La cigüeña sobre el campanario
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La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida
8. Desmitologización y recuperación de la esperanza
¿Por qué no planteó Jesús el problema político?
Por dos razones: Primero, porque su vocación era absorbentemente profética y porque su idea del Reino se apoyaba radicalmente en la convesión personal, con una acentuación de la pureza ética del Reino, que no puede ser identificado con los abatares de la política.
Segundo, porque, muy probablemente, Jesús en su vida histórica partió de la idea, muy común en su tiempo y en su medio, de que la parusia era temporalmente inminente. Y así no había tiempo para la política, sino para una decisión radical de tipo personal, en vista de la inminencia de la hora definitiva. También Joaquín Jeremías piensa que todas o casi todas las parábolas, en la forma originaria que tuvieron en labios de Jesús, respondían a esa perspectiva de inminencia escatológica.
Pero Jesús, "profeta" y no "hombre político", no fue por ello un "apolítico". Su actitud ético-profética, llevada a sus últimas consecuencias, y su independencia ante los poderes de su tiempo (correlativamente, su agresividad frente a los ricos), que lo llevaron a un conflicto; que acabó por conducirlo ante el tribunal romano que lo condenó como cabecilla zelote. Y es que había una convergencia entre él y los zelotes, aunque los planos eran diversos.
Lo que ahora me interesa es esto. El hecho de que Jesús no entrara directamente en el juego político de su tiempo histórico, con la fe de la generación apostólica de que El era en verdad el Mesias, llevaron necesariamente a los cristianos a la"desimitologización" del aspecto directamente político que la obra mesiánica había cobrado en la perspectiva de los profetas.
Esta primera "desmitologización", en el Nuevo Testamento, va acompañada, según creo, de una nueva forma de "desmitologización", que es necesario reducir, sin perder por ello el contenido esencial de la fe de los apóstoles.
Los escritores neotestamentarios, quizá de una manera no demasiado monolítica, y por diversidad de matices, participan también, indudablemente, de la perspectiva de una parusía inminente.
Esto, junto con el esplendor del Espíritu de Pentecostés, que deslumbraba en cierto modo los ojos de los primeros creyentes, les llevó, más o menos, a la siguiente concepción: Jesús resucitado, el Cristo glorioso, Señor de la historia, es "ya" el fin de los tiempos. Pero, a la vez, ha de volver: se espera su "parusía", que es la "plenitud" del fin. Esta "parusía(segunda venida) es inminente. Entre la resurrección y la efusión del Espíritu, por una parte, y la parusía, por otra, está el "tiempo de la Iglesia", que es pura continuidad de la resurrección.
La Iglesia visible, históricamente existente, es la presencia visible del Cristo glorioso en la historia. El Cristo glorioso, Señor de la historia, es el Cristo presente en la Iglesia. De aquí que la mediación de la Iglesia tenga en esta concepción, una esencialidad y una necesidad insoslayable. Sólo por la fe explícita, históricamente existente y constatable en la comunidad de creyentes y en la conciencia empírica de cada creyente, puede ser realizada la obra redentora. Sólo en esa fe y a través de ella(o a partir de ella)avanza el señorío de Cristo gloriooso sobre la historia.
Después de años de reflexión, de plegaria y de esfuerzo, he llegado al convencimiento de que esta concepción, que está latente en el Nuevo Testamento y condiciona su lenguaje, incluye un elemento "mitológico" es necesario reducir, para no perder el núcleo esencial y perenne: que Cristo es el mediador único y el único y universal redentor.
Ver: José Mª Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la Esperanza!
Desclée de Brouwer 1972
La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida
8. Desmitologización y recuperación de la esperanza
¿Por qué no planteó Jesús el problema político?
Por dos razones: Primero, porque su vocación era absorbentemente profética y porque su idea del Reino se apoyaba radicalmente en la convesión personal, con una acentuación de la pureza ética del Reino, que no puede ser identificado con los abatares de la política.
Segundo, porque, muy probablemente, Jesús en su vida histórica partió de la idea, muy común en su tiempo y en su medio, de que la parusia era temporalmente inminente. Y así no había tiempo para la política, sino para una decisión radical de tipo personal, en vista de la inminencia de la hora definitiva. También Joaquín Jeremías piensa que todas o casi todas las parábolas, en la forma originaria que tuvieron en labios de Jesús, respondían a esa perspectiva de inminencia escatológica.
Pero Jesús, "profeta" y no "hombre político", no fue por ello un "apolítico". Su actitud ético-profética, llevada a sus últimas consecuencias, y su independencia ante los poderes de su tiempo (correlativamente, su agresividad frente a los ricos), que lo llevaron a un conflicto; que acabó por conducirlo ante el tribunal romano que lo condenó como cabecilla zelote. Y es que había una convergencia entre él y los zelotes, aunque los planos eran diversos.
Lo que ahora me interesa es esto. El hecho de que Jesús no entrara directamente en el juego político de su tiempo histórico, con la fe de la generación apostólica de que El era en verdad el Mesias, llevaron necesariamente a los cristianos a la"desimitologización" del aspecto directamente político que la obra mesiánica había cobrado en la perspectiva de los profetas.
Esta primera "desmitologización", en el Nuevo Testamento, va acompañada, según creo, de una nueva forma de "desmitologización", que es necesario reducir, sin perder por ello el contenido esencial de la fe de los apóstoles.
Los escritores neotestamentarios, quizá de una manera no demasiado monolítica, y por diversidad de matices, participan también, indudablemente, de la perspectiva de una parusía inminente.
Esto, junto con el esplendor del Espíritu de Pentecostés, que deslumbraba en cierto modo los ojos de los primeros creyentes, les llevó, más o menos, a la siguiente concepción: Jesús resucitado, el Cristo glorioso, Señor de la historia, es "ya" el fin de los tiempos. Pero, a la vez, ha de volver: se espera su "parusía", que es la "plenitud" del fin. Esta "parusía(segunda venida) es inminente. Entre la resurrección y la efusión del Espíritu, por una parte, y la parusía, por otra, está el "tiempo de la Iglesia", que es pura continuidad de la resurrección.
La Iglesia visible, históricamente existente, es la presencia visible del Cristo glorioso en la historia. El Cristo glorioso, Señor de la historia, es el Cristo presente en la Iglesia. De aquí que la mediación de la Iglesia tenga en esta concepción, una esencialidad y una necesidad insoslayable. Sólo por la fe explícita, históricamente existente y constatable en la comunidad de creyentes y en la conciencia empírica de cada creyente, puede ser realizada la obra redentora. Sólo en esa fe y a través de ella(o a partir de ella)avanza el señorío de Cristo gloriooso sobre la historia.
Después de años de reflexión, de plegaria y de esfuerzo, he llegado al convencimiento de que esta concepción, que está latente en el Nuevo Testamento y condiciona su lenguaje, incluye un elemento "mitológico" es necesario reducir, para no perder el núcleo esencial y perenne: que Cristo es el mediador único y el único y universal redentor.
Ver: José Mª Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la Esperanza!
Desclée de Brouwer 1972