Cristianismo y Secularidad
8. Función de la teología política hoy:
1) Desacralizar el poder
Los primeros cristianos fueron acusados en el imperio romano como ateos y revolucionarios, porque no se sometían a una visión divina del mundo lleno de dioses y señores a que alude Pablo en 1 Cor 8, 5. Profesaban un "ateísmo cósmico", como lo ha calificado Metz, propiciando de esta manera el tránsito de un mundo divinizado a un mundo hominizado al que está referido el proyecto de Jesús.
Por este motivo la primitiva cristiandad fué perseguida como impía y enemiga del estado tanto por el poder romano como por los filósofos paganos. De ahí el empeño, refiere Moltmann, que los apologetas pusieron en quitar fuerza a esas acusaciones, llegando incluso a proponer la religión cristiana como sostén del estado. De modo que ya antes de Constantino se elabora una teología política cristiano imperialista: la teología imperial de Eusebio de Cesarea. Con ella se aseguraba la autoridad del césar cristiano y la unidad espiritual del imperio, convirtiéndose así el cristianismo en la religión única del único estado romano .
En el siglo IV, pues, con el emperador Constantino el cristianismo dejó de ser visto como una amenaza y se convirtió en la religión del estado. A partir de ahí se desarrolló durante siglos una mentalidad, una teología y espiritualidad en la Iglesia que ha perdurado casi hasta las puertas del Vaticano II. La lectura de la Biblia deja de hacerse en sentido escatológico profético, es decir, inconformista con el orden establecido, y poco a poco se va convirtiendo en la mejor garantía de la legitimidad y estabilidad del Estado. La fe, cuya fuerza utópica tiene capacidad para poner en crisis el statu quo, se traslada al otro mundo y se convierte en uno de sus mejores aliados .
La función de la trascendencia toma mucha importancia en la espiritualidad de la Iglesia y el reino de Dios y su justicia ya no hay que buscarlos en este mundo, sino más allá de él, en la otra vida. Es posible que en el uso inconsciente de esa función la Iglesia no sepa o no quiera darse cuenta de lo que está legitimando políticamente. De aquí deriva para Metz y Moltmann la de una teología política fundamental, que haga tomar conciencia crítica a la Iglesia del uso político que está haciendo y del que se están aprovechando fuerzas extrañas o enemigas del evangelio.
En efecto, la Iglesia en cuanto fenómeno histórico tiene siempre una función política, aun antes de haber tomado una postura sobre determinados hechos. De ahí que sea necesario hacer una hermenéutica crítica de la Iglesia, práctica y política, para evitar que se la identifique con ciertas ideologías y degenere en religión política .
Por eso, el centro neurálgico de la nueva teología debe ser, según Moltmann, el recuerdo del Crucificado, no la política.
Veamos en síntesis su razonamiento:
* La crucifixión de Jesucristo Hijo de Dios es el punto claramente político de la historia de Jesús, por eso la gloria de Dios brilla sólo en la mirada del crucificado y nunca brillará en las cumbres políticas ni en las coronas de los poderosos. Si él es el único justo que encarna la justicia de Dios, automáticamente las autoridades políticas pierden para el creyente toda justificación religiosa.
* El hecho de la crucifixión de Cristo coloca a la Iglesia en una postura crítica frente al mundo político y al creyente en una actitud igualmente crítica frente a la realidad político-social de la Iglesia. De modo que la teología política de la cruz no puede ser tomada en sentido clerical.
* El crucificado es la única imagen verdadera de Dios, por tanto, la fe en él ha de llevar al abandono de toda imagen terrena que pretenda divinizarse. Desde que Cristo fué sacrificado en nombre de una autoridad religioso política que se fundaba en Dios, el creyente no puede justificar como divina ninguna autoridad. "El poder político sólo se justifica desde abajo".
* Desde la fe cristiana no se puede justificar lo establecido, al contrario, ella mueve a criticar las limitaciones y la gestión del estado. Un ejemplo elocuente lo ofrece la iglesia antigua que suprimió el culto al emperador y señaló los límites de su poder. Los cristianos y las iglesias deben continuar esta línea de desacralización, relativización y democratización de la política.
* Consecuentemente, el solo hecho de que la nueva teología política coloque en el centro de sus reflexiones el conflicto de Jesús con las autoridades políticas de su época, demuestra que ella no tiene nada que ver con la teología política como metafísica del estado. Por el contrario, sólo se pregunta cómo aquel conflicto puede convertirse en contenido de la vida cristiana y eclesiástica en relación con la vida pública, a la vez que se convierte en fuerza crítica de liberación frente a toda idolatría política paternalista y alienadora .
Moltmann desarrolla ampliamente esta tesis en su obra El Dios Crucificado: si no se percibe el dolor del mundo, la esperanza cristiana no puede hacerse realista y liberadora. Por eso, llama al descubrimiento de todos los crucificados de hoy, los pobres y abandonados del mundo, y a tomar parte en un compromiso social y político que los libere. De manera que la teología política no es sólo oposición crítica, sino que basada en la tradición bíblica, considera que la iglesia tiene siempre algo que hacer, dentro de un Estado, con los que no cuentan para él.
El Dios cristiano ha tomado partido por los pobres, es el refugio y defensor de los oprimidos, el salvador de los desesperanzados (Lc 1, 46 54), aunque esto no significa que se les prometa la riqueza en el cielo a los que no tienen nada en el mundo, sino que el reino de Dios viene a los pobres y la justicia de Dios es su justicia.
Con el Crucificado comenzó un mesianismo de los oprimidos, en que estos más que objeto de beneficencia de los ricos son el sujeto de su juicio y de su salvación o condenación. Sin embargo, la teología política no pretende convertir la fe cristiana en política, porque si se convierte la religión en política, asegura Moltmann, la política acabará siendo nuestra religión. Y divinizar la política es una superstición .
Digamos, finalmente, para terminar este apartado, que la desacralización de la política la sitúan los teólogos de la secularización en el Éxodo. Este relato bíblico representa un movimiento de insurrección civil contra un faraón, cuyo poder no es reconocido ya como divino: en lo sucesivo ningún monarca podrá arrogarse un poder de orden sacro. De ahí la negación de los cristianos primitivos a reconocer el poder sacralizado de los emperadores romanos .
2) Superar el cisma Iglesia-pueblo
Metz da un paso más y exige que tras la fachada de la teología, incluso de la comprometida social y políticamente, no se siga ocultando el cisma creciente entre la Iglesia y el pueblo. Esta constatación le provoca una serie de preguntas inquietantes:
Es posible que no nos intranquilice este cisma entre la Iglesia y el pueblo? ¿No se inquieta nadie ante la abrumadora heterodoxia del pueblo? Y continúa con un argumento que es fundamental en su teología: El pueblo rechaza frecuentemente la "ortodoxia como religión de los curas, con la cual él tiene poco que ver, ya que no expresa ni la historia de su dolor ni su propia mística".Para Metz no es posible negar el cisma entre Iglesia y pueblo, cuya génesis explica así:
a) En el origen de esta situación, que hoy se hace más perceptible que nunca, está el haber impedido que el pueblo fuera el verdadero sujeto en la Iglesia. De no haber sido así la Iglesia sería hoy con toda propiedad el "pueblo de Dios" del que habla el concilio Vaticano II (Lumen Gentium, cap II). No se puede ser Iglesia, no se puede ser "pueblo de Dios" sin convertirse en sujeto de la propia historia. Por eso, en sus orígenes más remotos la Iglesia comenzó como un gran movimiento hacia la libertad.
b) Existe un gran abismo entre la fe real del pueblo y la ortodoxia eclesiástica: El pueblo rechaza esa ortodoxia, porque no expresa la historia de su dolor y la mística que la acompaña. Por lo que la teología ha de formular de nuevo la ortodoxia de la Iglesia, de manera que tenga en cuenta el sufrimiento del pueblo y su desesperanza, que le está impidiendo ser sujeto de una nueva historia y, en consecuencia, ser el pueblo de Dios.
Por otra parte, la pregunta por el precio de su ortodoxia que está pagando hoy la Iglesia es un manantial abundante de preguntas para la nueva teología política, que sirve hoy de mediación de nuestra fe . En América Latina, aunque los documentos de Medellín y la teología de la liberación han dado respuesta a lo que se buscaba, sin embargo, las exigencias que encierran y la persecución de que han sido objeto algunos promotores de la teología de la liberación, ha hecho que muchos se hayan refugiado en movimientos de espiritualidad más interiorizante .
La necesidad que siente Metz de relacionar la teología con el pueblo, se pone de manifiesto en las preguntas que plantea. ¿Qué es lo que hace que la teología sea eclesial?¿Qué significa la teología para la Iglesia y para el proceso de conversión eclesial del pueblo? ¿Quien es el sujeto adecuado de una teología eclesial? ¿El erudito, el teólogo, el profesional de Dios? ¿O el cristiano que intenta articular su propia existencia en Dios? ¿No debe la teología, en beneficio de la Iglesia, hablar directamente para el pueblo, más aún, desde el pueblo?
Avanzando aún más Metz pregunta ¿No es misión del teólogo conseguir que el pueblo tome la palabra? ¿No consiste su trabajo en que el pueblo esté presente, se exprese y llegue a ser sujeto en la Iglesia? Todo esto lo considera Metz no en favor de una mejor información, sino en favor de la ortodoxia de la Iglesia.
d) El proyecto teológico de Metz no se aviene con la teología abstracta o en la basada en pura argumentación. Tampoco acepta la teología que mediante la sociología pretende acortar distancias entre la teología y el pueblo. El considera la sociología tan alejada de la vida y del dolor del pueblo como la teología, de modo que convertir la teología en sociología no remedia la pérdida de la sociedad y del pueblo por parte de la teología y de la Iglesia.
Dicha teología puede dar mucha información sobre teorías sociológicas, pero éstas no inciden en la vida y la problemática del pueblo.
e) En las circunstancias en que se halla la sociedad actual, un factor muy importante a tener en cuenta es que no se puede anunciar ni vivir un cristianismo digno de fe, si no se es sensible al movimiento emancipador que se ha despertado en ella. La solidaridad con los movimientos actuales de liberación no supone ningún tipo de servilismo o supeditación, como muchos creen, sino que revive y proclama la promesa cristiana en que se apoya.
El hombre y mundo nuevos que se alientan desde el evangelio necesitan de estructuras liberadoras que lo hagan visible, por eso una tarea muy a tener en cuenta es propiciar la apertura de caminos crítico liberadores en la comunidad cristiana, que manifiesten que la fe en la promesa no conduce a la resignación, sino a una acción emancipadora .
Concluimos este capítulo con un recuerdo de la tarea escatológica de la Iglesia que emana del Nuevo Testamento, de la que se hace eco el concilio Vaticano II y que es también un punto neurálgico de la nueva teología política: La plenitud de los tiempos ha llegado (1 Cor 10, 11) y la
renovación del mundo está irrevocablemente decretada y se anticipa ya en este siglo (Lumen Gentium, 48, 3).
Ver: Francisco Garcia-Margallo Bazago
Cristianismo y Secularidad
Manual de Nueva Teología Política Europea
(Es tomado de mi tesis doctoral)
3) Recristianizar Europa
Otra de las funciones fundamental