La Misa sobre el Mundo. Teilhard de Chardin
Oración
(Cont., viene del día 7)
"Escóndeme en Tí, Señor." ¡Ah! Creo que las tinieblas completamente exteriores a Tí serían la pura nada. Nada puede subsistir fuera de tu Carne, Jesús, hasta el punto de que incluso aquellos que se encuentran rechazados fuera de tu amor, se benefician todavía del apoyo de tu presencia.
¡Todos nosotros nos encontramos irremediablemente en Tí, Medio universal de consistencia y de Vida! Pero precisamente porque no somos algo completamente terminado que pueda ser concebido indiferentemente como cercano o alejado de Tí; precisamente porque en nosotros el sujeto de la unión crece con la unión misma que nos entrega progresivamente a Tí en nombre de lo que hay de más esencial de mi ser, Señor, escucha el deseo de eso que me atrevo a llamar mi alma, aun cuando cada día me doy más cuenta de que es mayor que yo, y para apagar mi sed de existir, a través de las zonas sucesivas de tu Subsistencia profunda, ¡empújame hacia los pliegues más íntimos del Centro de tu Corazón!.
Cuanto más profundo se te encuentra, Señor, más universal aparece tu influencia. A este respecto podré apreciar, en cada momento, cuánto me he introducido en Tí. Cuando, y mientras todas las cosas conserven en torno a mí su sabor y sus contornos, las vea, sin embargo, difundidas, por un alma secreta, en un Elemento único, infinitamente cercano e infinitamente alejado; cuando, aprisionado en la intimidad celosa de un santuario divino, me siento, sin embargo, errando libremente por el cielo de todas las criaturas, entonces sabré que me acerco al lugar central hacia el que converge el corazón del Mundo en la irradiación descendente del Corazón de Dios.
En este punto de incendio universal actúa sobre mí, Señor, con el fuego concentrado de todas acciones interiores y exteriores que, experimentadas menos cerca de Tí, serían neutras, equívocas u hostiles, pero que animadas por una Energía se convierten en las profundidades físicas de tu Corazón, en los ángeles de tu victoriosa operación.
Por una combinación maravillosa, juntamente con tu atractivo, del encanto de las criaturas y de su insuficiencia, de su dulzura y su maldad, de su debilidad decepcionante y de su formidable potencia, exalta gradualmente y hastía mi corazón; enséñale la verdadera pureza, esa pureza que no es una separación debilitande de las cosas, sino un impulso a través de todas las bellezas.
Descúbrele la verdadera caridad, esa caridad que no es el miedo estéril a obrar el mal, sino la voluntad enérgica de forzar, todos juntos, las puertas de la vida; dále finalmente, mediante una visión cada vez mayor de tu omnipresencia la bienaventurada pasión por descubrir, de hacer y de experimentar cada vez un poco más al Mundo, con el fin de penetrar cada vez más en Tí.
Toda mi alegría y mis éxitos, toda mi razón de ser y mi gusto por la vida, Dios mío; penden de esa visión fundamental de tu conjunción con el Universo. ¡Que otros anuncien, conforme a su función más elevada, los esplendores de tu puro Espíritu! Para mí, dominado por una vocación anclada en las últimas fibras de mi naturaleza, no quiero ni puedo decir otra cosa que las innumerables prolongaciones de tu Ser encarnado a través de la
Materia; ¡nunca sabría predicar más que el Misterio de tu Carne, oh, Alma que transparece en todo lo que nos rodea!
A tu cuerpo con todo lo que comprende, es decir, en el Mundo
convertido, por tu poder y por mi fe, en el crisol magnífico y vivo en el que todo desaparece para renacer _por todos los recursos que ha hecho surgir en mí tu atracción creadora, por mi excesivamente limitada ciencia, por mis vinculaciones religiosas, por mi sacerdocio y (lo que para mí tiene más importancia) por el fondo de convicción humana_ me entrego para vivir y para morir en tu servicio, Jesús.
Ordos 1923
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La Misa sobre el Mundo
y otros escritos.