Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del Cristianismo

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El siglo XV ha quedado un poco lejano y desde entonces han variado mucho las cosas. Pues bien, en ese espacio de tiempo, dice Ortega a sus alumnos, hemos intentado llenar el hueco que el cristianismo dejó: en el mismo quatrocentto se inicia lo que se llamó religión natural. El Cusano, el cardenal Nicolás de Cusa nacido en 1401 lo insinúa al decir que los credos de todas las religiones son en definitiva verdaderos.

Esto mismo lo ha dicho también Gandhi ya en el siglo XX. Pero hay que resaltar que el mencionado cardenal, en un libro titulado De deo abscondito dice que Dios es inasequible y que nuestras ideas sobre él son vistas que de él tomamos, en las que proyectamos nuestra peculiaridad. Por lo que debajo de las diferentes religiones corre la vena de una religión natural tolerante. Esa vena de tolerancia dieciochesca anticipada, comenta Ortega, no dejará de engrosar en las generaciones posteriores hasta detenerse en el protestantismo.

El deísmo del siglo XVII es otro ensayo para llenar el espacio vacío del alma europea, que dejó el cristianismo al difuminarse. Esta doctrina reconoce un Dios como autor de la naturaleza, pero sin admitir su revelación ni el culto externo a él. El XIX, a su vez, lo que hizo fue intentar teologizar la cultura. No sabemos si los siglos siguientes tratarán de superar la dualidad de la vida moderna que Ortega ha subrayado. Sin embargo es indicativo que la devotio moderna fuera ya una mundanización de la fe, es decir, era vivir desde Dios, pero de cara al mundo (Renacimiento y retorno V, 155-156).

Esta idea de la devotio moderna que, como hemos visto, era originaria de Holanda, el país que llevaba la primacía en Europa en cuestiones religiosas, la asume de algún modo el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et spes), pasada la segunda mitad del siglo XX. En este documento la Iglesia se reconcilia con el mundo de hoy del que ha vivido alejada largo tiempo. Desde ahora, en lugar de considerarle uno de los enemigos del hombre, el mundo ha pasado a ser el lugar privilegiado de la revelación de Dios. Por mundo se entiende la humanidad en su conjunto.

Por uno u otro camino, en los siglos XV, XVI y XVII siempre se acaba por afirmar este mundo. Pero lo curioso es que parece lo contrario, porque lo que separa a Lutero de la Iglesia es el carácter mundano de ésta: por eso, rechaza la vida eclesiástica como verdadera vida cristiana y en su lugar afirma el carácter formalmente religioso de la vida seglar y sin mundanos quehaceres bajo la especie de trabajo y profesión. Servimos a Dios precisamente cuando servimos a este mundo, en el oficio y vocación en que Dios nos ha puesto.

Un enemigo destacado del protestantismo, San Ignacio de Loyola, crea para combatirlo una Orden completamente distinta a las tradicionales. Estas se proponían llevar al hombre de esta vida a la otra por el camino más corto, esto es, desarraigaban al hombre del mundo. Su férrea disciplina era la palanca con que desencajaban al hombre de su encaje y raigambre mundanos. Parten de esta vida y apuntan a la otra.

Los jesuítas lo hacen al revés parten de la otra vida para ocuparse de ésta, para batallar en el mundo, prefiriendo los lugares donde lo mundano es más denso -las cortes, las escuelas, la política. En este juicio intuyo una fina ironía por parte de Ortega. Observen lo que dice a continuación. "Es la primera orden moderna y trae todos los síntomas de la nueva vida cismundana.

Por eso, su organización toma como modelo el instituto más secular que existe, el más remoto del misticismo: el ejército. La compañía de Jesús es un tercio castellano a lo divino. Opuesta al protestantismo coincide con él en el vector de su inspiración; revelando con ello la identidad de época a la que pertenecen". (Ibid.,156).

Pero como comenzamos hablando de religión natural en este apartado, quiero volver de nuevo al mencionado cardenal Nicolás de Cusa, que adelantó el Renacimiento en Europa y hasta intuyó lo que el Vaticano II asumiría unos siglos después en lo que a religión natural y ecumenismo religioso se refiere. En 1454 publica su libro De pace fidei, La paz de la fe, justo doce años después que el concilio de Florencia hiciera público el Decreto para los coptos (1442) que retoma en forma muy rígida el axioma "Fuera de la Iglesia no hay salvación".Lo cual sucedía después de que Constantinopla fuera tomada por los turcos.

Esto sorprendió mucho al Cusano que en 1437 había sido enviado a Constantinopla por el papa Nicolás V para invitar a los orientales al concilio de unión de Ferrara-Florencia. En contraposición al espíritu de las cruzadas, la reacción del cardenal fue escribir un libro en el que defendió la paz entre las diferentes fes. Estaba convencido de que las diferencias religiosas, causas de odios mutuos, sólo pueden ser eliminadas convocando una conferencia en la que algunos expertos busquen un acuerdo entre las religiones y aseguren la paz.

En su relato, que tiene la forma de un sueño, se imagina que ha sido llevado al cielo, donde los ángeles imploran a Dios a fin de que quienes le imploren en la tierra bajo diversos nombres y con diferentes ritos puedan reconciliarse en una única religión universal manteniendo la multiplicidad de ritos. Los representantes de las diferentes religiones son convocados para debatir sus diferencias en presencia de Dios, de Pedro y de Pablo.

Cada uno de los participantes representa una religión diferente o un punto doctrinal en el que no hay acuerdo. Al término del diálogo san Pablo comunica la decisión de que a los diversos pueblos se les permite conservar "sus propias devociones y ceremonias, con tal de que se preserve la fe y la paz" .

La vigencia de esta obra en nuestro tiempo es manifiesta, en medio del cruce religioso que las migraciones han propiciado, y que hemos de saber compartir en la paz que el único Dios de todos los creyentes nos ofrece. Quiero subrayar también la gran cultura teológica de Ortega, porque ya en 1930 y siguientes menciona mucho al cardenal de Cusa, yo le he conocido a través de él.

Ha sido a partir del Vaticano II, sobre todo, cuando los teólogos hablan de este cardenal a propósito del libro De pace fidei, como acabamos de ver. Pero dejemos ya este paréntesis y sigamos con el análisis teológico de Ortega que estamos haciendo.

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