Serie de entrevistas a sacerdotes y obispos eméritos sobre la recepción del Vaticano II en Latinoamérica Javier Darío Restrepo: "En la medida en que la Iglesia deja de defender lo institucional, comienza a darse cuenta de en qué consiste el Reino y el anuncio del Evangelio"
Para un periodista, "era muy difícil obtener el pronunciamiento de un sacerdote porque siempre estaban como intimidados para decir lo que pensaban, como que pesaba sobre ellos una autoridad"
"Lo muy característico que tuvo la Iglesia colombiana frente al concilio, fue considerarse una excepción"
"Entre el episcopado español y el episcopado colombiano la distancia es grandísima. Este es un episcopado que está avanzando"
"El periódico El Catolicismo es una mirada de ombligo desde una iglesia que no va al patio de los gentiles. No se asoma al patio de los gentiles, siempre está adentro, mirándose a sí mismo, mirando a los devotos que van a la misa y que están ahí cerca del altar"
"Entre el episcopado español y el episcopado colombiano la distancia es grandísima. Este es un episcopado que está avanzando"
"El periódico El Catolicismo es una mirada de ombligo desde una iglesia que no va al patio de los gentiles. No se asoma al patio de los gentiles, siempre está adentro, mirándose a sí mismo, mirando a los devotos que van a la misa y que están ahí cerca del altar"
| Carlos Martínez / Luis Forero
Carlos Martínez y Luis Forero, sacerdotes retirados del ministerio durante la época postconciliar, grabaron recientemente, diversas entrevistas, con testimonios de compañeros suyos, sobre lo que significó para ellos el Concilio Vaticano II: los cambios en el Seminario Mayor de Bogotá, arzobispos y cardenales, la realidad colombiana y latinoamericana de entonces. Voces e historias que con el permiso de sus autores se van a compartir poco a poco en Religión Digital.
La primera entrevista que se publica de esta serie, fue realizada el 2 de febrero de 2012 a Javier Darío Restrepo (1932 - 2019), sacerdote retirado después de 17 años de ministerio; reconocido periodista y escritor colombiano, con una carrera de más de cincuenta años, que inició su carrera en el periodismo a finales de la década de 1950, alternando inicialmente dicha profesión con el ministerio sacerdotal:
Usted llega a Bogotá como sacerdote de fuera, ¿verdad? ¿Venía de Manizales?
No, yo había estado primero en Montería con monseñor Rubén Isaza, allá hice de todo, sobre todo un periódico, en las emisoras, siempre con medios de comunicación.
Cuando lo trasladaron a él, a Ibagué, me dijo: si quieres quedarte en Montería o si quieres irte conmigo, cualquiera de las dos opciones…
Yo le dije: “me voy con usted”.
Me vine para Ibagué, en Ibagué nuevamente fundaron un periódico que se llamó Signo; el de Montería se llamaba Bastión. Signo, programas en la radio, siempre los medios de comunicación.
Lo trasladan a él a Bogotá.
Me hace la misma propuesta, si quieres quedarte aquí; si quieres regresarte Montería; si quieres irte a Bogotá,
“Me voy a Bogotá”, le dije.
Llego a Bogotá, entonces es cuando me piden que dirija la revista la Hora.
Ya me metí con televisión; después comencé a escribir en el Tiempo. Roberto García Peña me tenía un gran cariño, entonces él apreciaba mucho que se mantuviera una columna semanal, la tenía ahí en el Tiempo.
Ya luego me fui abriendo a otros medios, siempre con los medios de comunicación.
Tal vez lo más interesante fue, y en relación con el tema que ustedes traen, que cuando se inició el Concilio Vaticano, el cardenal Concha quiso tener una oficina de prensa en el Palacio Arzobispal y me pidió crear la Oficina de Prensa del Palacio Arzobispal, que tenía como objetivo más importante el estar difundiendo toda la información sobre el Concilio a los medios de comunicación.
Como cosa curiosa, desde esa oficina de prensa me tocó seguir muy de cerca el conflicto entre el cardenal y Camilo Torres y me llegó de primera mano la noticia de la muerte de Camilo en la guerrilla que se difundió desde allí, desde el palacio arzobispal.
Pero vuelvo un poco a lo anterior ¿Cuál es su imagen del clero y de la iglesia en general de Bogotá? ¿Cómo lo vio usted cuando llega?
¿De qué año estamos hablando?
Estamos hablando algo así como 1966 o 65, por ahí, por esos lados.
Porque yo recuerdo que después de llegar, yo llegué a la parroquia del 7 de agosto que regía entonces Joaquín García Ordóñez, que después fue obispo de Santa Rosa.
Allí conocí al padre de él, que había sido ministro de Abadía Méndez, una persona admirable, queridísimo, un cristiano.
Y pues Joaquín fue una especie de tutor y con él, a través de él, comencé a conocer el clero.
Me daba cuenta de que existía en el clero como dos grupos muy definidos.
Había ese grupo del sur en donde estaba Bernardo Sánchez.
Sí, que después se haría cargo de todo lo del congreso eucarístico.
Ese grupo de la gente del sur era una gente muy comprometida con la pastoral y con las pastorales medio populares y demás.
Muy distinto del clero del norte.
Yo veía al clero del norte como un clero muy diferente en el sentido de demasiado vinculado a la gente del norte, con una mentalidad de gente del norte.
Y cómo se reflejaba en el clero ésto que ha sido muy característico de la población en Bogotá, que es una población muy dividida.
Es decir, hay gente del sur que nunca llega al norte en ese momento nunca llegaba al norte ni se imaginaba que ellos pudieran ir al norte y viceversa.
Esa como gran diferencia.
Luego, pues el contacto que tuve yo con clero a través del trabajo de La hora, después se intervendría en la preparación del congreso eucarístico desde el punto de vista de prensa, ya me confirmaba un poco esa misma visión.
Posteriormente he tenido como mayor contacto con sacerdotes, ya desde mi lugar de periodista, unos sacerdotes que mantenían mucho las formas y muy incapaces de asumir una posición personal.
Lo digo porque con mucha frecuencia yo tenía que hacer trabajos en que se requería el concepto, el pronunciamiento del sacerdote y era muy difícil obtenerlo porque siempre estaban como intimidados para decir lo que pensaban, como que pesaba sobre ellos una autoridad.
Incluso en los tiempos en que yo estuve en el palacio arzobispal, en lo de la oficina de prensa, llegué a padecer esa situación, porque a mí me entrevistaban con mucha frecuencia de emisoras y de otros medios de comunicación, y alguna vez dije algo que resultó casi herético, refiriéndose el periodista a lo que tenía que ver con el Concordato, me preguntaba qué tenía el Concordato de bueno y qué tenía de discutible.
Le dije, en realidad hay una cosa muy discutible y es que el Concordato asume que el sacerdote y el clero en general son una casta privilegiada y no pueden ser una casta privilegiada.
¡Qué dije yo! Entonces.
Ya el arzobispo ordenó que saliera de la arquidiócesis, pero yo tenía la responsabilidad nacional con la revista.
Entonces fueron unos tipos bastante pintorescos, en el sentido de que yo entraba y salía, yo venía a todas las cosas de la revista, dejaba armada la revista siguiente y me iba para Medellín, para la costa, para alguna parte.
Recuerdo que en ese tiempo conté con la con el apoyo de Jiménez y Revollo, que dirigían El Catolicismo, y que le mandaron al cardenal una carta muy respetuosa, pero al mismo tiempo muy firme, en el sentido de que en la Iglesia no se puede consagrar el delito de opinión, la tesis general.
Siempre lamenté no haber conservado esa carta, porque hubiera sido un testimonio muy valioso.
De modo que existía ese cierto temor, tanto que cuando llegó lo de Camilo Torres, ustedes comprenderán que para la prensa eso constituyó un tema muy permanente, era muy difícil que los sacerdotes se refirieran a eso.
Noté que eso había cambiado bastante cuando escribí el libro La revolución de las sotanas, que ya en esa oportunidad estuve conversando con sacerdotes y algunos con una inmensa libertad de espíritu respondían a todas mis preguntas.
Recuerdo particularmente, por lo grata y reveladora que fue la entrevista que le hice a Noel Olaya. Pero Noel Olaya era Noel Olaya, un capítulo del libro es precisamente con Noel, y me resultó muy revelador todo lo que conversé con él en esa oportunidad.
Eso es en términos generales y decir deshilvanadamente la visión que tuve en todo ese tiempo aquí.
Usted tuvo alguna relación con el padre Morin también, me imagino. Morin, el rector de seminario.
Es que Morin fue mi profesor de Sagrada Escritura en Manizales; puedo decir que si alguien me abrió la mente fue Alfredo Morin, y me creó un montón de inquietudes, tal vez de lo mejor que yo tuve como profesor.
Igual que a nosotros. seguramente.
¿Pero aterrizando un poco eso, por ejemplo, por qué no nos cuenta, me imagino que usted le siguió la pista, cuáles fueron los conflictos o cuál fue la situación del padre Alfredo Morán, rector del seminario mayor de Bogotá, con el arzobispo, con el clero?
¿Sabe que no conocí nada de eso? Yo me mantenía muy ajeno a esas cosas.
Es decir, las interioridades de lo que sucedía en el clero de Bogotá.
Es decir, es la primera referencia que tengo de que el padre Alfredo Morin hubiera tenido conflicto con ellos.
¿Con monseñor Isaza, entonces, hubo conflicto? ¿Cómo le fue a Monseñor Isaza en la arquidiócesis?
Sí, como saben, yo me formé al lado de Monseñor Isaza.
Él fue quien me acogió cuando entré en conflicto con los padres que dirigían el Seminario de Manizales, que eran en ese momento los sulpicianos, ya, no obstante que los quise mucho, porque hicieron un contraste muy grande, ellos con los sacerdotes de clero secular que dirigían el seminario. Un cambio total que yo encontré siempre muy positivo.
Sin embargo, ellos no pudieron soportarme, entonces no se atrevían a expulsarme, pero sí me pedían que cambiara de seminario.
Entonces, monseñor Isaza, que estaba de auxiliar en Cartagena, conoció la situación y me pidió que me fuera a estudiar en Cartagena.
De modo que mis dos últimos años de teología yo los hice en Cartagena y me tocó estudiar teología en la “torre torcida” de Santo Domingo; no sé si conocen el convento de Santo Domingo, que era donde funcionaba el seminario, tiene una iglesia y la torre principal está torcida y según la leyenda la torció el diablo.
Yo me tenía que subir allá a esa torre a estudiar, porque resulta que lo que estaban viendo en teología en ese momento yo ya lo había visto.
Entonces había otras cosas que yo tenía que ver.
Me tocó tocar, estudiar solo bajo la tutela de uno de los padres eudistas, del profesor de teología.
Total, que monseñor me llevó a Cartagena.
Él había sido mi director en Manizales; un hombre de una inmensa discreción.
Yo sabía que él estaba en problemas precisamente porque él era de una línea muy abierta para con los sacerdotes y que había problemas en relación con Camilo.
Entonces, él era de la línea de acogida a Camilo, de diálogo con Camilo; en cambio el arzobispo era de línea dura y autoritaria, y eso sí fue siempre muy evidente.
Tanto el cardenal Concha como después el cardenal Muñoz fueron de una línea muy autoritaria y no sé si eso le daría resultado, pero era su manera de conducir las cosas.
Monseñor Isaza no era así, él siempre dialogaba con la gente y se esforzaba mucho por comprender las razones de la gente, de sus sacerdotes y creo que eso fue lo que en el fondo le creó los conflictos que le convirtieron su arzobispado aquí, (en Bogotá), en una tortura. Pero es todo lo que supo.
Usted trabajó en la curia, tuvo oficina por lo menos, pero de alguna manera pues tenía que ver u oler lo que estaba pasando entre las oficinas. Es decir, monseñor Isaza está ahí, pero hay otras personas, Carlos Vargas Umaña, por decir alguien… qué se respiraba.
Miré lo singular que era la función que yo desempeñaba; la oficina mía, el otro día que estuve allá traté de encontrar la oficina y no la encontré porque ese era un hueco que había por ahí en un medio piso, entre el primero y el segundo; entra uno a la izquierda, sé que era por ahí.
Entonces todo lo mío era llegar a la oficina a ver cables, preparar los boletines que transmitía por las emisoras, o que entregaba a las emisoras; ponerme en contacto con los periodistas que cubrían todo lo que tenía que ver con el Concilio o con la Arquidiócesis.
Pero entrar yo por ejemplo a las oficinas del arzobispo, nunca, es decir, yo nunca pasaba el segundo piso, por tanto, era una persona completamente ajena a lo que estaba sucediendo allí.
Eventualmente, cuando tenía que conversar con monseñor Isaza, subía hasta su terraza, ese piso alto que hay, que era el que él ocupaba, hablaba lo que había que hablar con él y lo demás nada.
Después cuando sucedió todo lo de Camilo, a mí prácticamente me tenían que contar las dificultades y los problemas que Camilo tenía con el arzobispo. Yo conocía lo de él, las cartas que me llegaban y porque me entregaban los comunicados del arzobispo, pero yo no era personal de la curia, era un periodista que estaba allí haciendo una oficina de prensa, pero nada más tengo que ir muy poco decir casi nada. Lo que yo te pueda decir sobre lo que sucedió entonces y lo que se cocinaba allá adentro, era una cocina que mandaba sus olores para allá, pero no llegaban hasta el primer piso.
Bueno, eso nos lleva a que básicamente podemos entrar en la parte del concilio. ¿Cómo lo vio usted? ¿Comenzó la convocatoria, el desarrollo y qué vio? ¿Cómo se veían las cosas fuera de Bogotá, porque la óptica nuestra, quizás hasta estudios u otro tipo de cosas, es sólo de Bogotá y hemos estado hablando con gente de Bogotá. Pero entonces usted viene de Cartagena de Ibagué…
Sí, tanto en Cartagena, en Ibagué o en Montería, pues en ese entonces todavía lo del concilio era teoría, de modo que eso ni siquiera afectaba la vida de la Iglesia en esas diócesis.
Yo noté que eso comenzaba a afectar la vida de la Iglesia, aquí, cuando ya comenzaron las discusiones sobre si la misa de frente o la misa de espaldas y toda esa polémica que hubo sobre la nueva liturgia; que ya comenzaban entonces las polémicas muy serias de los que estaban por el régimen antiguo y los que frente a estas novedades se asustaban.
Sin embargo, he de notar que un hombre tan tradicionalista como Joaquín García Ordoñez era un entusiasta de la nueva liturgia.
A mí me tocó seguir muy de cerca el proceso que se siguió en la parroquia del 7 de agosto, la traída incluso de esa enorme mole que constituyó en altar y luego la alegría con que él asumió todas estas reformas de la liturgia.
Eso lo veía yo como algo muy positivo y coincidía con el espíritu con que yo pasaba la información.
Es decir, todos esos datos que venían del concilio eran unos datos que yo transmitía con un inmenso gusto, porque yo sentía que eso era lo que se necesitaba, que era lo que estaba pidiendo la iglesia en ese momento.
A mí no me cupo ninguna duda sobre esas cosas.
Y luego sobre los otros temas ya no se ahondó demasiado.
Por ejemplo, la parte el ecumenismo, la relación con las otras iglesias…
La vi que se tomaba con mucha timidez y más bien con mucha desconfianza, particularmente con lo que después se constituyó en el gran argumento contra el ecumenismo y es que se trataba de iglesias no históricas y que eran iglesias que vivían constantemente atacando a la Iglesia y de hecho cualquier contacto que se hacía con ellos era un contacto bastante beligerante.
Total, que eso se constituyó en el principio en un obstáculo que fue el que sirvió de apoyo a ese cierto desgano que había por ese tema.
Yo creo que el del ecumenismo fue un tema que se miró con mucho desgano.
Ahora, el otro tema que sí suscitó posiciones muy encontradas era el tema de la doctrina social de la Iglesia, pero ya vista a través de los documentos del concilio.
Yo recuerdo que hice parte de un grupo en el que estaba Noel Olaya, en el que estaba Gonzalo Canal Ramírez, que tuvo una intervención muy entusiasta en el estudio de todo lo del concilio y era mi editor de la revista La Hora.
Era curioso, en las enormes mesas en que se armaban la revista, estaban al lado de las mesas en que se estaba armando el periódico de Camilo.
Entonces en la misma cuna editorial estaba Frente Unido.
Frente Unido y La Hora estaban naciendo en cuna, estaban la una al lado de la otra, pero con Gonzalo Canal y este grupo nos reunimos en el seminario incluso y hacíamos unas reuniones nocturnas para hablar sobre pastoral social.
Gonzalo escribió dos novelas con base en eso, una novela se llama Nicodemus y la otra no recuerdo el nombre, lo debo tener ahí en la biblioteca, en que cuenta con mucho detalle lo que era la evolución del pensamiento de los sacerdotes en materia social impulsados por el Concilio y posteriormente con la Populorum Progressio.
Allí siempre donde yo puedo dar mayor razón porque estuve muy metido en ese grupo, difundí muchas cosas en la revista sobre ese esos pronunciamientos que había en ese momento o esas actitudes que tenían los sacerdotes, siempre con la timidez de quien sabe que hay una autoridad por encima de él, una autoridad que está muy vigilante y que no va a tolerar en eso audacias de ninguna clase.
Fue muy significativo, por ejemplo, la salida de Mario Revollo y de Jiménez de la dirección de El Catolicismo, precisamente fue motivado por la posición que siempre tuvo el catolicismo bajo la dirección de ellos dos sobre las doctrinas conciliares y la aplicación de esas doctrinas a la pastoral.
Entonces cuando ellos insistían en que había que hacerle caso al concilio y que el concilio era labor del espíritu y todo eso, desde la arquidiócesis había más bien la tendencia a decir eso está muy bien, pero nosotros somos otra cosa, que fue lo muy característico que tuvo la Iglesia colombiana frente al concilio, de considerarse una excepción.
Yo tuve oportunidad de desarrollar ese tema frente a todo el episcopal cuando se cumplió un aniversario importante de la Conferencia Episcopal, los 100 años y me pidieron que hiciera una conferencia sobre los años 50 a 70, lo que habían sido, son unos años muy, muy críticos, son los años del concilio, son los años de Medellín, de Congreso eucarístico y son los años de los curitas de Golconda.
Entonces yo hice una conferencia y en la conferencia yo les hago caer en la cuenta, seguramente ellos lo tenían más que sabido y es esa reticencia del episcopado colombiano frente a lo que venía del concilio, con el pretexto de que nosotros somos otra cosa.
Tanto es así que, en la conferencia de Puebla, el episcopado colombiano pretendió tener su propio documento para exponer su propia visión y le fue rechazado allí.
¿ahí no estaba metido Alfonso López?
Pues claro, era el que estaba al frente de eso, porque él representaba ese pensamiento de que aquí las cosas son a otro costo y nosotros no nos podemos permitir las libertades que se pueden permitir en otras partes de la iglesia, porque aquí las cosas son distintas.
Siempre se pensaba que Colombia era lo excepcional y que aquí no tenía aplicación lo que en el resto de la iglesia podía hacerse.
¿Quiénes más estaban en ese grupo?
Supongo que Hurtado estaba ahí.
¿Hurtado, Fernando?
Fernando Hurtado.
¿Fernando Hurtado es español?
Sí.
¿el padre Morán participaba?
No, ahí no estaba Morán, pero sí, Fernando Hurtado estaba ahí. Yo no me acuerdo si no, no creo que Alfonso Rincón estuviera.
De pronto, ¿el Mono Castro?
… nooo, el Mono Castro es lo más cuidadoso; el Mono Castro no se va a meter en cosas de estas. Él es muy, así como es cuidadoso en su estilo, muy “cachaco”.
Yo pensé que por estar en Cáritas de pronto estaba metido en eso social.
Lo conocí allí en Cáritas, incluso, le ayudé en Cáritas Bogotá algún tiempo, pero nunca de tomar así una línea audaz, ni siquiera José Ramón Pérez que era el de Cáritas Nacional, no,
Pero digamos, curitas del sur que usted mencionaba, monseñor Sánchez, no sé, Ernesto Umaña, ¿gente de ese estaba ahí?
No, Ernesto Umaña, él trabajó mucho con la gente de Cáritas, pero no estuvo en este grupo. No, yo no recuerdo bien cuáles eran, pero si era un grupito ahí como de seis u ocho personas.
Respecto al otro tema, de la familia, en el concilio (qué recuerda)
No, lo de familia en ese tiempo estaba en manos de Enrique Acosta.
Pero me Imagino habría discusiones sobre como las hay hoy sobre anticonceptivos y aborto y divorcio y todo eso.
Bueno, ahí, ahí estaba uno de los personajes que más intervinieron en eso y todavía está la influencia de Hernán Vergara. Yo fui muy cercano a Hernán, seguí un curso que él dictó que me aparece interesantísimo sobre antropología bíblica, porque era un hombre de una gran ilustración y de una inteligencia brillante.
Luego él me tenía mucha confianza; en ese tiempo le ayudaba Enrique Santos Calderón en sus lecturas dominicales y allí publiqué varias cosas de Hernán referidas precisamente a Humanae vitae y su polémica permanente con los Lleras, que él los acusaba de ser unos auxiliares de la política demográfica de los EE. UU, y que ellos apoyaban para que eso se difundiera aquí. Por ese lado conocí pues posiciones y conflictos o polémicas que había, pero no más.
Yo quiero volver un poquitico atrás ¿Monseñor Isaza sale muy mal de Bogotá, es decir, usted como a su amigo y su una persona que ha seguido toda su trayectoria, ¿cómo vivió ese momento? ¿Cuáles fueron los detalles internos cuando lo sacan y cuál es su actitud?
En realidad, era tal la discreción de él y mi desentendimiento de lo que se cocinaba dentro del Palacio Arzobispal, que no eran asuntos que a mí me interesaran, que yo lamenté su salida porque salía un amigo que tenía allí. Pensé que su regreso a Cartagena era para él un alivio, lo vi como un alivio porque sentía que había una presión constante sobre él. Pero detalles sobre el asunto, si los hubo y los conocí, no lo recuerdo.
¿Usted cómo veía en ese momento? Porque bueno, usted dice Monseñor Concha era una persona de línea autoritaria; la imagen que hay es que él en esos años ya entra en un proceso de senectud, es decir, que él pierde el control del arquidiócesis, que son otras las personas que están manejando realmente el arquidiócesis.
Sí, todo lo que sé es que él se recluyó allá en un apartamento, en una casa del norte.
Yo ya estaba pues en la línea de cualquier periodista, que algún periodista tuvo como gran exclusiva una foto que se tomó desde un edificio de frente y demás, que lo veía él sentado en un silloncito; que alguna vez fue iniciativa de la revista que él apoyó, estuvimos ahí un grupo de periodistas. Recuerdo que en esa oportunidad me fui en el mismo auto en que iba el loco Giraldo, que después resultó metido con todos esos líos de los dineros de narcotráfico para Samper; el Pájaro Hoyos, Giraldo y yo, íbamos los cuatro.
Y la gran novedad, fíjate el mundo en que yo estaba, que era muy distinto, la gran novedad en ese momento era que por primera vez un periodista tenía auto con chofer. Entonces íbamos haciendo esa especie de chacota al Loco Giraldo y luego llegamos a una rueda de prensa con el Cardenal, una rueda de prensa que era una cosa, no recuerdo el número que tenía, pero era lo que hasta hace poco se llamaba la comunicación cristiana de bienes, algo así como el banco de la bondad. Ese era el título, el nombre que le dábamos en la revista.
Entonces eso tuvo una gran difusión porque fue al término de una Semana de la caridad organizada por Cáritas. Los periodistas le “pararon muchas bolas” al asunto, pero creo que sobre todo era por el interés de entrar a esa casa y lograr entrevistar al señor cardenal Concha. Eso es todo.
Después de una historia tan, tan, tan, tan larga, con tantas vicisitudes, yo sé que no es fácil ¿Pero usted cómo ve a la iglesia colombiana hoy? ¿En proceso de modernizarse, de actualizar o mejor yo creo que un término más correcto, de ser más fiel al evangelio?
Yo creo que le ha servido mucho todo ese bagaje histórico con que llega este momento. Porque uno ve a lo largo de esa historia una iglesia que ha cometido muchas equivocaciones. Tú la ves a comienzos del siglo XX empeñada en esa lucha estéril e inútil contra el liberalismo. Después cambia de contendor, entonces comienza a luchar con la masonería y después contra el comunismo.
Ese contendor le dura mucho tiempo, la condiciona mucho tiempo, pero al mismo tiempo le hace aprender la esterilidad de esa clase de luchas. Incluso se mete con el padre Vicente Andrade, un jesuita que fue de los que crearon la UTC. Incursionaron allí y pensaron que esa era la forma de combatir al comunismo; y todo eso fue tiempo perdido.
Pero no, no fue del todo perdido, porque yo creo que esta Iglesia fue reflexionado. Yo seguí mucho ese proceso porque me tocó, para escribir unos artículos sobre la Conferencia Episcopal, leerme todos los documentos desde 1915 hasta la fecha y ver la evolución del pensamiento de la Iglesia desde ese pensamiento de cruzado, batallador, apologético; y ya hoy encuentro una Iglesia más tranquila, más serena, que tiene ya más tiempo de pensar el evangelio y de pensar menos en ella misma como institución.
Me parece que la dificultad más grande ha sido salir de ese institucionalismo que la ha inspirado. Entonces es defender una institución, desde luego hay las razones teológicas para hacerlo, pero no para que eso sea lo fundamental; y en la medida en que deja de defender lo institucional, ya como que comienza a darse cuenta de en qué consiste el Reino y el anuncio del Evangelio.
Y eso en lo que la encuentro hoy. Ahora, precisamente por el trabajo con la revista, me he metido más de cerca en todo lo que es la vida de la iglesia colombiana y comparo con aquello. Y yo creo que la Iglesia ha progresado, ha avanzado en ese sentido, que desde luego no hay unanimidad en eso, como nunca la habrá.
Hay distintos grados de comprensión, pero la orientación general y la dirección en que marcha el episcopado es una dirección que yo creo que es de un inmenso progreso.
Sobre todo, por qué me toca ver, por razón de la revista, lo que sucede en España. Y les cuento que entre el episcopado español y el episcopado colombiano la distancia es grandísima. Este es un episcopado que está avanzando.
Tuve un par de conversaciones con el señor arzobispo (Rubén Salazar), me pareció un hombre abierto, inteligente. Claro que después me invitaron para que fuera a hablarle al clero de Barranquillas sobre cuestiones de comunicación. Y ahí hablando con uno o con otro, veía que había pensamientos muy dispares.
¿Que ya no cayó bien o qué? ¿Que no cayó bien allá en Barranquilla?
Había quienes lo querían muchísimo, pero había otros que lo sentían autoritario, absorbente en sus cosas, pero ya eso tiene que ver con el perfil humano de las personas. Pero tal como lo vi, lo oí en un par de entrevistas que le hice, me pareció un hombre abierto, inteligente y con una inmensa vocación de poner a la Iglesia de Bogotá al día.
¿Usted como observador, como periodista, pues que tiene una visión general no solamente de Colombia, qué figuras cree usted que hoy, hoy en Colombia, laicos u obispos, sacerdotes, pueden, están jalonando?
Me haces una pregunta bien complicada, porque entre obispos, indudablemente monseñor Salazar. Para mí estos obispos, Nel Beltrán, que han estado más comprometidos con el tema de la paz, Serna, que fue obispo de Florencia, no sé dónde estará monseñor Serna ahora. El de Tunja, Castro.
Creo que se me está escapando, o no, y no sé por qué, o sí sé por qué le tengo una inmensa fe a un hombre tan humilde, pero tan buen pastor, que es el que fue obispo de Montería y que actualmente está en Cúcuta, Julio César Vidal. Justamente la semana tanto voy a ir a Cúcuta a hacer una conferencia a periodistas y voy a buscar conversar con él. Me parece un tipo de un gran peso. En el laicado, no me preguntes, tendría que buscar con lupa nombres, pero así que aparezcan no encuentro. Sé que uno de los que más figura, trabajé con él en la revista Presencia cuando existía. Que es el que fue embajador en el Vaticano, Guillermo León Escobar; pero no creo que sea así como líder. Conoce mucho, pero no como líder.
¿Y aparte de obispos, sacerdotes o movimientos?
¿Sabes que hay un tipo que a mí me admira por la capacidad de trabajo y las cosas que hace, que es el director de pastoral social, que es un monseñor, él es antioqueño? Héctor Fabio Henao; a mí me parece que es un tipo de alto peso. ¿Algo más tendría que reflexionar y dar vueltas y demás para darle una respuesta mucho más amplia a eso?
¿Esas conferencias o esos artículos que usted dice que escribió sobre la conferencia, en dónde se pueden conseguir sobre la evolución de la conferencia episcopal?
A ver, algunos de esos los publicaron, los publicó Fabián Marulanda, que era entonces el secretario de la Conferencia, en un libro muy, muy bonito, muy pesado y pienso que muy caro, muy costoso, porque un papel sobre los 100 años de la Conferencia. Entonces ellos ahí publicaron algo así como tres o cuatro de sus artículos. También hubo un padre, un fraile de la Revista de Misiones que le dedicó un número de la Revista de Misiones a publicar esos artículos, y no recuerdo de ahí luego pues aparecieron en El Catolicismo y en otros periódicos diocesanos. Algunos aparecieron los periódicos nacionales, pero muy, muy dispersos.
¿Usted cree que El Catolicismo sirve de algo? ¿Hace algún papel?
Te amplió la pregunta, porque si algo a mí me preocupa en este momento es tanto El Catolicismo y el canal Cristovisión.
A mí me invitó Ramón Zambrano antenoche, y yo no sé qué ya estaba Ramón tocando una guitarra. Y yo lo he hablado mucho con él, incluso me invitó a que hiciera parte de su comité de programación. Alcancé a ir como a tres reuniones de comité de programación en las que siempre insistí en lo mismo en que les insistí a los padres en Barranquilla y aquí en la Conferencia Episcopal, en el Celam, en todas las partes donde he tenido oportunidad de reflexionar con sacerdotes acerca del papel de la comunicación.
Resumido muy bien la redacción, monseñor Jairo Jaramillo, el arzobispo de Barranquilla, que después de la explicación que les hice y de un análisis que les hice del periódico de ellos allá, dijo Javier Darío tiene razón, nosotros vivimos mirándonos el ombligo.
El catolicismo es una mirada de ombligo desde una iglesia que no va al patio de los gentiles, que es la expresión utilizada por el papa. No se asoma al patio de los gentiles, siempre está adentro, mirándose a sí mismo, mirando a los devotos que van a la misa y que están ahí cerca del altar.
¿Pero mirar de puertas para afuera lo que está sucediendo?, no.
Que es justamente lo que me estoy proponiendo con la revista, que la revista no esté tratando únicamente los temas del interior de la iglesia, sino que es una revista que tenga algo que decirle a la gente que está fuera. La gente que está fuera frente a los hechos siempre busca interpretación. Y hay la interpretación política, la interpretación económica, la interpretación de orden público, todo eso. Y dónde está la interpretación, desde la fe, de los hechos es lo que a mi juicio le falta al Catolicismo. Ha habido un cambio, noto en este momento, mucho más ágil, por lo menos en materia de diagramación y presentación, pero no en materia de agenda.
No es una agenda que esté incorporando lo que está sucediendo en el mundo, lo que le está sucediendo al mundo eclesiástico, sí, pero lo que está sucediendo en el mundo no es una publicación que ayude a entender y a leer la historia que está sucediendo.