Teología de J. Ortega y Gasset.
Evolución del cristianismo
(viene de ayer)
Unidad de la historia
A partir del Vaticano II los teólogos vuelven a la concepción unitaria de la historia que muestran las Escrituras: no hay dos historias, una sagrada de Dios y otra profana de los hombres, sino una sola historia en la que intervienen Dios y los hombres conjuntamente. De modo que no es posible una historia en la que intervenga Dios sin la intervención del hombre y viceversa.
Pero es preciso discernir la distinta intervención de Dios y del hombre y el distinto modo de relación en esas intervenciones. La intervención y presencia de Dios es distinta en el hombre, según se realice en el ámbito del pecado o de la gracia. Ahora bien, en la historia se da una omnipresencia de Dios, que toma distintas formas, las cuales "difícilmente pueden clasificarse en la división simplista de naturales y sobrenaturales", escribe I. Ellacuría .
Ya con anterioridad el teólogo francés P. Grelot había escrito: "historia profana e historia santa no son dos realidades separadas. Están imbricadas la una en la otra. No hay sino una sola historia humana, que se desarrolla a la vez sobre los dos planos. La gracia de la redención, cuyo misterioso itinerario constituye la historia santa, está en pleno trabajo en el corazón de la historia profana...la historia santa integra toda la historia profana, a la cual confiere, en última instancia, su significación inteligible" .
Von Rad en su comentario al Antiguo Testamente viene a decir lo mismo: "el lugar en que Dios revela el misterio de su persona es la historia", añadiendo que esto vale tanto para las concepciones del Antiguo como del Nuevo testamento. Sin embargo, el concepto de historia tal como suele emplearse hoy, no concuerda con lo que se entendía en el Antiguo Testamento.
Asimismo hay que decir que el modo de entender el mundo que tenía el antiguo Israel estaba determinado por su especialísima fe y, a diferencia del cosmos de los griegos, el mundo para los judíos es un concepto histórico orientado a la vida de los hombres. Mundo, por tanto, signfica el conjunto de condicionamientos y posibilidades requeridas por la vida humana, y en ese sentido quiere decir creación de Dios.
No obstante, contra todas las ideas inmanentistas, Israel mantuvo siempre la mundanidad de la creación frente a las religiones de la naturaleza, que entienden el mundo como auto-representación de Dios .
A pesar de todo, Ellacuría no tiene reparo en admitir que en el pensamiento cristiano se hacen notar ciertos influjos paganos que no permiten traducir la realidad tal como se manifiesta en la revelación. A esto se debe el que se crea que lo trascendente sea lo separado, lo que está fuera de la historia y no se aprehende inmediatamente como real. El modo de entender la trascendencia tal como se refleja en el pensamiento bíblico y en la acción de Dios en él es evidentemente muy distinto.
Según este pensamiento bíblico, Metz ve al Dios trascendente como "Emmnuel, el Dios de la hora histórica". La trascendencia es acontecimiento, por tanto, no es sólo lo suprahistórico y del más allá, sino que es lo que históricamente está a nuestro lado y fuera de nosotros, el futuro del hombre. Dios no está meramente sobre la historia, sino también en la historia y ante ella, como su libre futuro, un futuro del que no se puede disponer .
En la revelación la trascendencia se entiende, pues, como algo que trasciende en y no como algo que trasciende de, como algo que impusla a, pero sin sacar fuera de, algo que lanza, pero que a la vez retiene. En esta concepción de la trascendencia, cuando se alcanza histórica o personalmente a Dios, no se abandona lo humano ni la historia real, sino que se profundiza más en ellos.
Así lo entendió y experimentó Cristo Jesús, asumiendo la historia de los hombres hasta sus últimas consecuencias en la cruz, obra de los mismos hombres. Y, después de un aparente abandono en la muerte, la trascendencia de Dios se le manifestó con mayor plenitud en la resurrección.