Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del Cristianismo



El teólogo frente al místico

En un curso público sobre "¿Qué es filosofía?" que Ortega impartió en abril de 1929, en uno de los fragmentos titulado "Defensa del teólogo frente al místico", dice así: ni el mutismo ni el carácter intransferible de su saber pueden valer como objeciones contra el misticismo, porque el color que vemos con nuestros ojos y el sonido que percibe nuestra oreja son también indecibles. Es decir, el matiz especial de un color no puede expresarse en palabras, hay que verlo. A un ciego de nacimiento no se le pueden explicar los colores, algo que es obvio para videntes.

En esta lógica sería un error desdeñar lo que sólo ve el místico, porque solamente puede verlo él. Hemos de reconocer que hay personas que ven más que los demás y estos demás no pueden hacer otra cosa que aceptar esa superioridad cuando es evidente. El que no ve tiene que fiarse del que ve. Ahora bien, respecto a lo que ve el místico y no vemos el resto de los humanos hemos de preguntarnos ¿cómo certificar que ve lo que no vemos los demás? Porque el mundo está lleno de charlatanes, embaucadores y dementes.

La objeción de Ortega al misticismo es que de la visión mística no redunda beneficio alguno intelectual. Admite, sin embargo, que algunos místicos fueron antes grandes pensadores, como Plotino, el maestro Eckehart y Bergson, aunque insiste en que la riqueza de su pensamiento contrasta con la miseria de sus averiguaciones extáticas (Defensa del teólogo frente al místico V, 453ss).

El misticismo tiende a explorar en la profundidad y el abismo. En cambio, la tendencia actual de la filosofía y la teología va en dirección contraria. El afán de ambas hoy es sacar a la superficie y hacer patente todo lo misterioso y oculto. Parafraseando a Goethe diríase que los filósofos y teólogos actuales pertenencen al "linaje de esos que de lo oscuro a lo claro aspiran". En contra de lo que se cree, la filosofía busca la trasparencia, tiene sed de mediodía; en Grecia comenzó llamándose alétheia, que significa desocultación, revelación.

La teología cristiana se basa asimismo en la revelación o desvelación del misterio divino, aunque durante siglos por ignorancia u otras razones se haya mantenido oculto. Frente al misticismo que es callar, la filosofía es hablar, logos; la filosofía es descubrir con la palabra el ser de las cosas, ontología. La teología dice y manifista el ser de Dios (teo-logos que significa hablar de Dios).

Las Iglesias, advierte Ortega, han mostrado siempre poca simpatía hacia los místicos, les falta desmesura y claridad mental. Él mismo desconfía de la veracidad de los místicos. Dice así: "cualquier teología me parece transmitirnos mucha más cantidad de Dios, más atisbos y nociones sobre la divinidad, que todos los éxtasis juntos de todos los místicos juntos". Piensa que hemos de acercarnos excépticamente al místico, tomarle su palabra, recibir lo que nos trae de sus inmersiones trascendentes y ver si todo eso vale la pena. Normalmente, lo que suele comunicarnos es poca cosa.

Por lo que "el alma europea se halla próxima a una nueva experiencia de Dios, a nuevas averiguaciones sobre esa realidad, la más importante de todas". Duda de que el enriquecimiento de nuestras ideas sobre lo divino venga por los subterráneos de la mística y no por las vías luminosas del pensamiento discursivo. Teología y no mística es la conclusión de Ortega.

A pesar de todo, reconoce que los místicos han sido grandes técnicos de la palabra, buenos escritores y han tenido gran talento dramático. Este dramatismo lo define como "la tensión sobrenormal de nuestra alma producida por algo que se nos anuncia para el futuro, al que en cada instante nos aproximamos más, de suerte que la curiosidad, el temor o el apetito suscitado por ese algo futuro se multiplica por sí mismo, acumulándose sobre cada nuevo instante".

La distancia que separa de ese futuro es dividida en etapas. El más allá de la primera etapa es interesante, pero interesa el más allá de ese primer más allá y así sucesivamente. Los dramaturgos conocen bien la tensión que produce esta segmentación del camino hacia el futuro anunciado.

Eso explica que los místicos dividan su itinerario hacia el éxtasis en virtuales etapas. Unas veces es un castillo dividido en moradas sobrepuestas unas en otras como cajas japonesas. Así aparece en Santa Teresa. Otras es subida a un monte con diversos altos en el camino, como el Carmelo de San Juan de la Cruz. O una escalera donde cada peldaño promete una nueva visión, tal es el caso de la escala espiritual de San Juan Clímaco.

Después de mucho indagar en el misticismo Ortega llega a concluir que lo que dicen los místicos suele ser de una trivialidad y monotonía insuperables. A lo que ellos responden diciendo que el conocimiento extático es un saber mudo que trasciende todo lenguaje, es intransferible y silencioso. El libro místico se diferencia del científico en que no es una doctrina sobre la realidad en sí misma trascendente, sino sobre el plano de un camino para llegar a esa realidad (Ib., 456-459).

Karl Rahner considerado el mayor teólogo católico del siglo XX y que tuvo un gran protagonismo en el concilio Vaticano II, es tenido por un teólogo místico. Sin embargo, él ha dado un giro antropológico a la teología, porque la elaboró íntimamente ligada a la problemática del hombre y del mundo. Es cierto que ha hecho metafísica filosófica inspirada en Kant, Heidegger o Marechal, pero lo ha hecho en función de su teología. Y el objetivo de toda su producción teológica fue desarrollar las vías de la experiencia religiosa de Dios en la vida humana, considerada esta como itinerario único de salvación.

Para él, todo hombre, en lo íntimo de su conciencia y en la sinceridad de su actuar, convive con la presencia de Dios, aunque no siempre esta presencia se eleva a la esfera de la reflexión conceptual y se formaliza en un objeto de conocimiento.

El teólogo Olegario González de Cardedal, de la Universidad de Salamanca, se ha referido al curso de Ortega mencionado más arriba, en clara referencia al teólogo protestante Karl Barth. Decía así Ortega: "El teólogo no tiene otro menester que purificar su oreja donde Dios le insufla su propia verdad, verdad divina inconmensurable con toda verdad humana y, por lo mismo, indepediente.

En este sentido se desentiende la teología de la jurisdicción filosófica. La modificación es más notable cuando se ha producido en medio del protestantismo, donde la humanización de la teología, su entrega a la filosofía, había avanzado mucho más que en el campo católico" .En el siguiente epígrafe tratamos precisamente de este tema de la verdad sobre el que nuestro filósofo había reflexionada dos décadas antes con gran agudeza y muy ampliamente.

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