Actualidad de José Ortega y Gasset



Meditaciones del Quijote


La Pantera o del Sensualismo

Hay en el dominio de las artes plásticas un rasgo que sí parece genuino de nuestra cultura. “El arte griego se encuentra en Roma, dice Wickhoff, frente a un arte común latino, basado en la tradición etrusca”. El arte griego, que busca lo típico y esencial bajo las apariencias concretas, no puede afirmar su ideal conato frente a la voluntad de imitación ilusionista que halla desde tiempo inmemorial dominando en Roma.

Pocas noticias podían de la suerte que ésta sernos una revelación. La inspiración griega, no obstante su suficiencia estética y su autoridad, se quiebra al llegar a Italia contra un instinto artístico de aspiración opuesta.

Y es éste tan fuerte e inequívoco, que no es necesario esperar para que se inyecte en la plástica helénica a que nazcan escultores autóctonos; el que hace el encargo ejerce de tal modo una espiritual presión sobre los artistas de Grecia arribados a Roma, que en las propias manos de éstos se desvía el cincel, y en lugar de lo ideal latente, va a fijar sobre el haz marmóreo lo concreto, lo aparente, lo individual.

Aquí tenemos desde luego iniciado lo que después va a llamarse impropiamente realismo y que, en rigor, conviene denominar impresionismo. Durante veinte siglos los pueblos del Mediterráneo enrolan sus artistas bajo esa bandera del arte impresionista: con exclusivismo unas veces, tácita y parcialmente otras, triunfa siempre la voluntad de buscar lo sensible como tal.

Para el griego lo que vemos está gobernado y corregido por lo que pensamos y tiene sólo valor cuando asciende a símbolo de lo ideal. Para nosotros, esta ascensión es más bien un descender: lo sensual rompe las cadenas de esclavo de la idea y se declara independiente. El Mediterráneo es una ardiente y perpetua justificación de la sensualidad, de la apariencia, de las superficies, de las impresiones fugaces que dejan las cosas sobre nuestros nervios conmovidos.

La misma distancia que hallamos entre el pensador mediterráneo y un pensador germánico volvemos a encontrarla si comparamos una retina mediterránea con una retina germánica. Pero cada vez la comparación decide a favor nuestro. Los mediterráneos que no pensamos claro, vemos claro.

Si desmontamos el complicado andamiaje conceptual, de alegoría filosófica y teológica que forma la arquitectura de la Divina Comedia, nos quedan entre las manos fulgurando como piedras preciosas unas breves imágenes a veces aprisionadas en el angosto cuerpo de un endecasílabo, por las cuales renunciaríamos al resto del poema.

Son simples visiones sin trascendencia donde el poeta ha retenido la naturaleza fugitiva de un color, de un paisaje, de una hora matinal. En Cervantes esta potencia de visualidad es literalmente incomparable: llega a tal punto que no necesita proponerse la descripción de una cosa para que los giros de la narración se deslicen sus propios colores, su sonido, su íntegra corporeidad. Con razón exclamaba Flaubert aludiendo al “Quijote”: Comme on voit ces routes d’Espagne qui ne sont nulle part décrites!

Si de una página de Cervantes nos trasladamos a una de Goethe _antes e independientemente de que comparemos el valor de los mundos creados por ambos poetas_ , percibimos una radical diferencia: en el mundo de Goethe no se presenta de una manera inmediata ante nosotros. Cosas y personas flotan en una definitiva lejanía, con como el recuerdo o el ensueño de sí mismas.

Cuando una cosa tiene todo lo que necesita para ser lo que es, aún le falta un don decisivo: la apariencia, la actualidad. La frase famosa en Kant combate la metafísica de Descartes: treinta thaler posibles no son menos que treinta thaler reales”_ podrá ser filosóficamente exacta, pero contiene de todas suertes una ingenua confesión de los límites propios al germanismo. Para un mediterráneo no es lo más importante la esencia de una cosa, sino su presencia, su actualidad: a las cosas preferimos la sensación viva de las cosas.

Los latinos han llamado a esto realismo. Como “realismo” es ya un concepto latino y no una visión latina, es un término exento de claridad. ¿De qué cosas habla ese realismo? Mientras no distingamos entre la esencia de las cosas y la apariencia de las cosas, lo más genuino del arte meridional se escapará a nuestra comprensión.

También Goethe busca las cosas: como él mismo dice: “El órgano con el que yo he comprendido el mundo es el ojo” (Verdad y poesía, libro VI), y Emerson agrega: Goethe sees at every pore. Tal vez dentro de la limitación germánica puede valer Goethe como un visual, como un temperamento para quien lo aparente existe. Pero puesto en confrontación con nuestros artistas de Sur ese ser goethiano es más bien un pensar con los ojos .Nos oculos eruditos habemus.

Ver: Francisco G-Margallo: Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del cristianismo, Madrid 2012
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