Teología de J. Ortega y Gasset.Evolución del cristianismo
Capítulo Quinto
Ideas y creencias en la Europa moderna
Siglos XVIII-XX
Teología de la Verdad
En 1916 Ortega se quejaba de que desde hacía medio siglo, es decir, buena parte del siglo XIX, en España y fuera de ella, la supeditación de la teoría a la utilidad había sido una constante. La prueba fehaciente la veía en la filosofía pragmatista que ponía la esencia de la verdad, de lo teórico por excelencia, en lo práctico o útil.
El pensamiento quedaba así reducido a buscar buenos medios para los fines, primando los primeros sobre los últimos. El siglo XIX se ha dedicado a buscar instrumentos, por lo que la suya ha sido una cultura de medios utilitarios. Ahora bien, si esta preocupación por lo útil, como hace la política, llega a constituir el hábito central de nuestra personalidad, cuando se trate de buscar lo verdadero tenderemos a confundirlo con lo útil. Y hacer de la utilidad la verdad es para Ortega la definición de la mentira (El Espectador-I. Verdad y perspectiva II, 15-16).
A pesar de lo dicho, reprocha a Aristóteles que haga consistir la vida perfecta en el ejercicio teórico, en el pensar. Se opone así al filósofo griego que más influencia ha tenido en la teología católica tradicional, imputándole que haya hecho de Dios un profesor de filosofía en superlativo. En ningún momento nuestro mayor filósofo antepone la actividad teórica del pensar a la vida, más bien lo contrario.
Pero sostiene que la vida espontánea ha de verse iluminada de vez en cuando por los puros destellos de la teoría. Reconoce ciertamente que el pensador especula, sin embargo, le disculpa diciendo que lo que éste quiere en el fondo es ver cómo fluye el torrente de la vida ante él.
En la búsqueda de la verdad, observa Ortega, la historia del conocimiento ha basculado entre el escepticismo y el dogmatismo y en ambos casos se ha partido de una errónea creencia: el punto de vista del individuo es falso. Sin embargo, la verdad, lo real, el universo, la vida estalla en innumerables facetas que van a parar a un individuo concreto, y a la inversa, cada individuo o persona tiene una visión de la realidad distinta, lo que una pupila ve no lo ve otra, por lo que todos somos necesarios. "Sólo entre todos los hombres llega a ser vivido lo Humano" (Goethe).
Cuanto hoy es reconocido como verdad o como altamente valioso surgió un día de la entraña espiritual de un individuo, si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista y si ha resistido a la seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que él ha visto será un aspecto real del mundo. En el entero universo, pues, cada raza y en ella cada individuo tiene un órgano de percepción distinto inasequible para los otros.
Ahora bien, la perspectiva visual y la intelectual se complican a la hora de la valoración, por lo que Ortega concluye sabiamente: "En vez de disputar, integremos nuestras visiones en generosa colaboración espiritual, y como las riberas independientes se aúnan en la gruesa vena del río, compongamos el torrente de lo real".
De esta actitud depende el destino de los hombres. Es cierto que hemos de pasar horas amargas individual y colectivamente, pero se aproxima una época mejor. Por eso se manifiesta muy optimista ante el porvenir de la humanidad, con más ciencia, con mejor religión y con mayor bienestar, en la que puedan resolverse más fácilmente las diferencias. Él no intenta imponer a nadie sus opiniones, simplemente aspira a que los demás sean fieles a su propia perspectiva.
La esperanza orteguiana pende de la voluntad de cada uno de nosotros y de cada generación. Todos tenemos el deber de presentir lo nuevo y afirmarlo, sin aferrarnos a lo viejo con sus hábitos y autoridad que quiere imponerse siempre. "Nuestras almas, como las vírgenes prudentes, necesitan vigilar con las lámparas encendidas y en actitud de inminencia.
Lo viejo podemos encontrarlo dondequiera: en los libros, en las costumbres, en las palabras y en los rostros de los demás. Pero lo nuevo que hacia la vida viene, sólo podemos encontrarlo inclinando el oído pura y fielmente a los rumores de nuestro corazón".
Ahora bien, si no tenemos confianza unos en otros todo se perderá. Por lo que la confianza no sólo es posible, sino que es necesaria. En todo este discurso de Ortega yo atisbo la influencia del que considero su maestro espiritual el filósofo-teólogo luterano Hegel (Ibid, 17-21)
Teología de la Verdad
En 1916 Ortega se quejaba de que desde hacía medio siglo, es decir, buena parte del siglo XIX, en España y fuera de ella, la supeditación de la teoría a la utilidad había sido una constante. La prueba fehaciente la veía en la filosofía pragmatista que ponía la esencia de la verdad, de lo teórico por excelencia, en lo práctico o útil. El pensamiento quedaba así reducido a buscar buenos medios para los fines, primando los primeros sobre los últimos.
El siglo XIX se ha dedicado a buscar instrumentos, por lo que la suya ha sido una cultura de medios utilitarios. Ahora bien, si esta preocupación por lo útil, como hace la política, llega a constituir el hábito central de nuestra personalidad, cuando se trate de buscar lo verdadero tenderemos a confundirlo con lo útil. Y hacer de la utilidad la verdad es para Ortega la definición de la mentira (El Espectador-I. Verdad y perspectiva II, 15-16).
A pesar de lo dicho, reprocha a Aristóteles que haga consistir la vida perfecta en el ejercicio teórico, en el pensar. Se opone así al filósofo griego que más influencia ha tenido en la teología católica tradicional, imputándole que haya hecho de Dios un profesor de filosofía en superlativo. En ningún momento nuestro mayor filósofo antepone la actividad teórica del pensar a la vida, más bien lo contrario.
Pero sostiene que la vida espontánea ha de verse iluminada de vez en cuando por los puros destellos de la teoría. Reconoce ciertamente que el pensador especula, sin embargo, le disculpa diciendo que lo que éste quiere en el fondo es ver cómo fluye el torrente de la vida ante él.
En la búsqueda de la verdad, observa Ortega, la historia del conocimiento ha basculado entre el escepticismo y el dogmatismo y en ambos casos se ha partido de una errónea creencia: el punto de vista del individuo es falso. Sin embargo, la verdad, lo real, el universo, la vida estalla en innumerables facetas que van a parar a un individuo concreto, y a la inversa, cada individuo o persona tiene una visión de la realidad distinta, lo que una pupila ve no lo ve otra, por lo que todos somos necesarios. "Sólo entre todos los hombres llega a ser vivido lo Humano" (Goethe).
Cuanto hoy es reconocido como verdad o como altamente valioso surgió un día de la entraña espiritual de un individuo, si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista y si ha resistido a la seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que él ha visto será un aspecto real del mundo. En el entero universo, pues, cada raza y en ella cada individuo tiene un órgano de percepción distinto inasequible para los otros.
Ahora bien, la perspectiva visual y la intelectual se complican a la hora de la valoración, por lo que Ortega concluye sabiamente: "En vez de disputar, integremos nuestras visiones en generosa colaboración espiritual, y como las riberas independientes se aúnan en la gruesa vena del río, compongamos el torrente de lo real".
De esta actitud depende el destino de los hombres. Es cierto que hemos de pasar horas amargas individual y colectivamente, pero se aproxima una época mejor. Por eso se manifiesta muy optimista ante el porvenir de la humanidad, con más ciencia, con mejor religión y con mayor bienestar, en la que puedan resolverse más fácilmente las diferencias. Él no intenta imponer a nadie sus opiniones, simplemente aspira a que los demás sean fieles a su propia perspectiva.
La esperanza orteguiana pende de la voluntad de cada uno de nosotros y de cada generación. Todos tenemos el deber de presentir lo nuevo y afirmarlo, sin aferrarnos a lo viejo con sus hábitos y autoridad que quiere imponerse siempre. "Nuestras almas, como las vírgenes prudentes, necesitan vigilar con las lámparas encendidas y en actitud de inminencia. Lo viejo podemos encontrarlo dondequiera: en los libros, en las costumbres, en las palabras y en los rostros de los demás. Pero lo nuevo que hacia la vida viene, sólo podemos encontrarlo inclinando el oído pura y fielmente a los rumores de nuestro corazón".
Ahora bien, si no tenemos confianza unos en otros todo se perderá. Por lo que la confianza no sólo es posible, sino que es necesaria. En todo este discurso de Ortega yo atisbo la influencia del que considero su maestro espiritual el filósofo-teólogo luterano Hegel(Ibid.,17-21).
Ver: Francisco G-Margallo: Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del cristianismo, Madrid 2012
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