Teología de J. Ortega y Gasset.Evolución del cristianismo



Capítulo Quinto

La volatilización de una fe

En los inicios del siglo XVIII la historia se componía aún de narrar batallas, enredos de príncipes y tramas diplomáticas. Voltaire despeja el panorama con sus grandes ideas y saca la historia de los campos de batalla, de las cortes y cancillerías europeas y la lleva a las campiñas.

Desde entonces la historia se ocupa también del espíritu y las costumbres de las naciones. En el siglo XIX los alemanes precisan el pensamiento de Voltaire y comienza la historia como historia de las ideas, que se interesa por lo que piensan los hombres de cada época.

Es una historia que va un poco por las nubes hasta que viene Carlos Marx y nos enseña que el hombre se arrastra sobre la tierra como un reptil entre la gleba y que su vida está condicionada por otra cosa que ideas. Como buen profeta Marx exageró, pero a la "historia ideal" de los alemanes, entre los que se encuentra su amigo y maestro espiritual Hegel, sucedió "la interpretación materialista de la historia". Si bien el materialismo de Marx y Engels no era sino economismo.

La historia ya desde 1870 pregunta al hombre "¿Qué piensa usted?" "¿Qué come usted?" Pero no se queda ahí, sino que indaga en las condiciones de su existencia que le han forzado a comportarse de ese modo. La historia se convierte así en la historia de las condiciones que entretejen la vida de cada hombre, que son distintos según el lugar y tiempo.

En todas partes el ciudadano está sometido a unas determinadas condiciones económicas y filosóficas. El error marxista es que "las ideas no son un poder autónomo en nuestra vida, sino meras proyecciones fantasmagóricas de nuestra condición económica. Dime lo que comes y te diré lo que piensas".

Esas ideas son ideologías. Las ideas auténticas, las ideas-creencias, recalca Ortega, no se dejan reducir a la situación económica ni ésta a aquellas. Las dos forman parte de la condición de nuestra vida y se influyen recíprocamente. En su libreto Ideas y creencias, que hemos analizado en el epígrafe primero de este capítulo, dice que lo esencial de todas ellas es que tienen para nosotros el carácter de realidades y no de simples pensamientos, aunque sean científicos.

Además, cuando se cree de verdad no se buscan razones para esa fe, sería hacerse cuestión de ella y la creencia es lo incuestionable. El prototipo de la fe es siempre "la fe de nuestros padres, algo que estaba ya ahí antes de que nosotros llegáramos".

Frente a la fe medieval que perdura en tantas cosas entre nosotros, la cultura moderna ha nacido y vivido en la duda, aunque extrañamente esta cultura es también una fe: la fe en la razón. Pero la razón en que se ha creído desde 1600 está invadida por la duda. Por tanto, razonar lleva consigo la duda. Es decir, esta fe en la razón tiene como creencia básica que en principio todo es dubitable, aunque cree asimismo que el hombre moderno tiene facultad y técnica suficientes a su disposición para moverse en el fluctuante mar de la duda.

Consecuentemente la diferencia entre la fe medieval y la moderna es a todas luces radical, porque es muy distinto vivir en un mundo del que no se tiene ni cabe ninguna duda, a encontrarse en otro muy distinto en el que todo está en cuestión.

En un estudio más pormenorizado sobre las creencias Ortega expone los diversos estados por que pasan: Un mismo contenido de fe puede manifestarse en épocas sucesivas de modos diferentes. Podemos encontrar tres estados de una misma creencia: cuando es fe viva, cuando es fe inerte o muerta e incluso cuando es duda. Porque la duda pertenece también al estrato de las creencias, es un creer deficiente. Dudar no es no creer frente a creer, ni tampoco vacio de creencia.

Al contrario es un creer doble. Estamos en la duda, porque dos creencias incompatibles batallan dentro de nosotros, y entre ambas oscilamos, fluctuamos...La duda es la hermana bizca que tiene la ciencia". La teoría de las creencias nos dice, además, que no puede darse una creencia en la plenitud del término, si no es colectiva. El individuo no puede estar plenamente convencido de algo (Sobre la volatilización de una fe V, 498ss).

Ver: Francisco G-Margallo: Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del cristianismo, Madrid 2012
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