Actualidad de José Ortega y Gasset



Meditaciones del Quijote

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Cultura Mediterránea


Las impresiones forman un tapiz superficial, donde parecen desembocar caminos ideales que conducen a otra realidad más honda. La meditación es el movimiento en que abandonamos las superficies, como costas de tierra firme, y nos sentimos lanzados a un elemento más tenue, donde no hay tantos materiales de apoyo.

Avanzamos atenidos a nosotros mismos, manteniéndonos en suspensión merced al propio esfuerzo dentro de un orbe etéreo habitado por formas ingrávidas. Una viva sospecha nos acompaña de que a la menor vacilación por nuestra parte, todo aquello se vendría abajo y nosotros con ello. Cuando meditamos, tiene que sostenerse el ánimo a toda tensión; es un esfuerzo doloroso e integral.

En la meditación, nos vamos abriendo un camino entre masas de pensamientos, separamos unos de otros los conceptos, hacemos penetrar nuestra mirada por el intersticio que queda entre los más próximos, y una vez puestos cada uno en su lugar, dejamos tendidos resortes ideales que les impidan confundirse de nuevo. Así, podemos ir y venir a nuestro sabor por los paisajes de las ideas que nos presentan claros y radiantes sus perfiles.

Pero hay quien es incapaz de realizar este esfuerzo; hay quien, puesto a bogar en la región de las ideas, es acometido de un intelectual mareo. Ciérrale el paso un tropel de conceptos fundidos los unos con los otros. No halla salida por parte alguna; no ve sino una densa confusión en torno, una niebla muda y opresora.

Cando yo era muchacho, recuerda Ortega, leía transido de fe, los libros de Menéndez Pelayo. En estos libros se habla frecuentemente de las “nieblas germánicas”, frente a las cuales sitúa el autor la claridad latina”. Yo me sentía, de una parte, profundamente alagado; de otra, me nacía una compasión grande hacia estos pobres hombres del Norte, condenados a llevar dentro una niebla.

No dejaba de maravillarme la paciencia con que millones de hombres, durante miles de años, arrastraban su triste sino, al parecer sin quejas y hasta con algún contentamiento.Más tarde he podido averiguar que se trata de una inexactitud, como otras tantas con que se viene envenenando a nuestra raza sin ventura. No hay tales “nieblas germánicas”,ni mucho menos la “claridad latina”. Hay sólo dos palabras que, si significan algo concreto, significan un interesado error.

Existe, efectivamente, una diferencia esencial entre la cultura germánica y la latina; aquella es la cultura de las realidades profundas, y ésta la cultura de las superficies. En rigor, pues, dos dimensiones distintas de la cultura europea integral. Pero no existe entre ambas una diferencia de claridad.Sin embargo, antes de ensayar la sustitución de esta antítesis : claridad-confusión, por esta otra: superficie-profundidad, es necesario cegar la fuente del error. El error procede de lo que quisiéramos entender bajo las palabras “cultura latina”.

Se trata de una ilusión dorada que nos anda por dentro y con la cual queremos consolarnos _franceses, italianos y españoles_ en las horas de menoscabo. Tenemos la debilidad de creernos hijos de los dioses ; el latinismo es un acueducto genealógico que extendemos entre nuestras venas y los riñones de Zeus.

Nuestra latinidad es un pretexto y una hipocresía; Roma, en el fondo, nos trae sin cuidado. Las siete colinas son las localidades más cómodas que podemos tomar para descubrir a lo lejos el glorioso esplendor puesto sobre el mar Egeo, el centro de las divinas irradiaciones : Grecia. Esta es nuestra ilusión: nos creemos herederos del espíritu helénico.
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Hasta hace cincuenta años solía hablarse indistintamente de Grecia y Roma como los dos pueblos clásicos. De entonces acá, la filología ha caminado mucho; ha aprendido a separar delicadamente lo puro y esencial de las imitaciones y mezclas bárbaras. Cada día que pasa afirma Grecia más enérgicamente su posición hors ligne en la historia del mundo. Este privilegio se apoya en títulos perfectamente concretos y definidos: Grecia ha inventado los temas sustanciales de la cultura europea, y la cultura europea es el protagonista de la historia, mientras no exista otra superior.

Y cada nuevo avance en las investigaciones históricas separa más de Grecia al mundo oriental, rebajando el influjo directo que sobre los elenos parecía haber ejercido. Del otro lado va haciéndose patente la incapacidad del pueblo romano para inventar temas clásicos; no ha cooperado con Grecia; en rigor, no llegó nunca a comprenderla. La cultura de Roma es, en los órdenes superiores, totalmente refleja _Un Japón occidental. Sólo le quedaba el derecho, la masa ideadota de instituciones, y ahora resulta que también el derecho lo había aprendido de Grecia.

Una vez rota la cadena de tópicos que mantenía a Roma anclada en el Pireo, las olas del mar Jónico, de inquietud tan afamada, la han ido removiendo hasta soltarla en el Mediterráneo, como quien arroja de casa a un intruso. Y ahora vemos que Roma no es más que un pueblo mediterráneo. Con esto ganamos un nuevo concepto que sustituye al confuso e hipócrita de la cultura latina; hay, no una cultura latina, sino una cultura mediterránea.

Durante unos siglos, está circunscrita a la cuenca de este mar interior: es una historia costera donde intervienen los pueblos asentados en una breve ona próxima a la marina desde Alejandría a Calpe, desde Calpe a Barcelona, Marsella, a Ostia, a Sicilia, a Creta. (Para mí, el punto en que nace este concepto de la cultura mediterránea _es decir no latina_ es el problema histórico planteado por las relaciones entre la cultura cretense y la griega. En creta desemboca la civilización oriental y se inicia otra que no es la griega. Mientras Grecia es cretense no es helénica).

La onda de específica cultura empieza, tal vez en Roma y de allí se transmite bajo la divina vibración del sol en medio día a lo largo de la faja costera. Lo mismo podía haber comenzado en cualquier otro punto de ésta. Es más, hubo un momento que líana suerte estovo a punto de decidir la iniciativa a favor de otro pueblo: Cartago. En aquellas magníficas guerras _nuestro mar conserva en sus reflejos innumerables el recuerdo de aquellas espadas refulgentes de lumínica sangre solar_, en aquellas magníficas guerras luchaban dos pueblos idénticos en todo lo esencial.

Probablemente no hubiera variado mucho la faz de los siglos siguientes si la victoria se hubiera transferido de Roma a Cartago. Ambas estaban del alma helénica a la misma distancia. Su posición geográfica era equivalente. Su posición geográfica era equivalente y no se habrían desviado las grandes rutas del comercio. Sus propensiones espirituales eran también equivalentes : las mismas ideas habrían peregrinado por los mismos caminos mentales.

En el fondo de nuestras entrañas mediterráneas podríamos sustituir a Scipión por Aníbal sin que nosotros mismos notásemos la suplantación. Nada hay de extraño, pues, si aparecen semejanzas entre las instituciones de los pueblos norteafricanos y los seoeuropeos. Estas cosas son hijas del mar, le pertenecen y viven de espaldas al interior. La unidad del mar funda la identidad de las costas fronteras.

La escisión que ha querido hacerse del mundo mediterráneo, atribuyendo distintos valores a la ribera del Norte y a la del Sur, es un error de perspectiva histórica. Las ideas Europa y África, como dos enormes centros de atracción conceptual, han reabsorbido las costas respectivas en el pensamiento de los historiadores. No se advirtió que cuando la cultura mediterránea era una realidad, ni Europa ni África existían.

Europa cuando los germanos entran plenamente en el organismo unitario del mundo histórico. África nace entonces como la no Europa, como de Europa Germanizadas Italia, Francia y España, la cultura mediterránea deja de ser una realidad pura y queda reducida a un más o menos de germanismo.Las rutas comerciales van desviándose del mar interior y transmigran lentamente hacia la tierra firme de Europa: los pensamientos nacidos en Grecia toman la vuelta de Germania.

Después de un largo sueño, las ideas platónicas despiertan bajo los cráneos de Galileo, Descartes. Leibniz y Kant, germanos. El dios de Esquilo, más ético que metafísico, repercute toscamente, fuertemente, en Lutero, la pura democracia ática de Rousseau, y las musas del Partenón intactas durante siglos, se entregan un buen día a Donatello y Miguel Ángel, mozos florentinos de germánica prosapia.

Ver: Francisco G-Margallo: Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del cristianismo, Madrid 2012
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