponían enfrente su miedo del rechazo, de no ser amado por los demás. En su tiempo “hacer penitencia” significaba las prácticas de piedad, los sacrificios, huir del mundo como las ermitas. Dios hace descubrir a Francisco que “hacer penitencia” es practicar la misericordia con los más desfigurados, los más rechazados de la sociedad. Y practicar la misericordia significa cuidar, compartir el pan, poner ternura, tener paciencia, transmitir dignidad: amar con todo el corazón.
[Dice Francisco haciendo resonancia de la oración del Padre nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo.]
Porque los dos mandamientos (amar a Dios y amar al prójimo) son uno, con su raíz y sus ramas. Uno solo es el amor con el que amamos a Dios y al prójimo: el mismo amor de Dios, el Espíritu Santo que nos habita, y que quiere salir llevándonos al amor como el Samaritano.
El sacerdote y el levita dan un rodeo a la misericordia para salvar sus vidas, su perfección, su tiempo, sus convicciones (su pureza); están centrados en sí mismo, esclavos de sí mismos. Al contrario el Samaritano es el hombre verdaderamente libre porque ama. Libre de perder sus programas, su tiempo; libre de dejarse conducir por Dios donde no sabe; libre de los bloqueos mentales; libre del cálculo. El Samaritano – porque tiene experiencia de exclusión y rechazo – puede reconocer al excluido, el rechazado de la sociedad, el hombre despojado de su dignidad, golpeado con la violencia física, psicológica, social. Y sentir compasión. Nuestras heridas nos hacen más sensibles. El Samaritano – considerado lejos de Dios – no tiene que defender nada, puede vivir descentralizado de sí mismo… Por amor Jesús se despojó de su condición divina, y Dios Padre lo hizo pecado en favor nuestro.
Nuestras pobrezas personales, de nuestras comunidades, de nuestras Iglesias, pueden ser la riqueza para dejarnos amar y salvar gratuitamente por Jesucristo y ofrecer así nuevos espacios libres a la acogida y hospitalidad de los necesitados y de cada prójimo.
“¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» El dijo: «El que practicó la misericordia con él»”. El maestro de la ley – que identifica quien se fue prójimo por la actitud de la compasión y la practica concreta de la misericordia – no dice: “Fue el Samaritano”; puede ser que no tiene gana de nombrar un “enemigo excomulgado”... de hecho identifica al Samaritano por lo que hizo, por su acción de caridad.
Cuanto necesitamos reconocer lo bueno que hacen los “diferentes”, las otras Iglesias, las otras comunidades. ¡Aprender del otro, estimar, agradecer a Dios por el bien que hacen los demás, porque solo Dios hace el bien, todo es suyo!
Espero podamos practicar la misericordia entre nosotros. Y – juntos – ser la posada de la parábola, el pandokeion, la “todos-acoge”. Espero podamos practicar misericordia juntos, tener la valentía de dejar nuestras cosas buenas para dar testimonio de las cosas eternas, que hablan del futuro que nos espera a todos: “Que sean uno como nosotros somos uno”.
Palabras Lic. Dámaris González Naranjo, de la iglesia episcopal
Este pasado sábado tuve una maravillosa experiencia en la sesión de catequesis, con los niños con los que mi esposo y yo trabajamos.
Aun cuando teníamos prediseñado nuestro plan de clases, una niña de solo 8 años pide permiso para hacer un comentario.
-Maestra – Dice la niña. -Una amiguita de mi aula me dice que ella no cree en Dios porque en el mundo hay muchos problemas, y hay muchas guerras donde mueren muchas personas. Ella piensa que Dios no existe porque si así fuera nada de eso sucedería.
Evidentemente hasta ese momento, hubo un plan concebido que pasó a segundo plano, porque sin pensarlo dos veces, su comentario se convirtió en una importante conversación con todos los niños presentes.
Fue una hermosa oportunidad para conversar, responder preguntas, y profundizar acerca de lo que se traduce en actitudes de vida, de cómo actúa el ser humano cuando tiene el amor de Dios en su corazón, o cuando no lo tiene, de lo que significa ser luz del mundo, así como lo que trae consigo cerrar el corazón a una experiencia de fe con Dios, vivir alejados de
Dios, y por tanto, sin amor, sin ese amor con que es posible transformar todo. La conversación con los niños concluyó con cada niño orando, pidiendo por nuestro mundo, pidiendo a Dios que nos use como instrumentos y herramientas para transformar la vida, para que podamos mostrar a un Cristo vivo, cuyo mensaje de amor no tiene otra manera de concretarse que no sea mediante la acción con los otros.
Precisamente, este año, la celebración mundial de la semana de oración por la unidad de los cristianos, coloca en el centro de la reflexión el mandamiento “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente... y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27), a la luz de la hermosa y desafiante parábola del Buen Samaritano. Los textos propuestos para acompañar la celebración de esta semana nos han presentado un llamado a reflexionar acerca del amor como ADN, y principal signo identitario, de la Fe Cristiana, de ahí que escoger este texto del buen Samaritano, es crucial, porque es una excelente exposición acerca del amor y la compasión.
Existen varios lentes con el que nos podemos acercar a este texto, Una de las posibles maneras es el lente de la ética, desde el desafío constante que nos trae a revisar nuestra actitud para con quien nos rodea, y la disposición a sensibilizarnos, actuar, hacer, movernos, dejando a un lado la pasividad, aunque ello implique perder nuestro espacio y nuestras comodidades, para ponerlas en función de servir a otros.
Durante esta semana ya hemos visto varios elementos del texto, y no es mi propósito reiterar ideas ya compartidas, pero hay algunos elementos que quisiera destacar de estos lentes con que nos podemos aproximar al texto, el lente de la actitud ética, el lente de la vida ecuménica, y el lente del llamado a la misión. Todos, relacionados entre sí.
Por un lado, que triste que, la situación de la persona herida no fue lo suficientemente significante, al punto de interrumpir el camino de los que ya habían pasado antes, Ellos vieron la situación, tenían sus propias justificaciones, y optaron por seguir su camino, sus importantes tareas, sin más compromiso que el que ya llevaban consigo. Seguir de largo, siempre es una opción, una decisión personal. Detenerse y optar por la vida de otra persona; es también una opción y una decisión. El samaritano que pasaba, aquel de quien menos se esperaba, de un pueblo odiado y despreciado por los judíos, ve la situación, se acerca, se conmueve y se involucra al punto de colocar todo lo que tiene a disposición del herido: su aceite, vino, cabalgadura, su dinero, y hasta su tiempo. La situación que halló cambió sus planes, y reorientó su camino en una ruta diferente, se ha cruzado con una nueva prioridad, una persona en situación de dificultad en donde está en juego la vida, se ha vuelto ahora su nueva prioridad, más allá de sus intereses personales, y más allá de los conflictos políticos y sociales. Tomo una decisión, aunque ello tuviese un precio.
Todos conocemos la historia y sabemos contarla de forma rápida, sin embargo, imaginando el escenario, pienso que tomaría su tiempo, desde el momento en que lo vio, hasta llegar al mesón. Valorar qué hacer, curarlo, montarlo en su cabalgadura, retomar el camino ahora a paso lento y tal vez incómodo, hasta llegar al mesón, a saber a qué distancia, a saber cuánto recorrió. Son elementos del escenario que nos ayudan a visualizar lo que Jesús quiere ilustrar, un gesto de solidaridad sin condiciones, sin recibir nada a cambio, pero que implicaría esfuerzo, dedicación, sacrificios personales, renuncias, pero donde el amor y la voluntad de hacer por quien lo está necesitando, es mayor. Las llamadas de Jesús nunca son fáciles, pero sí, son radicales.
No puedo evitar pensar en el personaje que menos relevancia presenta en la historia, el posadero, primer testigo de una actitud de amor de parte del que menos se esperaría. Tal es su impresión, que este, se hace parte también, y deja que su posada sea ya no solamente el lugar donde pasar la noche, sino el lugar de cuidado de un herido. Así que por un lado, el amor del samaritano también motiva al mesonero. Y es que a veces no se necesita mucho. Todos podemos hacer de nuestros respectivos espacios, un instrumento de utilidad para el servicio a Dios en el servicio a las personas, allí donde estamos, y si lo hacemos unidos, aún mejor.
La pregunta inicial acerca del prójimo es ahora de Jesús. El interés del legista es saber “quién es mi prójimo”, y ahí la respuesta es el hombre asaltado, Sin embargo Jesús reorienta el sentido de la pregunta: “quién se portó como prójimo de este hombre”, ya no se trata de quién es mi prójimo, por el que yo debo preocuparme y a quien yo debo atender, sino quién actúa como prójimo activo de los demás. Esto es “No esperes a que aparezca un prójimo al que atender, hazte tú, prójimo de los demás, sal al camino y ve a su encuentro, y sé tú el que se aproxime a quien lo necesita”.
Al final de la conversación se da la principal enseñanza que a veces leemos con rapidez y que tal vez no se esperaba: “Ve y haz tú lo mismo”. Un imperativo de acción, una exhortación, a salir de nuestro espacio, a ir, dejar a un lado lo que nos inmoviliza y detiene, no esperar a que las cosas sucedan mirando desde afuera, sino hacer que las cosas sucedan, un llamado a salir al camino pero, para comprometernos, para tomar parte activa en la solución de las cotidianidades de las personas, aunque ello implique alterar nuestras rutinas y cambiar nuestras prioridades.
Esta es una parábola que también podemos mirar con el lente de la vida ecuménica.
Jesús, definitivamente, hace a un lado y nos invita a superar las barreras con las que tanto nos dejamos definir, “ellos-nosotros, creyentes-ateos, de aquí-de allá”, y muchos otros apellidos culturales, políticos, religiosos etc., para comenzar a vernos unos a otros en nuestra humanidad, (seres humanos todos, creación de Dios, hijos todos de Dios, hermanos unos de los otros) y despertar nuestra disposición de poner en practica esa humanidad, movida por el Espíritu de Dios como elemento común que tenemos; dejar a un lado las habituales justificaciones, para adentrarnos en las implicaciones. Sí, estar preparados y dispuestos para dejarnos implicar, dejarnos involucrar, no solo saliendo al camino sino compartiendo el camino, ese camino que entrelaza nuestras vidas, nuestro ministerio, nuestra ruta y cotidianidad, y que se ve afectado a menudo por cosas pequeñas y triviales, en las que perdemos la esencia, y es ahí donde dejamos pasar la oportunidad de relacionarnos unos con los otros, de hacernos comunidad, a veces por miedo, por desconocimiento mutuo, por inseguridades, y pasamos de largo unos de los otros, contrario a la oración de Jesús para que todos seamos uno y para que el mundo crea. Hay una llamada a romper cadenas que separan, distancian, invisibilizan, e inmovilizan, para atrevernos a construir lazos y puentes que nos acerquen, no importa si la persona es de aquí o allá, de este u otro grupo, porque la esencia está en que todos somos hijos de Dios y por tanto una gran familia, que día a día nos empeñamos en mantener lejana, distante y separada.
Y el lente de la misión, un llamado constante. Vivimos en un mundo donde no todo es feliz, un mundo lacerado, entristecido por las guerras, por el odio, el egoísmo, el deseo creciente de más, la ambición, la indiferencia, un mundo marcado por dolor, múltiples consecuencias de las actitudes humanas. También en Cuba hoy, hay muchos signos de tristeza en el rostro de las personas, signos de desesperanza, hay muchas personas esperando a hallar al Jesús que camine a su lado, que le levante en su flaqueza, que le abrace, le sonría, le haga saber que no está solo, que el amor de Cristo es aún mayor, y es tangible, palpable, concreto. Y requiere decisión. Más que nunca es una urgencia abrir los ojos, mirar, dedicar nuestro tiempo a apreciar la situación de otros, y aproximarnos a quienes hallamos por el camino, muchas veces también heridos, también lastimados, y participar en el cuidado y restauración de personas laceradas por la inequidad, por abandonos, por la discriminación, por la emigración, por situarse en desventajas sociales, por abrumarse pensando cómo será el mañana. Tenemos que hacer nuestra la fragilidad de los demás y su dolor, y es una urgencia mayor aun, no esperar a que aparezca la fragilidad, hay que intentar construir un mundo sin personas sufridas en el camino. Ciertamente, en este punto, todos tenemos la tendencia de decir que no es tarea nuestra y que no nos toca, pero, lo cierto es que a todos nos involucra y nos demanda a que participemos, pero no en actitud de distancia o superioridad, sino humildemente, recordando responsable y conscientemente que, en un momento determinado del camino, de nuestra vida, y en la relación de unos con los otros, nosotros, personas imperfectas, (así como ha dicho el Papa Francisco), “somos o hemos sido algo de “heridos”, algo de “salteadores”, algo de los que pasan de largo, algo de buen samaritano”.
Jesús nos sigue exhortando, cada día más, “ve y haz tu lo mismo”. Y no es después, no es cuando quieras, o cuando te aburras, para Jesús es aquí y ahora, de forma radical, es simplemente, “Ve y Haz”, que nos dejemos interpelar, dispuestos a cambiar de urgencias, cuando se trata de la vida y la dignidad humana.
Cercanas resultan entonces las palabras del profeta «Misericordia quiero, no sacrificios» (Os 6,6), y el texto de Mateo 25:40 donde dice Jesús: “De cierto les digo que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos más pequeños, por mí lo hicieron” son también invitaciones a ir y hacer lo mismo. Al final de cada enseñanza de Jesús, está latente la invitación de “ve y haz tú lo mismo”.
Hermanas y hermanos: “Cuando la necesidad de una persona, se nos presenta delante, nos exige, y nos demanda, no hay justificación, pretexto, o excusas, no hay un después, no valen las miradas a otro lado ni seguir de largo. Solo es posible ir y hacer lo mismo.
No son pocas las veces que se critica por el mucho decir, y el poco hacer, o porque la palabra humana no esté en coherencia con la actitud que le sigue detrás. Sin embargo, el Evangelio no tiene otra manera de hacerse vida concreta y anuncio que no sea en la coherencia de la palabra y la acción. No hay otra manera. El servicio a las personas, la acción de servicio de la iglesia, la acción comprometida a la que Jesús invita una y otra vez, tiene que poner sobre la mesa, la palabra y la acción, el mensaje y el servicio, unirlas, no puede haber dicotomía, necesita haber coherencia, para que sea Evangelio vivo, al punto de que nuestra actitud sea capaz de mover el corazón de otros para convertirnos juntos en comunidad de acogida, de brazos abiertos, y de cuidado, no a título propio, sino en nombre de Cristo, quien nos convoca e invita a ser parte de Su Misión.
Muchos pretextos se utilizan día a día para justificar la indiferencia humana, el seguir de largo, el mirar hacia otro lado, la desatención, la exclusión, el olvido, nos traiciona a veces el orgullo y hasta decimos “No me toca a mí”, como pensaron tal vez los que pasaron de largo con prisas y prioridades supuestamente más importantes que la vida humana, Sin embargo, la defensa de la dignidad humana es un mandato de Dios, un imperativo de Jesús imposible de no escuchar y no atender.
No puedo evitar hacerme preguntas desde este texto, que hoy deseo compartir con ustedes.
Estamos nosotros dispuestos a hacernos prójimo, próximos, de cualquier persona necesitada, sea de donde sea, piense como piense, tenga lo que tenga, y cueste lo que cueste?
Cuales son hoy aquellas personas heridas, lastimadas al lado del camino, a las que no hemos mirado con atención, por las cuales no hemos sido capaces de detener nuestro camino, cambiar nuestra ruta, dedicar nuestro tiempo, el que sea necesario, colocar dispuestamente nuestra cabalgadura, o comodidad, y dejarnos mover?
Cuantas veces, estando en la condición del mesonero, hemos asumido la actitud contraria de cerrar nuestras puertas sabiendo que otros están necesitando encontrarlas abiertas, para que podamos juntos actuar en favor de la vida.
Será que estamos dispuestos a poner en común nuestras rutas, nuestras agendas, y unirnos para traer en ofrenda a Dios lo que somos y lo que tenemos, lo que nos une, y ofrecernos como instrumentos suyos para servir a aquellos que están lastimados y heridos?
Ultima pregunta: Que respondemos a Jesús? Ignorar las palabras de Jesús, es también mirar a otro lado, es también pasar de largo.
Hermanas y hermanos: Jesús nunca pasa de largo. Jesús sigue siendo el buen samaritano que cada día nos encuentra con nuestras debilidades y fragilidades, sigue haciendo tiempo para nosotros, y continua dando su propia vida por nosotros. Jesús nos invita a que sigamos yendo y haciendo nosotros lo mismo, pero también a que como iglesias seamos casa abierta y que seamos juntos, comunidad de cuidado para aquel que llegue. Así como el samaritano le encomienda el cuidado del herido, Jesús también nos encomienda día a día, diciendo “Ve y haz tú lo mismo”, o diciéndonos, “cuida de él”.
Y por último, no olvidemos que Jesús también, sigue ahí tirado en el camino, olvidado por nosotros mismos, abandonado por nosotros mismos, lastimado por aquello que cada día y de muchas posibles maneras, laceran la dignidad y la vida humana, y ante quienes a veces, nosotros seguimos pasando de largo, porque no somos capaces de ver en el rostro del que sufre, el rostro de Cristo. Quienes? Solo miremos a nuestro lado, ahí muy cerca de donde estás. Dentro de ti, escucha a Dios, que una y otra vez te dice, “Ve y haz tu lo mismo, cuida de él”.
Hazte prójimo, y Ama a tu prójimo como a ti mismo, es en ello que se traduce, el vivir amando a Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, y con toda tu alma.
Dios nos ayude a seguir haciendo camino juntos y encontrándonos en el camino, para ser comunidad de cuidado, de acogida y de amor, unos con los otros, y de todos con quien nos rodea, en defensa de la vida y la dignidad humana, aunque ello implique cambiar de prioridades, y cueste lo que nos cueste, como instrumentos de Dios. Amen.