Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset
Cultura y vida espiritual
En el siglo XIX se habló mucho en Alemania de la cultura como "vida espiritual". Con dicha expresión no se quiere significar lo que nosotros entendemos hoy por vida espiritual, como conjunto de prácticas religiosas que muchas veces poco o nada tienen que ver con la vida del mundo.
Vida espiritual tal como entonces se la entiende no es otra cosa que el repertorio de funciones vitales que van más allá de la función biológica de cada uno y de su relación exclusiva con Dios de cara a la salvación del alma. Para que se entienda mejor digamos que la justicia, la verdad, la rectitud moral y la belleza son cosas que valen por sí mismas y no sólo en la medida en que son útiles a la vida o a la salvación.
Pues bien, ese valor en sí de la justicia, la verdad, moralidad etc., que hace preferirlas a la propia vida que las produce, es lo que se llama vida espiritual o cultura. Junto a ella está la "vida espontánea" constituida por fenómenos vitales que no trascienden lo puramente biológico. A pesar de todo, no quiere decir que vida espiritual y espontánea sean independientes, porque el heroísmo moral no puede existir sin la circulación de la sangre del héroe o la heroína.
Por lo que es obligado concluir con Ortega que no hay cultura desligada de la vida, así como no hay espiritualidad sin vitalidad. "Lo espiritual no es menos vida ni es más vida que lo no espiritual". Esto es, el fenómeno vital humano tiene dos caras, la biológica y la espiritual, por lo que está sometido a dos poderosos polos de atracción antagónica. De modo que la actividad cultural del hombre gravita, de una parte, hacia una necesidad biológica; de otra, es requerida por el principio ultravital de las leyes lógicas.
Resumiendo y aclarando una vez más, lo característico de esta forma de ver la cultura es que no podemos olvidar que las funciones espirituales o de cultura son a la vez funciones biológicas. Por tanto, la cultura no puede regirse por leyes objetivas transvitales, sino que está sometida, además, a las leyes de la vida.
O mejor dicho, el hombre, ser viviente está regido por un doble imperativo. El primero, el cultural dice lo siguiente: el hombre debe ser bueno y justo. Por su parte el imperativo vital dirá: lo bueno y justo tiene que ser humano, vivido; esto es, compatible con la vida. La conclusión sería la siguiente: "la vida debe ser culta, pero la cultura tiene que ser vital".
Esto es, no hay cultura sin vida y no hay espiritualidad sin vitalidad. Es una doble dimensión que mutuamente se corrige y regula. El desequilibrio en favor de una u otra origina enseguida una degeneración (Cultura y vida: El doble imperativo III, 163-169).
Ver: José Ortega y Gasset
Virtudes Públicas o Laicas
Francisco García-Margallo Bazago