La cigüeña sobre el campanario
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La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida
8. Desmitologización y recuperación de la esperanza
La tensión escatológica de una Iglesia histórica que al
mismo tiempo, es y no es la Iglesia de Cristo, la expresa con máxima claridad San Agustín, en sus "Retractaciones",
puntualizando escritos anteriores, en que había supuesto demasiado alegremente la identidad pura y simple de la Iglesia Católica históricamente visible con la verdadera Iglesia de Cristo; aquella "resplandeciente", sin mancha ni arruga ni cosa semejante, santa e inmaculada", a la que Cristo ama como a una esposa, descrita por Pablo en la carta a los Efésios (5, 25-27).
Dice San Agustín:
Contra los donatistas que tratan de defenderse
con la autoridad del beatísimo obispo y martir
Cipriano, escribí siete libros sobre el bautismo.
En ellos enseñé que para refutar a los donatistas
y para dejarlos de todo sin palabra en la defensa
de su cisma contra la Católica, lo más eficaz son
las cartas y la obra de Cipriano.
Pero siempre que en aquellos libros(1, 17; 3, 18; 4,
3-4)hice mención de la Iglesia que no tiene mancha o
arruga, esto no hay que entenderlo en el sentido
de que ya sea así, sino en el sentido de que ya
se prepara para serlo, cuando se presentará
también gloriosa. Porque ahora, a causa de ciertas
ignorancias y debilidades de sus miembros, tiene
motivo para decir toda ella:"Perdónanos nuestras
deudas".
(San Agustín, "Retractationum" lib 2,18;
P.L. 32, 637-638).
Ahora bien, si la Iglesia visible es y no es la verdadera Iglesia de Cristo, y si debe llegar a serlo, pero no lo conseguirá con plenitud hasta la parusía, me parece que lo que pide Cristo de todos los que en Él creen son dos coas: permanencia en la Iglesia visible, pero permanencia activa y crítica (autocrítica, con una libertad cristiana irrenunciable de conciencia y de expresión: de "diálogo".
Hacia el año 180 después de Cristo, el cristiano Abercio, que dejó escrito su epitafio, dice en él que, en sus visitas a muy diversas iglesias locales, encontró en todas partes el diálogo y la eucaristía. Es un texto venerable:
Me llamo Abercio,
discípulo del casto pastor
que apacienta rebaños de ovejas
en montes y campos
y tiene grandes ojos
que todo lo penetran.
Este me ha enseñado
las letras fieles.
Él me envió a Roma
a contemplar el reino
y ver a la reina de áurea
estola áureamente calzada.
Allí he visto un pueblo, que una espléndida
contraseña tiene.
He visto los campos de Siria
y todaS las ciudades, hasta Nísibe,
atravesado el Eufrates,
y en todas partes he conseguido interlocutores,
teniendo yo a Pablo...
La fe me ha guiado por doquier
y me ha proporcionado el alimento,
en todas partes el pez de la fuente
grande, puro, el que cogiera una virgen casta
para darlo a comer perpetuamente a los amigos,
ella, que tiene riquísimo vino,
y lo da mezclado con pan.
Enchiridium Patristicum
de M.J.Rouët de Journel, n.187)
Ver: José Mª Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la peranza!
Desclée de Brouwer 1972
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La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida
8. Desmitologización y recuperación de la esperanza
La tensión escatológica de una Iglesia histórica que al
mismo tiempo, es y no es la Iglesia de Cristo, la expresa con máxima claridad San Agustín, en sus "Retractaciones",
puntualizando escritos anteriores, en que había supuesto demasiado alegremente la identidad pura y simple de la Iglesia Católica históricamente visible con la verdadera Iglesia de Cristo; aquella "resplandeciente", sin mancha ni arruga ni cosa semejante, santa e inmaculada", a la que Cristo ama como a una esposa, descrita por Pablo en la carta a los Efésios (5, 25-27).
Dice San Agustín:
Contra los donatistas que tratan de defenderse
con la autoridad del beatísimo obispo y martir
Cipriano, escribí siete libros sobre el bautismo.
En ellos enseñé que para refutar a los donatistas
y para dejarlos de todo sin palabra en la defensa
de su cisma contra la Católica, lo más eficaz son
las cartas y la obra de Cipriano.
Pero siempre que en aquellos libros(1, 17; 3, 18; 4,
3-4)hice mención de la Iglesia que no tiene mancha o
arruga, esto no hay que entenderlo en el sentido
de que ya sea así, sino en el sentido de que ya
se prepara para serlo, cuando se presentará
también gloriosa. Porque ahora, a causa de ciertas
ignorancias y debilidades de sus miembros, tiene
motivo para decir toda ella:"Perdónanos nuestras
deudas".
(San Agustín, "Retractationum" lib 2,18;
P.L. 32, 637-638).
Ahora bien, si la Iglesia visible es y no es la verdadera Iglesia de Cristo, y si debe llegar a serlo, pero no lo conseguirá con plenitud hasta la parusía, me parece que lo que pide Cristo de todos los que en Él creen son dos coas: permanencia en la Iglesia visible, pero permanencia activa y crítica (autocrítica, con una libertad cristiana irrenunciable de conciencia y de expresión: de "diálogo".
Hacia el año 180 después de Cristo, el cristiano Abercio, que dejó escrito su epitafio, dice en él que, en sus visitas a muy diversas iglesias locales, encontró en todas partes el diálogo y la eucaristía. Es un texto venerable:
Me llamo Abercio,
discípulo del casto pastor
que apacienta rebaños de ovejas
en montes y campos
y tiene grandes ojos
que todo lo penetran.
Este me ha enseñado
las letras fieles.
Él me envió a Roma
a contemplar el reino
y ver a la reina de áurea
estola áureamente calzada.
Allí he visto un pueblo, que una espléndida
contraseña tiene.
He visto los campos de Siria
y todaS las ciudades, hasta Nísibe,
atravesado el Eufrates,
y en todas partes he conseguido interlocutores,
teniendo yo a Pablo...
La fe me ha guiado por doquier
y me ha proporcionado el alimento,
en todas partes el pez de la fuente
grande, puro, el que cogiera una virgen casta
para darlo a comer perpetuamente a los amigos,
ella, que tiene riquísimo vino,
y lo da mezclado con pan.
Enchiridium Patristicum
de M.J.Rouët de Journel, n.187)
Ver: José Mª Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la peranza!
Desclée de Brouwer 1972
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