Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset
Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset Ahora toca otro tema sobre el que se ha vertido también una buena dosis de beatería. Al referirse a la discutida cuestión de la descendencia humana, dirá que desde el punto de vista de la verdadera cultura, no es lo más importante decidir definitivamente. En su faceta intelectual, cultura es frente a dogma, discusión permanente. Por esta razón conviene presentar frente a la idea canónica la revolucionaria. "Conviene, conviene la herejía -como en la Iglesia- en la ciencia".
Y a propósito de la discusión permanente sobre la descendencia del hombre cita una conferencia dada en el Congreso de Antropología (Salzburg, septiembre 1926) y a un artículo que publica el Archivo de Ginecología en el que el profesor Westenhofer aduce pruebas para la tesis, según la cual, no es el hombre quien procede del mono, sino que es éste el que se deriva del hombre.
Resumimos su larga reflexión diciendo que en realidad ya nadie sostiene que el hombre proceda del mono, sino que uno y otro nacieron de una especie anterior, según la teoría pitecantrópica darwinista. Lo que se discute es si esa especie paternal se parece más al mono o al hombre.
Lo cierto es que nunca imperó tiránicamente en antropología la tesis del hombre-mono, ha sido siempre una doctrina probable. Para saber más sobre esta cuestión nos remite al trabajo de G. Schwalbe: Die Abstammung des Menschem und die ältersten Menschenformen. Año 1923 (La querella entre el hombre y el mono Ibid., 551-557).
A propósito del pensamiento de Ortega acerca de la cultura, el teólogo de la Universidad Pontificia de Salamanca, Olegario González de Cardedal señala un peligro de divinización de la cultura, que siempre ha existido y que brota de nuevo. Volviéndose a hombres de fe del pasado, que, frente a toda cultura, querían a todo y solo Dios, ve la cultura convertida en el fantasma del hombre moderno, que quiere todo a su servicio.
Frente a tal divinización de la cultura, que siempre es relativa y nunca absolutizable, son necesarios todos los profetas e iconoclastas, porque lo que aquí se está repitiendo es la suplantación del Dios viviente por las obras muertas, ídolos mudos que no tienen palabras, nadas que vacían a quienes a ellas se allegan para adorar a su vaciedad.
Identificado el peligro y vistos todos los valores positivos de la cultura, nos volvemos de nuevo al Vaticano II para ratificar nuevas coincidencias entre ellos:"Dios, por medio de la revelación, desde las edades más remotas hasta su plena manifestación en su Hijo encarnado, ha hablado a su pueblo según los tipos de cultura propios de cada época.
De igual modo, la Iglesia, que ha vivido durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes, para investigarlo y comprenderlo más profundamente, expresarlo mejor en la celebración litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de los fieles.
Es igualmente doctrina conciliar, que la cultura, subordinada al desenvolvimiento integral de la persona humana, al bien de la comunidad y de la sociedad entera, tiene necesidad de autonomía en su ejercicio (GS 58 y 59).
De esta manera el Concilio consagra la dignidad de la cultura, una de las virtudes públicas en la obra de Ortega, como estamos viendo. Pero desde hace unas décadas la Iglesia ha involucionado mucho respecto a la Constitución Pastoral del Vaticano II que se propuso entrar en diálogo con el hombre secularizado de nuestro tiempo.
No obstante, en la sociedad actual la influencia de otros agentes ajenos a las personas y a la idiosincrasia de los pueblos interfieren artificialmente en ellos, y la cultura verdadera se desvanece, apareciendo en su lugar la contracultura.
Lo que hoy llamamos muchas veces cultura es más bien un producto comercial, que se nos impone y que nos sirve la sociedad de consumo de manera standarizada y sin identidad propia. Esta contracultura es la que termina imponiéndose desgraciadamente, porque es la que más ruido hace en los medios audiovisuales. Esto, además de trivializar la vida social, deja insatisfechas las aspiraciones profundas de los hombres.
Con todo, la cultura humanista nace en la tradición judeocristiana, que Gaudium et spes ha recuperado, con el fin de que el hombre y la mujer, imágenes vivas de Dios, sigan siendo el centro de atención en el mundo. De ella tratamos otro día.
Ver: José Ortega y Gasset
Virtudes Públicas o Laicas
Francisco García-Margallo