Laudato Si.'Carta encíclica del Papa Francisco



III. CONVERSIÓN ECOLÓGICA

216. La gran riqueza de la esperitualidad cristina genrado por veinte siglos de experiencicias personales y comunitarias, o
comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de renovar la humanidad. Quiero proponer a los cristianos alguna líneas de espititualidad econógica que nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y dividir.


No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión para el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes solo con doctrinas sin una mística que nos animen, sin unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. Tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea.

217. Si los desiertos interiores se multipican en el muno por que se han extendido los desiertos interiores, la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior.
Pero también tenemos que reconocer que algunos crstianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, sueles burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar su hábitos y se vuelven incoherentes. Nos hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias con Jesucristo en las relaciones con el mundo que nos rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste el algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristina.

218. Recordemos el modelo de San Francisco de Asís, para proponer una sana relación con lo creado con una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias,
y arrepentirse de corazón, es decir cambiar desde adentro. Los obispos australianos supieron expresar la conversión en términos de reconciliación con la creación: "para realizar esta reconciliación debemos examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de actuar. Debemos sacar la experiencia de una conversión, de un cambio de coración".

219. Sin embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja cono la que afronta el mundio actual. Los individuoa aislados pueden perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a merced de un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales: "las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay formas de satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una unidad de realización. La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria.

220. Esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y lleno de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque nadie los vea o los reconazca: "que tu mano izquierda no sepa qué hace la derecha y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará". También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunion universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro reconociendo los lazos co los que el Padre nos ha unido con todos los seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creativida y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios "como un sacrificio vivo, santo y agradable" (Rom 12, 1)no entiende su superioridad como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una capacidad diferente, que a su ves le impone una grave responsabilidad que brota de su fe.

221. Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiéndo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Eavangelio que Jesús habla de

Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros,
y dice que "ninguno de ellos está olvidado ante Dios"(Lc 12, 6), ¿será capaz de maltratarlos o hacerles daño?. Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen tambié con las demás criaturas y del mundo que los rodea y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió San Francisco de Asís.

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