Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset



Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset


Estado y Sociedad. El Estado.

La tesis mencionada anteriormente de que la política ha de procurar que la vida de todos los ciudadanos goce del mayor bienestar posible, vincula al político más a los ciudadanos que al Estado. Esto debería hacer reflexionar a muchos políticos, que, con la mejor intención muchas veces, creen hacer un buen servicio a la función política, contribuyendo al engrandecimiento del Estado. Esto es un error, como quedará claro más adelante.

Ahora nos basta convenir con Ortega que la actividad política es tan compleja y contiene tantas operaciones parciales y necesarias, que es difícil definirla sin dejarse fuera algún ingrediente importante. La política en toda su perfección no se da nunca.

De ahí que los políticos lo sean sólo en parte y, en consecuencia, unos se fijarán en el tema de la justicia social para dotar de mayor equidad a la convivencia humana; otros desarrollarán un buen sentido administrativo que rija los intereses materiales y morales de la nación, otros procurarán el engrandecimiento del Estado etc. Por lo que es muy difícil que un solo político pueda abarcar todo lo que la política bien entendida exige.

Pero lo que sí tiene claro Ortega es que sin un cierto sentido y una predisposión casi nativa a la justicia, no puede nadie ser un gran político. Ahora bien, este es el ideal moral que el político ha de llevar a su actuación en la vida pública, sin reducir a esto la política. En caso contrario mermaría su contenido y la llevaría a un misticismo ético.

Un grave error que se cometió durante más de un siglo al centrar su programa en un cuerpo de doctrinas morales y dejar en un segundo plano el propio tema político. Aunque también los temas morales tengan que estar presentes en ella (La política por excelencia III, 455).

Caso de ser forzoso quedarse en la definición de la política con un solo atributo, Ortega no duda en definirla de esta manera tan simple y práctica: "política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación". El término nación es aquí sinónimo de sociedad. Y, huyendo del lenguaje abstracto, pone un ejemplo concreto referido al principio de autoridad y a la economía en España.

Alguien dice: "En España hay que afirmar el principio de autoridad y hay que hacer economía". Aun aceptando que ambas cosas son necesarias, niega que sea esa la política en su mejor sentido. Por la siguiente razón: la autoridad y las economías que se recomienda hacer se hacen en el Estado español, no en la nación española. Y esta distinción es lo decisivo para él.

Ortega tiene muy claro que el Estado no es más que una máquina al servicio de la nación, cosa que tienden a olvidar los pequeños políticos. Cuando estos piensan lo que debe hacerse en España, en realidad están pensando en "lo que debe hacerse en el Estado y para el Estado". Las economías no se hacen en España, apostilla, sino en el Estado, y por muy importante que sea el lograrlas, carecen por sí mismas de verdadero valor nacional.

Asimismo la autoridad es necesaria para que la máquina del Estado funcione, pero no basta con poseerla. La verdadera cuestión empieza cuando nos preguntamos: esa máquina del estado, con sus economías y su autoridad ¿cómo va a funcionar, cómo va a actuar sobre la nación?" Lo decisivo en todo momento es la nación y no el Estado.

El pequeño político toma al Estado demasiado en serio y desconoce el sentido meramente instrumental de éste. Por el contrario, el buen político ve siempre los problemas del Estado en función de los nacionales. Sabe que aquél es tan sólo un instrumento para la vida de la nación, es decir, de la Sociedad española.

Habría que concluir entonces que un Estado es perfecto cuando se concede a sí mismo el mínimo de ventajas y contribuye a aumentar el nivel de vida de los ciudadanos. Si nos desentendemos de lo último y nos ponemos a dibujar un Estado perfecto en sí mismo, como puro y abstracto sistema de instituciones, llegaremos inevitablemente a construir una máquina que detendrá toda la vida nacional.

En la historia, asegura Ortega, triunfa la vitalidad de las naciones, no la perfección formal de los Estados. Por tanto, lo que debe ambicionarse para España en una hora como ésta es el hallazgo de instituciones que consigan reforzar al máximum de rendimiento vital (vital no sólo civil) a cada uno de los ciudadanos españoles (Ibid., 456-457).

En otra ocasión, hablando del peligro del estatismo dirá: la sociedad, para vivir mejor, crea el Estado. Luego éste se sobrepone y la sociedad tiene que vivir para el Estado. A esto lleva el intervencionismo estatal: "el pueblo se convierte en carne y pasta que alimentan el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esqueleto se come la carne en torno a él. El andamio se hace inquilino y propietario de la casa"(El mayor peligro, el Estado IV, 221-226).
Continuamos el próximo sábado.

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