Recuperar la justicia
Pedro Casaldáliga
He escrito en días de conflictos vividos, de injusticia, de persecución y de represión que el propio nombre de la Paz me sabía a inercia, a complicidad interesada, a angelismo. De hecho, con demasiada frecuencia la Paz es sinónimo de Orden establecido, cuando solamente la Justicia es el nombre antiguo y nuevo de la Paz. "Paz, paz, paz y no hay paz", dice el Señor, porque no hay Justicia.
¿Puede alguien ser bienaventurado por buscar la paz, si no la busca con una abrasada sed de Justicia?. Ya sé que Cristo habla de aquella Justicia que es la Gloria del Dios vivo, ¡pero que es también la gloria del hombre vivo!; como que habla del Primer Mandamiento, ¡que es también el Segundo! Sé que "nadie puede hablar de Justicia si no es él mismo un justo": ¿podrá hablar de Paz aquel que no se desvive por construirla en la Justicia?
Creo, en todo caso, que "Él es nuestra Paz" y a él me atengo en última instancia, mientras en primera instancia me ensucio las manos y me enturbio y agito el corazón en el barro y en el llanto de la cotidiana lucha por la Justicia de tantos hermanos. "Lucha y contemplación" es el lema de ese Concilio de los Jóvenes que se abrió un agosto, al socaire de Taizé. Felipe, un muchacho de 22 años, que vive entre los gitanos de Grenoble, lo comentaba así: la lucha es un medio. El fin es el encuentro con Dios, pero ese encuentro es imposible sin la Justicia".
"Para los comunistas -dice Ernesto Cardenal, en el prólogo amazónico con que se ha dignado honrar mis poemas últimos- Dios no existe, sino la Justicia. Para los cristianos, Dios no existe sin la Justicia.
Camilo Torres
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Quien me pidió un prólogo al libro-homenaje a Camilo Torres, hacía oportunamente una salvedad: "siempre que eso no le comprometa..." Yo pienso que este prólogo me comprometía, sí. Como todo el libro compromete a sus lectores. Como nos compromete a todos Camilo Torres, su vida, su muerte.
Contra lo que pretendía la prensa reaccionaria de Colombia, que respiraba a fondo sobre el "ex-cura bandolero" muerto el sacerdote guerrillero Camilo Torres no es un pasado bajo una tierra anónima sin flores, "un modesto capítulo de historia" ya cerrado.
Un artista gallego advertía, en la guerra de España: "el fascismo no entierra cadáveres sino semilla". Mucho antes
Jesús enseñaba que el grano de trigo que muere generosamente produce mucho fruto.
Camilo Torres es una causa. La causa de América Latina...
No se trata de justificar sus yerros políticos, de visión o de táctica. Muchos, incluso no enemigos, lo tacharon de ingenuo y de precipitado. (Todos los epitafios acostumbran a ser demasiado breves).
Tampoco sería fácil dilucidar el acierto o desacierto de cada una de sus actitudes frente a la jeraquía eclesiástica, en un tiempo, ya vencido, en que la jerarquía siempre tenía de razón. Ciertamente, el procedimiento canónico usado con Camilo Torres no fue modelo de diálogo eclesial.
Apasionadamente, mucho se ha escrito sobre Camilo Siento, sin embargo, que aún no ha sido estudiada serenamente su figura, como patriota colombiano, como sacerdote, como sociólogo, como militante, dentro del real contexto político y eclesiástico que la produjo.
Porque, en todo caso, Camilo Torres sucedió en el país y en la Iglesia de Colombia. Alguien dijo que sólo en Colombia podía suceder. Por la compacta e inmovilista tradición eclesiástica de aquella nación; por su misma dependencia que esa tradición ha ido imponiendo sobre las clases desposeídas; por el rotativo juego de poderes, siempre oligárquicos, de las manos de los liberales para las manos de los conservadores; por la consustanciada apariencia democrática en que vive la Colombia nación, justificando la situación de penuria en que malvive el pueblo colombiano.
Muchos _y yo con ellos_ no tendrán escrúpulo en calificar a Camilo Torres como un mártir latinoamericano y como un profeta de nuestra Iglesia. Amó hasta el fin. Dió la prueba mayor, dando la vida.
Camilo Torres fue un precursor dramáticamente aislado en la frontera de la Iglesia con el mundo. Reconozcamos que 15 años atrás era difícil entender, muy difícil de aceptar su comportamiento.
Pedro Casaldáliga, obispoAl acecho del Reino Ed Nueva Utopía 1988