Laudato Si' . Carta encíclica del Papa Francisco

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sobre el cuidado
de la casa común


9. Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atenciónón sobre las
raíces éticas y espirituales de los problemas ambientales,
que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la
técnica sino en un cambio del ser humano, porque de otro
modo afrentamos no sólo los síntomas.

Nos propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a
la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir,en una ascesis que "significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia". (Conferencia en el monasterio de Utstein, Noruega) 23 junio 2003. Los cristianos, además, estamos llamados a "aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global.

Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los
vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta"...

San Francisco de Asís

10. No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre como guía
y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo
de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia
del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral,
vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan entorno a la ecología,
amado también por muchos que no son cristianos.

Él manifestó una atención particular hacia la creación de
Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era
amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.

11. Su testimonio nos muestra también que una ecología
integral requiere apertura hacia categorías que trascienden
el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos
conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas.

Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores "invitándolas a alabar al Señor,
como si gozaran del don de la razón" (Tomás de Celano, Vida
primera de San Francisco XXIX, 81:FF 460).

Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o
un cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se
sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo San Buenavetura decía de él que, "lleno de la mayor ternura al considerar que el origen de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanos" (Leyenda maior, VIII, 6:FF 1145)

Esta convicción no puede ser despreciada como un
romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento.

Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fratenidad y de la belleza en nuestra
relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de San Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la relidad en mero objeto de uso y de dominio.

12. Por otra parte, San Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en
el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y
de su bondad. "Através de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor"(Sb 13, 5), y su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del mundo" (Rom 1, 20).

Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las
hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta
belleza (Cf. Tomás de Celano, Vida Segunda de San Francisco, CXXIV, 165: FF750). El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.

Ver:Carta encíclica
Laudato si'
del Papa Francisco
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