Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset



Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset


La estructura vital, sustancia de la historia


Beatería de la cultura

Ortega ha hablado repetidamente de beatería de la cultura, por el exceso de intelectualismo o pensamiento de que se la ha revestido, cuando la condición del hombre es primordialmente acción. No vivimos para pensar, sentencia el pragmático Ortega, sino que pensamos para poder vivir.

Por otra parte, la condición del hombre es sustancialmente incertidumbre: no hay adquisición humana que sea firme. Con el nombre primero de razón, de ilustración después y de cultura finalmente, se ha dado una divinización tal de la inteligencia, que ha hecho que la cultura, el pensamiento, venga a ocupar, ya en los primeros años del siglo XX, el puesto vacante de Dios.

Toda su obra, declara abiertamente nuestro genial pensador, la ha dedicado a combatir lo que hace mucho tiempo llamó beatería de la cultura, porque en ella se presentaba el pensamiento, la cultura como algo valioso en su esencia y que no necesitaba justificación, cualquiera que fuera su ocupación o contenido. Esto no lo puede aceptar, porque si así fuera la vida humana, para ser estimable, tendría que estar al servicio de la cultura.

Pero lo más grave de esta aberración intelectualista es presentar la cultura, como una gracia o joya que el hombre debe añadir a su vida, es decir, como algo que está fuera de ella, como si existera un vivir sin cultura y pensar, sin ensimismamiento. Con lo cual se coloca al hombre -como ante el escaparate de una joyería- en la opción de adquirir o prescindir de la cultura. (Ensimismamiento y alteración V, 304-307 y 309ss; VII, 79, 93-94).

Hay que acabar con la imagen de la ilustración y la cultura donde estas aparezcan como aditamento ornamental que los ociosos ponen sobre su vida. No, eso es una tergiversación.
La cultura "es una dimensión constitutiva de la existencia humana, como las manos son un atributo del hombre". Una vida sin cultura es una vida manca, fracasada y falsa. Por lo que si el hombre no vive a la altura de su tiempo, vive por debajo de lo que sería su auténtica vida, es decir, falsifica o estafa su propia vida, la desvive. No hay ningún aspecto de la vida que no esté sellado por la obra de la cultura.

El régimen interno de la actividad científica, en cambio, no es vital, por eso, a la ciencia no le preocupan nuestras urgencias, ella sigue el ritmo pausado característico de su especialización y diversificación que no acaba nunca. El régimen de la cultura sí es vital, puesto que va regida por la vida siempre y eso hace que tenga que ser en todo instante un sistema completo, integral. La cultura es el plano de la vida, la guía de caminos por la selva de la existencia (Cultura y ciencia IV, 340-344).
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Comentando el pensamiento de Ortega, que reclama el régimen de vitalidad a la cultura, como su verdadera e irrevocable condición, Pedro Cerezo dice así: La cultura no es una necesidad vital cualquiera, sino la necesidad vital por excelencia. "Exigirle a la cultura que sea vital, tal como reclama incesantemente Ortega, no es un desideratum ético ni un refinamiento académico, sino aquella condición inexcusable en que le va a la vida su ser o no ser, o si se quiere su propia calidad de ser" .

De todo cabe hacer una beatería, sentencia Ortega. Existe una beatería de la cultura en general, como la hay religiosa y también política. Casi todos los políticos radicales, sincera o fingidamente son beatos de la democracia. Y también cabe beatería en los filósofos.

Entre los griegos el que más ha movido al beatismo ha sido Platón, se llegó a hablar del culto a Platón, a pesar de que uno de los estudios más avanzados sobre él diga que no se sabe si realmente existió ni qué es el platonismo. Ni a Grecia ni a Platón se los ha entendido nunca, dice con toda firmeza Ortega, y, sin embargo, se les ha rendido culto siempre (Etica de los griegos, III, 533-534).

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Francisco García-Margallo Bazago
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