Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset
Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset
Cultura política
En oposición al pesimismo congénito de Pío Baroja, Ortega es muy optimista y lo es por convicción intelectual. El pesimismo, según él, nace de un razonamiento defectuoso. Hasta la política tan denostada de la época que le tocó vivir, no escapa a su innato optimismo. Dice así de ella: Lo que en el cuerpo solemos llamar ánima, se llama en la sociedad cultura política, de ahí que todos sus órganos deban ponerse a fabricar esa "divina esencia" que da vida a todo el cuerpo social.
Frente a la tendencia tosca de los partidos conservadores de todos los tiempos, que hacen depender la vitalidad de los pueblos de su potencia industrial, agrícola o comercial, otra mas refinada sostiene que el capital de un pueblo no es el numismático ni, en general, el económico. Para ella, en la que se incluye él mismo, el verdadero capital es el político, es decir, la producción de ideas civiles.
En este sentido, España no está todavía a nivel de los primeros países europeos, aunque últimamente, diría yo contagiado del optimismo orteguiano, nos vamos aproximando bastante en lo que a dirigentes políticos se refiere. Sin embargo, en la masa popular no hay verdadera energía política.
Se hace notar muy negativamente la falta de democracia en un largo período de nuestra historia reciente, con la consiguiente ausencia de un movimiento favorable a las leyes sociales y a la cultura política. Con ello la justicia ha quedado gravemente herida. Eso mismo explica nuestra inercia intelectual, que es preciso insertar en la armonía cultural europea.
A los españoles se nos ha distraido durante demasiado tiempo con la creencia de que Dios había mirado con una peculiar benignidad a los españoles, reviviendo así el sentimiento antiguo del poeta aragonés del siglo V, Prudencio. Y ya más cerca a nosotros con la cantinela de que el Corazón de Jesús reinaría en España con predilección a otras naciones.
Los tiempos han cambiado y hoy muchos nos lamentamos con Ortega (aquí sí cabe un pesimismo real), cuando dice: "Me conformo con que nuestros abuelos no nos hayan dejado riquezas, pero les acuso de que no nos hayan dejado en herencia ni ideas ni virtudes públicas. Es posible que a ellos ocurriera lo propio y así hasta tres siglos arriba, pero esto no disminuye su responsabilidad".
Actualmente los españoles no nos guiamos por una fe patriótica, sino por una cultura que impregne nuestro entorno vital y nos aproxime a la imagen de humanidad virtuosa y sabia, que dimana de la prístina idea socialista (Sobre el proceso Rull X, 47-50).
Sin embargo, un estudioso de la obra de Ortega y que conoce bien su pensamiento. José-Luis Abellán, presidente que fue del Ateneo de Madrid, no se muestra hoy optimista respecto a la cultura en general. Cree que ha sucumbido bajo el triunfo del mercado, protagonista indiscutible del neoliberalismo y convertido en rey y señor de nuestras vidas. Hoy todo se compra y se vende, particularmente la cultura y todos sus adyacentes: arte, literatura, religión, ocio.
En lo que se llamó hace un tiempo "industria cultural" el sustantivo ha absorbido omnímodamente al adjetivo, ya no hay cultura, todo es industria, o producto que se usa y consume. "La omnipresencia del mercado ha destruido el mundo propio de la cultura, que es el de los valores, y ha sido sustituido por su equivalente en dinero". Esto lo dice en un artículo escrito en los días de la Navidad, sabiendo que Ortega consideraba la religión como el mantillo donde germina la cultura.
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Francisco García-Margallo
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