Retrato del primer obispo de Facatativá Colombia a 50 años de su fallecimiento Monseñor Raúl Zambrano Camader, hombre asequible a la gente del pueblo
Acostumbrado a la “pose episcopal” de la mayoría de los obispos españoles, esta sencillez me sorprendió agradablemente
Era un hombre de profunda oración, con una gran delicadeza de conciencia, y un intenso sentido de amor y solidaridad con su presbiterio
Pastor siempre preocupado por una evangelización integral y profunda, puesta al día, y con gran sentido del compromiso eclesial y temporal
Pastor siempre preocupado por una evangelización integral y profunda, puesta al día, y con gran sentido del compromiso eclesial y temporal
| Dumar Espinosa Román Cortés Tossal / Dumar Espinosa
Se cumplen 50 años del trágico accidente aéreo que costó la vida de Raúl Zambrano Camader, a sus 51 años de edad primer obispo de Facatativá, de otros miembros de la junta directiva del Incora, el Instituto nacional de la reforma agraria en Colombia y de los tripulantes de la aeronave. Sucedió el 18 de diciembre de 1972. Los miembros del Incora, que ese día habían entregado títulos de tierra a campesinos en el norte del país, regresaban desde Repelón Atlántico a Bogotá.
La muerte sorprendió al obispo Zambrano Camader, quien formaba parte de la junta directiva del Incora como representante del episcopado colombiano, desempeñando su trabajo incansable en favor de los más necesitados en consonancia con el espíritu del Pacto de las Catacumbas que había firmado con otros padres conciliares antes de la conclusión del Vaticano II.
La sociedad colombiana se estremeció ante la desaparición de este defensor de los pobres. Así lo recuerda Román Cortés Tossal, sacerdote español, de la diócesis de Vich, perteneciente a OCSHA la Obra para la Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana, institución creada por la jerarquía católica de España para colaborar con la Iglesia católica en Latinoamérica. El padre Román Cortés Tossal fungía entonces como delegado diocesano de Laicos en Facatativá:
«No desconozco su talla intelectual…
Tampoco sus conocimientos socio-económicos y la múltiple asesoría que prestó a la Nación en este campo.
Prefiero esbozar otras facetas, las que se relacionaron con mi sacerdocio en estos tres últimos años. Prefiero mostrar el retrato que tengo de Monseñor Zambrano en mi interior.
Cuando llegué a Colombia el 3 de febrero de 1970, un sacerdote me reclamó por el parlante en el aeropuerto “Eldorado” y me recibió con gran amabilidad. Me recogió las maletas y subimos a un carrito que esperaba junto a la puerta. Por el camino le pregunté: ¿En qué parroquia sirves? Y sonriendo me contestó: ¡Yo soy el obispo!
Acostumbrado a la “pose episcopal” de la mayoría de los obispos españoles, esta sencillez me sorprendió agradablemente y fue la puerta que me abrió la confianza de monseñor Zambrano.
Para mí era un amigo, un hermano, un padre, el inspirador e impulsor de mi sacerdocio en estos tres últimos años de servicio a la diócesis de Facatativá, probablemente los años más densos de vida.
En casi 25 años de sacerdocio nunca había podido compartir la mesa con un obispo, ni tomarnos un tinto juntos, ni menos sentarme a su lado en el carro ofreciéndose como conductor para trasladarme a la capital. Es que Raúl Zambrano era latino-americano, y además era el prototipo de una nueva figura de obispo que va surgiendo en la Iglesia después del Vaticano II. Cuando después de los retiros en Armenia o Popayán, los sacerdotes podíamos salir a compartir con él, visitando los monumentos turísticos, saboreando un helado en cualquier esquina, o disfrutando de una buena película de cine, me parecía un sueño. Cuántas veces recordé aquellos libros que leí hace años: “El valor divino de lo humano” y el “Valor humano de los santos”.
Su humanismo cristiano tan profundo, su fina ironía para ridiculizar el detalle menos conveniente, su delicada sensibilidad, su respeto profundo por la dignidad de la persona, su sencillez y trato personal, a mí me llegaron al alma, como otras “florecillas” del Poverello de Asís… y he pensado mucho en estos días en lo que me dijo un niño hablando de otro obispo colombiano. Le gustaba porque era hombre “normal”. Lo trataba muchas veces en un club de natación, e incluso le había enseñado a nadar. Con gran sabiduría el Concilio puso el capítulo del “Pueblo de Dios” antes que el de la jerarquía en la constitución sobre la Iglesia, para que primero nos sintiéramos “Pueblo” antes que pastores…, para que aprendiéramos de la normalidad del hombre sencillo del pueblo de Dios, que se confunde con todos sus hermanos en la común dignidad de hombre y de cristiano. Me cautiva aquella sentencia profunda de san Agustín, que cita el Concilio y que Raúl Zambrano supo encarnar en su vida: “Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela que estoy con vosotros. Para vosotros soy el obispo, con vosotros soy un cristiano. Aquel término señala una responsabilidad, éste un don, aquél, un peligro, éste la salvación”.
Han sido años muy intensos y de compenetración muy profunda. Le confesaba muy a menudo, y a través de sus acusaciones, siempre de rodillas, y con profundo recogimiento, pude descubrir tres facetas de su vida íntima, que son la otra cara del pastor, la que no ha salido en la prensa: Era un hombre de profunda oración, con una gran delicadeza de conciencia, y un intenso sentido de amor y solidaridad con su presbiterio.
Mi entrega pastoral en el terreno concreto de las comunidades eclesiales de base y la búsqueda del diaconado permanente, la aprendí de él. Cuando me comenzaron a llegar sus primeras cartas a España solicitándome la incorporación a la Diócesis de Facatativá, ya me decía que me preocupara por el conocimiento teórico y práctico de las comunidades de base y el diaconado permanente, que todo el plan de la pastoral tenía estos objetivos, y que sólo solicitaba mi colaboración en función de los mismos. Su prudencia exquisita y mi confianza total me fueron madurando para esta misión, casi sin darme cuenta. Me abrió cauces para entroncar todo este movimiento con toda la gente comprometida en una misma línea, en Colombia y el resto de Latinoamérica, y con sus insinuaciones y sugerencias, fue corrigiendo y perfeccionando mi pensamiento, encauzándolo hacia una línea más humana, más encarnada, más comprometida, a la realidad de este país.
Lo sé de sus estímulos cuando tropezaba con dificultades; yo soy testigo de sus gozos cuando le contaba mis andanzas por las Diócesis; yo sé cómo quería una prudente apertura mediante la ayuda o pequeño asesoramiento a otras diócesis del país. Y si el Movimiento Familiar Cristiano y los Cursillos de Cristiandad siguieron por otros derroteros, era porque detrás estaba un pastor siempre preocupado por una evangelización integral y profunda, puesta al día, y con gran sentido del compromiso eclesial y temporal.
Cuando se ha consultado a los laicos cómo deseaban al nuevo obispo, todos contestaron que cortado a la medida de quien ha sido el primer pastor de la diócesis. Lo quieren natural y sencillo, que sea hombre asequible a la gente del pueblo, que vaya a los campesinos más que éstos a él. En una palabra: que entienda la autoridad no como un honor sino como un servicio, poniéndose como el Señor a los pies de todos.
Y los santos no nacen, “se hacen”. Para ser así, Raúl Zambrano se tuvo que vencer (soy testigo de sus esfuerzos). Su capacidad intelectual, su educación, el ambiente en que se educó, no siempre fueron factores positivos para acercarse al pueblo, no siempre le dieron facilidad para “meterse en el barro”, pero su vivencia cristiana profunda, y su fina intuición del tipo de pastor que necesitaba la Iglesia en nuestro tiempo, le hicieron palpar nuestra realidad y animosamente se esforzó, sin alardear nunca de este esfuerzo. Yo le vi sufrir hondamente cuando a él le parecía no ser entendido en sus conceptos por los más humildes, o cuando no podía darse más, porque las atenciones fuera de la Diócesis no se lo permitían.
A propósito de esta misma tensión interior de monseñor, recuerdo como se dividieron las opiniones de los laicos en la asamblea de representantes parroquiales para perfilar la figura deseada del nuevo obispo: unos pedían que fuera un obispo descargado de ministerios a nivel del Celam o de otros compromisos de asesoramiento como tuvo monseñor, y otros pedían expresamente esta apertura hacia el exterior. Ambos tenían razón: Monseñor no podía dejar de tener esta apertura eclesial, ecuménica, porque si no hubiera traicionado los carismas que le dio el Espíritu para el bien de la Iglesia. Pero esta labor no va inherente al obispo de Facatativá, si no muy propia de la personalidad de monseñor Raúl Zambrano. Él era muy consciente de este deber eclesial.
El nuevo obispo podrá o no dedicarse a otros servicios extradiocesanos, según sean sus carismas personales, lo que interesa siempre es que sea fiel al Espíritu del Señor, y pueda comprobar que, con Él, “el yugo es llevadero y la carga liviana…”. Raúl Zambrano supo abarcar la totalidad de sus responsabilidades con una gran entereza y equilibrio, con espíritu juvenil y deportivo, manteniendo firme su jovialidad y gozo interior.
Dios los años no los cuenta, sino que los pesa. Nuestro pastor como reza la sabiduría, “Alcanzó la perfección realizando larga carrera en poco tiempo”.
Sembró y se sembró. Ante su tumba le pido muchas veces, que interceda para que muchos otros recojan los frutos. En medio del dolor y el desconcierto que nos produce su muerte, abrigo una íntima convicción de que este año, y los venideros, van a ser de mucha fecundidad en la diócesis. Los anhelos de monseñor producirán abundante cosecha. ¡Él nos ayuda!».[1]
[1] Cfr. Homenaje a monseñor Raúl Zambrano Camader, comunidad diocesana de Facatativá, 1993, pág. 70-72.
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