Dios hoy
Teología de la Ciencia
De pronto, Stephen Hawking en plena lidia de "la censura cósmica débil", los antiquarks y la segunda ley de la termodinámica, nos lanza una hipótesis teológica:
"Supongamos que Dios hubiese decidido que el Universo terminara en un estado de orden perfecto (bigh order), sin haberle importado en qué estado comenzó. Al principio, el Universo hubiese estado probablemente en un estado de desorden. Esto quiere decir que el desorden disminuiría con el tiempo"
De estas premisas, Hawking el teólogo científico se ve obligado a deducir estas obvias conclusiones: "Veríamos tazas rotas recomponerse y saltar del suelo a la mesa. Los seres humanos que viesen estas tazas vivirían en un Universo en el que el desorden disminuiría con el tiempo. Sostengo que estos seres tendrían una flecha del tiempo hacia atrás.
Es decir, recordarían acontecimientos del futuro pero no se acordarán de acontecimientos del pasado. Cuando se rompiera la taza, recordarían que la taza estuviese sobre la mesa, no se acordarían de que estuvo en el suelo".
En medio de unas afirmaciones filosófico-teológico, en las
que el principio de contradicción parece estar de vacaciones, Hawking nos devuelve al mundo del tiempo real de la experiencia de todos los días en la que no viajamos hacia el futuro. Es un asunto de sentido común (it is a matter of common experience), que el desorden disminuirá, si las cosas son abandonadas a su suerte. Para corroborar esta obviedad se limita a citar entre paréntesis cómo basta dejar de reparar una casa para ver cómo se cumple esta ley.
No se fija Hawking en cómo tantas cosas, "abandonadas a su suerte", siguen funcionando ellas solas: una semilla cae en la tierra; se convierte en un cerezo; salen una flores que adornan la escena del Universo; las flores se convieten en cerezas que hacen las delicias de pájaros y de ingleses, los cerezos se reproducen. Y todo ello dejando las cosas abandonadas a su suerte.
Y, ¿qué decir del mismo Stephen Hawking? Su ordenador cerebral está ordenado para enchufar y desenchufar su yo consciente, sentiente y volitivo siguiendo un programa al que está rígidamente sometido su yo. Todos los días el ordenador cerebral anestesia o desenchufa el yo de Hawking y solamente le permite salir a la escena consciente, sentiente y volitiva unas horas cada día. Es decir, que una cosa abandonada a su suerte -el piloto automático que gobierna la nave corporal y consciente de Hawking- es la que nos gobierna.
La misma nave Tíerra está conducida por un piloto automático,y no por un piloto consciente como una nave o un avión. ¿O está Stephen Hawrking, sin querer, malgre lui, que existe un piloto consciente que dirige la nave del Universo, si bien, como ocurre en un avión, a veces pilota el piloto automático y a veces el piloto consciente toma los mandos? Eso es lo que afirmó Tomás de Aquino siguiendo las huellas de Aristóteles.
Nuestro propio organismo durante el sueño funciona con un piloto automático; durante la vigilia funciona en muchos dominios con un piloto automático y en otros con el piloto consciente. El piloto automático guía nuestra nave somática en cuanto que dirige la circulación de varios tráficos: el sanguíneo, el de entradas y salidas de gases, líquidos y sólidos; la regulación de la temperatura, disparando los mecanismos del sudor;incluso el enchufar y desenchufar el piloto consciente.
Pero a veces el piloto automático necesita la colaboración del piloto consciente. Entonces le avisa, le informa de que el oxígeno está contaminado, mediante el ingenioso sistema emocinal: disparo de una sensación ingrata proporcional a la contaminación. El piloto automático informa al piloto consciente, pero, además presiona con un ingeniosísimo sistema de gobierno: si el piloto consciente no hace algo para ir a un lugar en el que se respira buen oxígeno, le seguirá castigando con una sensación ingrata matemáticamente calculada a tenor del daño que se inflige al organismo.
Ver: José Antonio Jáuregui, Dios hoy
Ediciones NOBEL